viernes, 25 de octubre de 2013



EL CERRO BLANCO


Nuestro humilde y ancestral Cerro Blanco (declarado monumento nacional en el año 2000) antes del 1500 era habitado por pueblos mapuche, quechua y picunche. Servía de gran mirador, centro ceremonial y de reunión para las tribus indígenas, cuyos testimonios en las rocas llamadas “tacitas” por su forma similar a una taza, donde molían semillas de Peumo, muestran una roca sólida y blanca . El gran cacique Huechuraba, Señor de la zona a la llegada de los españoles, ejercía allí sus dominios y habitaba a los pies del cerro. Durante la conquista iniciada por Pedro de Valdivia en el año 1541, Doña Inés de Suárez manda a construir una Ermita en lo alto del cerro y posteriormente durante La Colonia construye una Capilla a sus plantas conocida como “La Viñita”, para el culto a la Virgen de Monserrat, la llamada virgen morena, patrona de Cataluña. Se puede decir que desde este cerro comenzó la conquista y la propagación de la fé católica. Este templo se vino abajo con el gran terremoto de 1647 por lo que se levantó otra Capilla que también fue demolida a posteriori. La iglesia fue construida en 1834 con la técnica colonial del adobe, pero corresponde a la época republicana. En el siglo XIX se venía en peregrinación en el día de la virgen, en el periodo de adviento y las familias pasaban a los faldeos del cerro a disfrutar de una tarde recreativa. Fue declarada monumento nacional en 1990.
El cerro sirvió de cantera para muchas edificaciones como los, pilares del Puente de Cal y Canto, la iglesia de Santo Domingo y hasta el mismísimo Joaquín Toesca visitó el cerro para elegir las mejores piedras para la construcción de La Moneda.
Los delincuentes de Santiago se encomiendan a esta virgen negra de Monserrat antes de cometer sus fechorías por lo que se conoce cono la virgen de los lanzas. Lanza es la “germanía” que identifica a los delincuentes que delinquen mediante golpes rápidos tras lo cual huyen a toda carrera. “Germanía” es una jerga catalana de hermandad entre los ladrones de Barcelona de donde se atribuye el nombre de Monserrat  donde la Ermita original está enclavada en medio de una montaña escarpada en forma de sierra que servía de refugio a los forajidos. Este mismo propósito cumplió el Cerro Blanco por largos años en la ciudad. En su faldas proliferaron hasta entrada la década del setenta, precarias viviendas convirtiéndose en un ca,pamento donde nadie se atrevía a entrar y era el refugio de los delincuentes capitalinos.

jueves, 17 de octubre de 2013



LA PLAZA DE ARMAS I

Desde el comienzo de la vida social santiaguina, la Plaza de Armas fue el espacio polvoriento cruzado por una pestilente acequia, donde convergían animadamente el vecindario después de la misa o cuando ocurría algún acontecimiento importante, como el paseo del Estandarte Real, el cumpleaños de alguna autoridad, o el ajusticiamiento de algún aborígen. Durante los primeros diez años de la colonia la vida humana se concentró en Santiago. El puñado de españoles llegados a Santiago vivían rodeado de una masa de indios hostiles que sumaban más de un millón.
Por aquella época el aspecto de la Plaza de Armas era de un cuadrado desierto de campo eriazo, En el sector norte había edificios de adobe y paja, con el Cabildo, la fundición real, la tesorería y la cárcel. Frente a estas vetustas construcciones se hallaba el rollo , es decir una columna de piedra que simbolizaba la jurisdicción donde se cumplían las penas de azotes y se fijaban las cabezas de los ajusticiados. El costado poniente lo ocupaba la iglesia que no era otra cosa que un tosco caserón con techo de paja levantado en el curso de doce años de grandes sacrificios. Los campos santos (cementerios de los pobres) la rodeaban con sus sencillas cruces de madera. El aspecto de la Catedral de hoy corresponde al quinto edificio construido en el mismo lugar. En general la plaza era muy fea, incluso frente a la cárcel se cocinaba en enormes marmitas la ración alimenticia de los condenados y las cenizas permanecían allí por largo tiempo, lo que afeaba aun más la árida plaza. Las casas eran de un solo piso, salvo contadas excepciones. El piso de la plaza estaba sembrada de hoyos producto de la fabricación de los adobes para los murallones de la iglesia.
En 1789 por acueductos subterráneos llegó el agua hasta la pila de bronce. El año anterior la plaza estaba sin empedrar y llegaban hasta allí las carretas y bestias de carga que traían las verduras, las frutas y los demás artículos que abastecían el consumo de la ciudad. Los carreteros encendía enormes fogatas para desentumecerse y cocinar sus alimentos. El la calle del Rey (hoy calle Estado) y del Portal de Sierra Bella (hoy Portal Bulnes en la zona oriente de la plaza) se instalaban en precarias tiendas y carpas los vendedores de botas y ojotas.
La vieja pila fue trasladada a La Moneda con posterioridad, y en su reemplazo se instaló la “Pila de Rosales” obra hecha en mármol de Carrara y el agua salía por en hocico de unos caimanes.
Cuenta la leyenda que en 1876 un pobre campesino creyente en Dios y las ánimas, paseaba por la Plaza de Armas de Santiago, cuando un comerciante de la época le ofreció una estampa impresa de la Virgen de Carmen. Después de mucho insistir el campesino se convenció y se dispuso a la compra. Grande fue su sorpresa que al momento de tomarla, la estampa voló por los aires a pesar de no correr ni una sola brisa y de intentar alcanzarla de varios modos. La estampa siguió volando, hasta detenerse en los terrenos donde más tarde se levantó primero una capilla y luego el templo de tres naves que es la Iglesia de La Estampa del barrio independencia.

jueves, 3 de octubre de 2013

EL RIO MAPOCHO


EL RIO MAPOCHO

Los conquistadores lo consideraron apacible y calmo, rutinario . En verano era apenas un tímido correr de agua que se paseaba campesino y plebeyo y que una vez al año andaba borracho armando camorra entre los barrios rurales de Santiago del siglo XVII. Se desencadenaba con fuerza sobre la ciudad, inundando todo a su paso con su torrente indómito.
En 1574 los horrorizados habitantes no pudieron dormir en sus casas, presa de un pánico incontrolable huyeron despavoridos hasta el cerro Santa Lucía y ahí esperaron a que las aguas bajasen. En mayo de 1779 el Mapocho arrasó con la ciudad y trajo una peste de “calenturas bastardas” que le pueblo llamó “el malecito”.
De sus aguas se proveyeron los ciudadanos por muchos años. En 1557 por acuerdo del Cabildo se ordenaba que fuesen de cal y ladrillo las acequias al interior de las casas y que tuviesen reja de “rayo fijo” a la entrada de ella. En enero de 1578 el Cabildo acordó que se trajera a la fuente de la plaza de la ciudad, agua de Tobalaba y Apoquíndo ya que las del río Mapocho eran muy turbias, no se podía beber y causaban grandes enfermedades a la gente. Solo por el 1861 se hizo el primer estudio de agua potable para la ciudad. Pero Santiago no tenía porque avergonzarse de sus miserias porque ni Paris, ni Londres eran superiores en ese aspecto. Sin embargo el fin de sus correrías mapochinas habrían de llegar a su fin. El presidente Balmaceda, un magnífico y visionario realizador, al quien se le enrostrara que su amor por las obras públicas arruinarían al país, ordenó la canalización del Mapocho desde Las Cajitas de Agua (hoy Plaza Italia) hasta Manuel Rodríguez. La severa destrucción que una avenida del río había causado al puente de Cal y Canto llevándose tres de sus arcos aceleraron el proceso. Puentes de acero reemplazaron al de cal y canto. La monumental obra se debió al ingeniero José Luis Coo, y la canalización quedó terminada en septiembre de 1891. En el curso de la obra compitieron las usinas de Creusot de Francia, que ejecutó el viaducto del Malleco y la firma Lever Murphy y Compañía que en su fundición de Caleta Abarca había construido por puentes del Maule, del Laja y del majestuoso Bio Bio. Los puentes metálicos cobijaron por los años sesenta hasta el setenta a un enjambre de niños huérfanos que vivirían bajo sus plantas, y que subían a la calle a pedir limosna, a causar lanzazos, a colgarse en los troles y robar lo que pudieran. Una novela titulada “El Río” de Alfredo Gómez Morel refleja de manera nítida, estremecedora y tierna la infancia que el autor vivió en carne propia. Incluso esta obra fue llevada al radioteatro en la época de oro de la radiotelefonía nacional. El Mapocho, el Sena santiaguino al decir del vulgo bromista sigue silente y solapado reuniendo la fuerza para hacernos ver de cuando en cuando que con su naturaleza no se juega. Y ha habido momentos en que el puente Pio Nono, y el puente Bulnes se han visto al puto de la sozobra ante la fuerza araucana del Mapocho.

jueves, 29 de agosto de 2013



EL PUENTE DE CAL Y CANTO

El puente de Cal y Canto, fue una maravillosa obra colonial con que contó Santiago por poco más de un siglo. Estamos hablando del año 1767. Estuvo ubicado frente a la calle Puente (en la piscina escolar hay un monolito que señala el sitio exacto de su ubicación) y su obra se debió al laborioso Corregidor de Santiago, Don Luis Manuel de Zañartu, en la dirección de la obra que proyectara en ingeniero José Antonio Birt, utilizándose en los trabajos a reos y condenados a presidio, a los que hay que decirlo, maltrataba con increíble saña, debiendo enfrentar en reiteradas ocasiones las críticas del Procurador de los Pobres de la Real Audiencia por su trato con los caídos en desgracia. Los continuos gemidos de este terrible padecer de los infelices que trabajaban a pleno sol y con una vergonzosa desnudez, hizo alzar la voz de de autoridades eclesiáticas. Sin embargo los planes del Corregidor no se apartaron ni un ápice de lo presupuestado. Trece años demoró su construcción, y la proverbial tontería nacional lo hizo demoler bajo la administración del presidente Balmaceda. El puente medía 202 metros de largo, de los cuales 120 metros correspondían al ancho del rio. El resto eran ramplas necesarias para alcanzar la altura de la calzada. Se elevaba a más de 12 metros de altura sobre el rio y tenía en total 11 arcos de 9,2 metros de altura cada uno. Su estructura está hecha de Cal de Polpaico, rocas del cerro Blanco y más de doscientos mil huevos para pegar estos elementos. De los 11 arcos, tres nunca fueron tocados por las aguas y se convirtieron en letrinas públicas. La calle del Ojo Seco (hoy Juan Mackenna) se llamaba así porque era un ojo seco (arco) del puente que colindaba con dicha arteria.. El Puente de Cal y Canto fue un icono de Santiago y dió un gran auge al comercio. A partir de 1830, se ubicaban en cada pilar del lado poniente del puente unas garitas semicirculares que se convirtieron en tiendas que vendían frutas, baratijas, dulces y confecciones. Hubo Boticas ( al menos 5 de ellas) Panaderías, Bodegas de Vino, sombrererías, y hasta la imprenta del periódico La Estrella de Chile se instaló allí. Por la época del puente de Cal y Canto existía la leyenda de que el corregidor rondaba por las noches la ciudad, para corregir con mano de hierro los desmanes de rateros criminales que se negaban a trabajar. Don Luis Manuel de Zañartu se negó a recibir remuneración por su trabajo. Lo hacía por genuino servicio público. También fue el creador del convento del Carmen Bajo, en La Chimba, claustro donde internó para la contemplación a sus dos hijas. La demolición del Puente de Cal y Canto se produjo el 10 de agosto de 1888. Joaquín Edwards Bello, el gran cronista y retratista insuperable de nuestra idiosincrasia, ponía la demolición del Puente de Cal y Canto, entre las grandes catástrofes de nuestra historia. No dudaba en señalar que, con toda la técnica disponible, no sería posible de reconstruir una obra de tamaña belleza y dignidad.

miércoles, 21 de agosto de 2013


EL BARRIO BANDERA

Las calles tienen alma, tienen identidad, lo habíamos dicho en otras oportunidades. Pero el barrio Bandera fue por así decirlo el epicentro juvenil de los locos años 20. En aquella época la bohemia poética, artística, literaria, musical y pictórica se daba cita en los legendarios bares y restaurantes que iluminaban la noche santiaguina. Deambulaban de bar en restaurant una pléyade de personajes encopetados, obreros, oficinistas, aspirantes a escritores, músicos y vagabundos de toda clase. Diego Muñoz era un joven estudiante que se incorporaba a este delirante medio. Estudiaba leyes y al mismo tiempo incursionaba en cursos de dibujo, acariciando la idea de ser un pintor. Un buen día llegó una gran noticia: un nuevo local abriría sus puertas y Diego Muñoz corrió a ofrecerse para decorarlo. El nuevo empresario aceptó la oferta de Diego y el acuerdo quedó sellado. El local se llamaría Zeppelín. El valor de la decoración era de diez mil pesos de la época, y el joven pintor se puso manos a la obra, creando unos murales de figuras humanas geometrizadas. Sin embargo el pacto establecía que la mitad de los honorarios sería pagado en efectivo y la otra mitad en un crédito cervecero que le artista tendría abierto para su consumo. La botella de cerveza valía un peso por aquellos días. Pero Diego Muñoz consiguió un precio para el trato de sólo veinte centavos. Eso significaban 25.000 botellas de Maltas y Pilseners que cambiaron su vida y la de sus amigos entre los que se contaban: Pablo Neruda, Julio Ortíz de Zárate, Isaías Cabezón, Alberto Rojas Jiménez, Lalo Paschín. Entre todos ellos se bebieron aquel inmenso río de cerveza en el curso de no tanto tiempo.
También por el barrio Bandera existió el Zum Rhein donde se consumían todo tipo de platos criollos. La Antoñana, el Hércules, Don Lalo (El rey del pescado frito), El Far West, la peluquería La Peñita, Deportes Escuti, cuyas vitrinas eran decoradas por grandes fotografías con escenas de partidos de fútbol del Mundial de 1962, forman parte del acerbo cultural mapochino. 
La calle Bandera debe su nombre al pueblo, y al ingenio comercial de Don Pedro Chacón y Morales, un antiguo cabildante y honorable comerciante perseguido por el régimen realista y que soñaba con la llegada de un mundo mejor. Ante la inminente debacle financiera de su tienda, ubicada en esta calle esquina de Huérfanos, debido al empobrecimiento general del pueblo, tras el advenimiento de la nueva república naciente en 1818. Ya no se vendían sus hilos de oro, y plata, choletas y creas y una cantidad indefinible de productos de procedencia francesa. Ya no venían sus antiguas clientas godas que detenían sus calesas frente a su tienda. Esperanzado en que los nuevos tiempos de 1819 trajera bonanza y libertad de comercio, Don Pedro esperaba en vano a sus nuevos clientes tras los grueso mesones. Por aquellos días la bandera de la patria vieja ideada por Los Carrera, cedía su lugar al nuevo emblema patrio. Ahí Don Pedro comenzó a desarrollar su ingenio. Hizo confeccionar una gigantesca bandera de la nueva república, la que izó frente a su tienda en una gran asta. La bandera flameó majestuosa, gloriosa y bella, lo que atrajo a una gran cantidad de vecinos que se apiñaron frente a su tienda a admirar el nuevo emblema en que relucía una estrella de pura plata como bordada de los manto de las vírgenes.
Con el intenso ajetreo de la gente, comenzó a cobrar vida y movimiento el comercio de la calle. Nuevos propietarios de tiendas y pulperías nacieron en torno a la tienda de Don Pedro quién posteriormente llegó a ocupar un cargo de diputado. Cuando las damas eran consultadas acerca de donde adquirían sus esplendidas telas, ellas respondían: “La compré en la Bandera hijita…” Así el nombre se entronizó primero en la cercanía de la tienda y posteriormente en toda calle.

miércoles, 14 de agosto de 2013



EL MERCADO CENTRAL


El Cabildo de Santiago estableció en el año 1552 el primer Mercado Público de Santiago. Su ubicación: la Plaza de Armas.  En el sólo podía venderse cosas que hubiese en estas tierras, u originarias de otras tierras de las Indias, pero no de España. Se vendían allí pescados, legumbres y todo tipo de menestras, puestas en géneros botados en el suelo. Se dictaminó entonces que se levantasen unos galpones o toldos para la venta de  productos en el costado oriente de la plaza.
El lugar donde se emplaza hoy el Mercado, era conocido como El Basural. Al ser un paso obligado hacia el Puente de Cal y Canto fue convirtiéndose en una feria espontánea.
Al comienzo del Siglo XIX  el Cabildo ordenó que se instalaran allí las carretas que venían del norte para aplicar allí los aranceles y  revisar las mercaderías.
En los tiempos de la Patria Vieja El Basural servía para los ejercicios de tropas, y para revistas de los batallones. Don Juan José Carrera usaba ese lugar para ensayar cargas de sus granaderos a caballo. De puente a puente se realizaban estos ejercicios.
El aspecto de ese Mercado original que se incendió en 1864 era colorido y pintoresco, pero lleno de riesgos para la higiene y por lo tanto para la salud de los ciudadanos. Aunque los puestos eran mejores que los de la Plaza de Armas, la fealdad de esta Recova era extrema.
Durante el gobierno de José Joaquín Prieto, en el año 1868, la Municipalidad quiso construir un nuevo Mercado. Se encargaron los planos a Manuel Aldunate y Fermín Vivaceta. Ellos pensaron en un pabellón cuadrado, y en una estructura metálica que se encargó a Inglaterra. La ornamentación estuvo a cargo de Nicanor Plaza. A mediados de 1872  el edificio del Mercado Central se encontraba listo para entrar en operaciones. Pero antes de ser entregado a su uso normal, Benjamín Vicuña Mackenna decidió presentar allí una gran exposición de las Artes e industrias. A toda prisa se armó una variopinta exposición con objetos manufacturados en tierras chilenas. En otro extremo del salón, el público se deleitaba con los pinturas entre las cuales se destacaban los cuadros cuequeros de Caro pintados en Valparaíso. La exposición se inauguró el 15 de septiembre de 1872. En dos carros del ferrocarril urbano decorados por guirnaldas flores y banderas llegaba el  presidente de la República, los ministros y miembros de la Universidad. Años más tarde, en 1915 se  se inauguró en el centro del mercado una pila de mármol con una estatua de bronce cuyo autor es el escultor Carlos Lagarrigue.
El Mercado actual es un icono de la ciudad y centro turístico y gastronómico donde las delicias del mar dan un irrefutable testimonio de una chilenidad plena y vigente. Que bello sería que sus trabajadores conocieran la historia de este acogedor lugar y pudiesen ilustrar al visitante chileno y extranjero, con una breve pincelada de ese romanticismo en que nació este emblemático recinto que tan bien representa al ser chileno y santiaguino.

martes, 6 de agosto de 2013



LA PIOJERA

Se calcula que este simbólico enclave santiaguino, ya estaba en pie para la Guerra del Pacífico (1879). Los sedientos y polvorosos combatientes de la guerra que entraron por el camino de La Cañada, pasaron a este ranchito a saciar su sed. Se dice que por aquellos años se llamaba La Viña o La Parra. Ha tenido diferentes nombres y razones sociales a través de su historia, (recuerdo haber leído en una boleta “Club Social Hogar Democrático) pero siempre ha gozado de la predilección de bohemios y artistas que encontraron en este local, un genuino espíritu chileno y republicano. En otra época se permitía traer comida y hasta se facilitaban los utensilios como fuentes ,ollas y menaje de todo tipo para que cliente se sintiese a su gusto. Afuera había caseros que proveían de buenas tortillas de rescoldo y huevos duros a los parroquianos. También había muchachitos provistos de mallas de limones para la venta, ya que debido a la proximidad del Mercado, la mayoría de las provisiones con que llegaban los clientes eran mariscos. Se pasaban tardes enteras, bebiendo y gozando las delicias de mar. Era otro Santiago, más distendido, más relajado, más provinciano.
El afamado pintor chileno Arturo Pacheco Altamirano fue un asiduo cliente del local, al punto que había una mesa con una placa reservada “ad eternum” para él.
Ramón Vinay célebre y legendario referente de la lírica de Chile de todos los tiempos, encaramado en una pipa , deleitó al público con una memorable interpretación de un área la famosa “Aida”, no sin antes beberse unos buenos pipeños.
Cuenta la leyenda que su nombre se debe al Presidente Arturo Alessandri Palma, que cuando lo llevaron a visitar el lugar exclamó: “¡Y a esta Piojera me trajeron!”
La calle Ayllavilú de antaño donde se ubica este símbolo santiaguino sabe de sórdidas historias de pintarrajeadas prostitutas nocturnas a la caza de algún incauto pasado de copas, que llegará sin un peso a su casa, tras su escaramuza por estos barrios.
Hoy la cultura popular lucha por imponer su sabiduría ante la impudicia y se puede asistir a un agradable tramo donde coexisten locales de películas de culto, chaquetas rockeras de cuero, discos, cds piratas, libros y una que otra excentricidad.
La Piojera está convertida en el epicentro de la cultura popular contemporánea representa la vigencia de una chilenidad alternativa creadora y cautivadora que se opone a la transculturación foránea que carcome nuestras raíces. La Piojera está llamada a preservar lo nuestro : las pichangas exuberantes, las empanadas, el pernil con papas cocidas, los incomparables terremotos, y todas las exquisiteces populares que le ponen “Ingundia” al ser santiaguino y chileno.


LA VEGA CENTRAL

“Después de Dios está La Vega” Así reza este slogan axiomático en las paredes exteriores de la Administración de este colorido, vigoroso y pujante mercado, que desde la época colonial ha sentado sus reales en el sector de La Chimba (Recoleta). Con la construcción del Puente de Cal y Canto en el siglo XVIII una gran cantidad vendedores y feriantes comenzaron a instalarse en sus inmediaciones. En el siglo XIX el sector ya era conocido como “La Vega del Mapocho”. Fue por esos días que se delimitó y ordenaron los terrenos destinados para ofrecer productos para el consumo humano. Parecía que la cornucopia se hubiese derramado en medio de este recinto. A pesar de pulular en sus instalaciones una pléyade de ebrios consuetudinarios e infelices a los que la vida parece haber dejado de lado, La Vega es un lugar de tradiciones chilenas que acoge con mano franca a todos los hijos del pueblo. Desde la madrugada comienza aquí un trajín incesante. Actividad por todas partes. Los cargadores parten el día con buen caldo de patas con ají y un “tecito” (una taza de vino tinto o blanco) para paliar el frío inclemente. A mediodía los gritos vendedores de papas, ¡mi zapallo es puro chocolate! ¡las lechugas frescas! ¡de La Serena las manzanas! ¡casera lleve las clementinas! ¡De Paine las sandillas!. Las vendedoras de las cocinerías ofrecen una inimaginable cantidad de platos populares, partiendo por los porotos con riendas, con chicharrones, cazuela de vacuno, caldo de patas, pollo al jugo con arroz, carne a la cacerola, tallarines con carne picada. Un verdadero festín de olores y sabores que hablan de un Chile vivo y vigente. Una de las picadas más emblemáticas de La Vega es la de Tía Ruth donde sus exquisitas sopaipillas, mote con huesillos y pescados fritos son el deleite de sus numerosos comensales que llegan de todas partes a degustar sus manjares populares.
Estos son los barrios de Fray Andresito, un sencillo franciscano protector de los desvalidos que nació en las Islas Canarias (España) y murió con olor a santidad (1853) en la iglesia Recoleta Franciscana: su fama crece cuando al exhumar su cuerpo se dieron cuenta que estaba incorrupto. Su sangre milagrosa permanece líquida en un frasco y ha pasado por diferentes estudios que dan ribetes de milagro a este inusual fenómeno. Fray Andrés García Acosta, no solo fue un limosnero de su orden religiosa, sino que fue venerado en vida por sus milagros y predicciones. Incluso predijo el día de su muerte: el 14 de enero de 1853. Su alma plena de humildad y sabiduría le hizo notoria fama que él siempre rechazo con indiferencia y en cambio siempre dio una palabra de apoyo a quien lo necesitara. Hoy un museo en el Hall de la Recoleta Franciscana exhibe sus mínimas prendas de vestir y sus escasos utensilios. Así Fray Andresito se metió profundamente en el corazón de Chile, tal como lo testimonían los centenares de placas de agradecimiento que existen en su morada recoletana.

martes, 9 de julio de 2013

LA CASA DE TOCAME ROQUE


El sector de la ciudad donde hoy se ubica la calle Manuel Rodríguez, se llamó en los tiempos anteriores a la Independencia, Guanguali - murmullo de agua - Por aquellos andurriales, que en esos años eran los extramuros de Santiago, no se veía sino ranchitos pajizos y tendales de ropa. El olor a romero y arrayán y algunas acequias a tajo abierto, llenaban el aire de murmulleos cantarinos que hacian más soportable la vida del pobrerío que habitaba allí. Hasta que un día la mala ocurrencia de algún Señorón, hizo deshacer el encanto del arrabal y poner en la esquina norponiente donde termina la calle Agustinas un galpón de paja guarnecido por un altillo donde siviera de vivienda y caseta de vigilancia para los capataces, estableciéndo en ese lugar una venta de esclavos. Eran los tiempos en que se hablaba mucho de a protección al indio, y aceptada su igualdad en el cristianismo, los monarcas españoles para aliviar su servidumbre, instituyeron el tráfico de esclavos.
El Marqués de Casa Real afrontó este despreciable tráfico de ébano humano importándolos desde las costas africanas vía Buenos Aires y Mendoza para los ingenios del Perú, y las casonas aristocráticas de Santiago. Por la Cañada de San Lázaro (asi se llamaba antes de convertirse enla Alameda de las Delicias) entraban engrillados por los tobillos, en dolorosa y atroz peregrinación los infelices negros traídos a sangre y fuego, o transados por aguadierte en los Puertos de Embarque. Con paso cancino transitaban estas "novedosas piezas de servicio" hacia el galpón, no sin arrastrar penosas pestes que diezmaban el piño humano.
Hacía de mayoral de la casa un mulato de nombre Roque, el que ofrecía los negros por diversos precios. Desde 200 hasta 1.000 pesos. Los negros eran ofrecidos bien lavados con agua de las acequias y el mulato destacaba las cualidades de cada uno. Los compradores revisaban minuciosamente la mercadería. Los hacian levantar recios pesos, los hacían encorvarse, les revisaban los pies y la dentadura. Los negros apiñados en el galpón no veían otra salida a su desgracia, que el ser vendidos a alguna casa grande donde su vida pudiese tener algo de alivio. Por eso entre estos infelices había una frase común para llamar su atención: "Tócame Roque" gritaban con lángida esperanza de salir del atroz hacinamiento y mala vida. El pobrerío del llano bautizó el lugar como "La casa de tócame Roque". Se dice que un gran señor santiaguino hizo una fortuna con este depreciable comercio.
En los tiempos de la independencia La Casa de Tócame Roque seguía en pie, aunque desocupada desde el tráfico de los negreros.
Pero su lúgubre vida anterior había llenado de tal espanto al pueblo, que pasada las oraciones nadie se atrevía a transitar por esos andurriales. En las noches de tempestad se oían los lamentos guturales de los desdichados y el silbar de las rachas de viento imitaban el chasquido del rebenque, con que el capataz catigaba las carnes laceradas de los bozales negros.


miércoles, 3 de julio de 2013

EL CAFE TORRES




El Palacio Íñiguez, lugar donde ha funcionado por décadas la mítica Confitería Torres, fue centro de reunión de políticos e intelectuales del pasado: Allí  se conmemoraron los primeros 100 años de la República de Chile, en el mes de Septiembre del año 1910. Estos actos de celebración fueron encabezados por Emiliano Figueroa, tras la muerte del presidente Pedro Montt quien fallece en Bremen (Alemania) en agosto de 1910. Le sucedía como Vice presidente Don Elías Fernández Albano, pero éste, fallece a dos semanas de la celebración, producto de un resfrío tomado durante las exequias del presidente. En ese escenario asume don Emiliano Figueroa la segunda vice presidencia, por ser el ministro más antiguo en ejercicio, en este caso en la cartera de Justicia. El brindis se hizo con vino Oporto ante los invitados de Chile y el extranjero. También en este legendario rincón santiaguino se  inventó el famoso sandwich consistente en un emparedado de carne y queso fundido llamado "Barros Luco" en honor al presidente de Chile, quien era un asiduo visitante del local. Don Ramón era vecino del sector y gustaba de pasar tardes enteras en el café degustando sete sandich inventado por él. También nace en sus instalaciones ese trago tradicional de Chile llamado "Cola de Mono", y se dice que el secreto de la sabrosura de la bebida, era que la leche con aguardiente se revolvía con un palo de guindo.
Otro ilustre asiduo visitante era Don Arturo Alessandri Palma, quien con su acostumbrada picardía pasaba después de las Paradas en el Parque Cousiño (hoy Parque OHiggins) y ordenaba al personal: "Tráiganme un jarro de chicha, que ando con los fierros calientes".
Don Arturo también gustaba de pasar tardes enteras en el local junto a su perro Hulk. Un gran danés, manso como un cordero. En una ocasión sus rivales políticos asistieron acompañados de otro Gran danés y lo azuzaron en contra del pasivo Hulk. La feroz pelea no se hizo esperar y la quebrazón de vasos, tazas, sillas y otros enseres fue espantosa. Don Arturo le siguió juicio a los autores del desaguisado, obligándoles a pagar los daños causados en el local.

La calle Dieciocho lugar donde es encuentra el palacio Iñíguez  (esquina de Alameda) había sido "entablada" en su base de adoquines, para que la aristocracia que vivía por los alrededores, no sufriera los ruidos de los cascos de los caballos y los carruajes que pasaban por allí.

Santiago es dueño de tantos lugares que nos hablan de su historia y su pasado romántico, que es necesaria la conservación de lo que todavía queda en pié para el disfrute y conocimiento que quienes lo habitamos hoy.


BARRIO HUEMUL

A PIE POR SANTIAGO (CRÓNICAS DE LA CIUDAD)

A sólo unas cuadras del corazón mismo del barrio Franklin se abre a la mirada un barrio que pasa desapercibido a los ojos del visitante santiaguino. Muchos ignoran que existe. Se trata del Barrio Huemúl, la mejor muestra de dignidad de una población hecha para obreros hace una centuria. Quienes hemos tenido la oportunidad de conocerlo, sabemos de sus calles apacibles, con niños en eterno juego, con vecinos sonrientes y dispuestos a transmitir la historia de su amado barrio. Un barrio a escala humana con colegio, teatro, comercio, parroquia, biblioteca, banco. De un sorprendente romanticismo arrancado de otra época. La primera ciudad satélite de Santiago. El proyecto fue creado por el arquitecto Ricardo Larraín Bravo , y presentado al presidente de la república don Ramón Barros Lucos en el año 1910. Constaba de 166 casas y se construyó en una superficie de 25.343 metros cuadrados.
Su gente defiende la condición de sociabilidad de su barrio y es uno de los enclaves más bellos que tiene este Santiago singular y vigoroso.
Se ubica a pasos de la Estación Metro Franklin (desde Gran Avenida hacia Panamericana Sur- De Este a Oeste). Su plaza es atravesada por calle Bio Bio de Este a Oeste. Hacia el Este en dirección al Sur se ubica la calle Algarrobo y hacia el Oeste en dirección Sur a Norte se ubica la calle Waldo Silva.
El Proyecto fue desarrollado en etapas, bajo diferentes presidencias y distintos arquitectos. Así nacieron los barrios Huemúl 1, Huemúl 2 y Huemúl 3. Las palmeras que adornan la Plaza fueron traídas desde Islas Canarias (España) . Para la construcción de las casas se trajeron clavos triangulares desde Inglaterra, vigas de maderas finas y planchas de zinc. Además por primera vez se usaron bloques de cemento en su construcción.
Nuestra inmensa Premio Nóbel de Literatura Lucila Godoy Alcayaga (Gabriela Mistral) vivió un tiempo en este bello barrio. En calle Waldo Silva Nº 2132. Tenemos que aprender a valorar y ver con otros ojos las luces y sombras de esta sorprendente metrópolis, tan olvidada a veces. Santiago de Chile es muchisimo más que bocinazos, smog y ruido. Coexisten en su seno lugares como la Población Huemúl donde el tiempo parece haberse detenido.

EL PARQUE FORESTAL

Cuando el ingeniero José Luis Coo puso término a los trabajos de canalización el rio Mapocho quedó un terreno de veinte manzanas entre el rio y el Tajamar. En 1892 Paulino Alfonso, hombre de bien, propuso crear en ese lugar parques y jardines, instalar obras de arte, construir un teatro, la Escuela y el Palacio de Bellas Artes. Los años pasan y el presidente de Chile es Germán Riesco, hombre de pocas luces al decir de muchos, en cuyo gobierno se vivió una fiebre bursátil y un oscuro periodo de especulación. La baja constante de la moneda, los estallidos populares y su sofocación (huelga de trabajadores de la compañía de vapores en Valparaíso 1903, huelga de la carne en 1905, huelga de Antofagasta en 1906) son un preludio a ese cambio fundamental que se espera con el ascenso de Arturo Alessandri Palma en 1920. En ese confuso ambiente comienza a engrendarse el milagro del Parque Forestal. El intendente Enrique Cousiño presidió una comisión designada el 18 de diciembre de 1900 por el gobierno. En tres meses presentó un informe que proponía la creación de un parque entre las calles de Las Claras (hoy Mac Iver) y el Camino de cintura (hoy Av. Vicuña Mackenna). El proyecto fue aprobado y el arquitecto paisajista Jorge Dubois comenzó los trabajos con cien hombres que ganaban un peso y veinte centavos diarios. En 1905 el parque tenía mil cien metros de largo por ciento setenta de ancho. Los árboles eran siete mil setecientos y los aportes vinieron de la Quinta Normal, del criadero de árboles de Nos, de Salvador Izquierdo, de Ascanio Bascuñán Santa María quien donó algunas palmeras de su hacienda de Ocoa. A los árboles se sumó en 1902, la laguna que duró hasta 1944, año en que la desecaron. En abril de 1920 el parque fue terminado.
Este maravilloso paseo acogió por años a una pléyade de notables poetas, escritores, músicos y cuequeros que se reunian bajo las sombreadas veredas a conversar y dar rienda suelta a todo el talento joven de aquellos locos años veinte. En los setenta, bajo la influencia de Woodstock, aquel festival y congregación hippie de tres días de paz, música y amor celebrado en Bethel, New York en 1969, tuvo su réplica chilena en los prados de este bucólico parque. Se reunian allí centenares de hippies criollos a experimentar con marihuana y hacer música día y noche. El Parque Forestal también ha sido la alcoba amatoria de generaciones juveniles, paseos familiares y contorsionistas circences que han hecho de este parque su lugar de encuentro. Abierto a la comunidad, presidido por la hermosa Fuente donada por la colonia alemana residente, este pulmón vegetal también es un magnífico lugar para el esparcimiento y parte de la chilenidad que se construye a diario.
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LA VISECA



Por Chuchunco abajo (Estación Central) más propiamente en calle Exposición 126 existe un mercado colorido, vigoroso y de pura estirpe popular, conocido como La Viseca (nadie sabe porque le dicen así). Debe tener más de 150 años al decir de uno de los propietarios más antiguos. Nació como un Mercado erigido como una gran ramada sin cemento ni fierros. Eran locales de adobe montados uno al lado del otro como un gran cité, que nace de manera espontánea como un punto de encuentro de campesinos que llegaban en tren o a lomo de mula desde sectores campesinos aledaños para vocear sus mercaderías. Venían de Peñaflor, Talagante, Melipilla. Traían canastas con huevos, jabas de seis inocentes y cautivas gallinas presintiendo su fatal destino en las ollas de los citadinos que gustan de los auténticos sabores del campo. Pollitos de un día, de 30 días, pollitos para criar, rezan los desteñidos letreros que cuelgan de los travesaños locatarios. Conejos, chanchos, frutos secos, alimento para mascotas. No había distinción de clases sociales. De todas parte venían a comprar a este sórdido y sorprendente rincón de Santiago.
En lugares como este nace la Cueca Brava chilenera, alegre y chinganera. Aquí se armaban maratónicas jornadas de canto cuequero a la rueda, acompañado de chispeante chicha y buenos asados. El tañar de panderos y el firme zapateo de punta y taco, llenaba el aire de sones, de chilenidad pura y verdadera, que hace hervir la sangre, y que aún por estos días pervive en una nueva casta de jóvenes cultores que han hecho de la cueca, una forma de seguir construyendo esta identidad nuestra. Visitar La Viseca es regresar al Santiago rural de los primeros años de la república, a su pureza, a su picardía inextinguible. Por aqui anduvo el inmortal Nano Nuñez con el Perico y el Baucha, rescatando el material que se transformó en un centenar de cuecas con que Los Chileneros señalaron el camino de la cultura musical y popular de nuestra patria. ¡Salud , vida y gloria a este pedazo de la historia popular de Chile!

SANTIAGO DEL 900

Santiago en el año 1900 tiene una población de trescientas mil personas. La capital no tiene alcantarillado, ni pavimento, ni agua potable suficiente, ni habitaciones higiénicas para el pueblo, ni baños públicos, ni nada. La primera impresión de Santiago en las cercanías de la Estación Central (Chuchunco) es la de un sitio pervertido en donde toda la ruindad tiene cabida. Edificaciones pequeñas, vetustas, de adobes mal encubiertos y mal enlucidos, faroles de Café Chino, telones de circo de arrabal. El ir y venir continuo de gente de mala catadura, de manta deshilachada, harapienta, calzados con ojotas de cuero, pantalones arremangados y las piernas cubiertas de mugre.
El olor de comidas baratas, de grasa, subía a tibias bocanadas desde las cocinerias y chicheles de dudosa reputación. Gritos estridentes de ebrios y carreras de pequeños landronzuelos huyendo despavoridos con el botín recién hurtado entre sus brazos.
Así era el daguerrotipo arrabalero, doloroso y distante de otros barrios recién iluminados por el gas de acetileno que la firma Gleisner trae y que es considerado el último adelanto del siglo XX. “Claridad igual a luz eléctrica de arco”. En 1908 aún quedaban 192 calles alumbradas por 2.252 faroles de petróleo. No había automóviles en el Santiago de 1900. Solo carruajes,
carretas y birlochos. Una muchedumbre de ambulantes vocean sus mercaderias en plena calle polvorienta. El día se inicia con el grito matinal de las calduas, las de horno calientitas, las tortillas el tornillero,
el buen medio de lechugas, de zapallo el buen medio, pejerreyes frescos, erizos gordos, las perdices frescas, los huevos, las escobas, los plumeros.
Había como hoy, otro Santiago que raramente se mezclaba con su hermano. En la Plaza de Armas de la ciudad, los sobretodos elegantes de Pineaud, las levitas y esclavinas, los sombreros de cotton, paseaban indiferentes y lejanos a ese otro mundo popular.
En la Casa Prá, que ya usaba luz eléctrica en 1883, una enorme gallina
automática, luego de depositársele 5 centavos, ponía un precioso huevo de lata lleno de pastillas de chocolate. Los niños jugaban al diávolo, que era un desafío arrancado de Las Mil y Una Noches, y cuya seducción alcanzaba a los mayores. Otros muchachitos corrían con aros metálicos por las calles perturbando el caminar anciano hacia la iglesia. Había tanto que disfrutar para quien pudiera darse gustos. Más tarde los pasteles de milhojas de la Pastelería Camino. O había que ir donde el fotógrafo Heffer, cuyo estudio estaba bajo el Hotel Oddó, en Huérfanos casi al llegar a Ahumada, en una Galería abierta a la calle con vitrinas que parecian acuarios.
Así fuiste en el pasado y asi eres hoy. Asi creciste con tus hijos, con tus luces y tus sombras, con tu agonía y tu éxtasis, con tu estremecedora y degarradora realidad de la abundancia y la miseria hermanados bajo la misma bandera, bajo el mismo cielo azulado de la dulce patria. Santiago del 900, Santiago penando estas.

CALLE ESTADO

Adosado al muro de entrada del Edificio España en el centro de nuestra ciudad, existe una placa que dice: " Calle del Estado. Asi denominada desde enero de 1825, por decreto del Intendente Don Francisco de la Lastra. En tiempos del Reino primero se llamó Calle del Alguacil Mayor y después Calle del Rey , por realizarse en ella el paseo del Estandarte Real. Instituto de Conmemoración Histórica, 1962”.
Esta breve reseña contiene una parte de la historia y genealogía de esta vieja arteria santiaguina. Allí en efecto vivió el, primer Alguacil Mayor Don Juan Gómez de Almagro en cuya casa fueron encerrados por orden del mismísimo Pedro de Valdivia, a raiz de una conspiración planeada en su contra por el hidalgo Don Martín de Solier, Alonso de Chinchilla, y desde allí mismo conducido al cadalso preparado en el Cerro de Santa Lucía una mañana de agosto 1541. Hasta el propio Martín de Solier fue recluído allí, asi como el resto de los conspiradores y luego decapitado en la Plaza de Armas y no ahorcado en el cadalso de Santa Lucía como los demás.

La noche del 13 de mayo de 1647 un terrible y espantoso terremoto sacudió y redujo a escombros a Santiago. En medio de la oscuridad fue sacado en andas desde la Iglesia de San Agustín y llevada hasta la Plaza de Armas, la imagen del Señor de la Agonía ante la cual imploraban a voces misericordia los afligidos habitantes de la ciudad. Pero grande fue su sorpresa al constatar que la corona de espinas que tenía la imagen de Cristo, había rodado hasta quedar en la garganta de manera inexplicable hasta nuestros días. Cuando el obispo Agustino Gaspar de Villarroel trató de sacar la corona desde el cuello del Cristo, vino un fuerte temblor que impidió la maniobra. Luego trató nuevamente de sacar la corona y se produjo otra violenta réplica, lo que hizo desistir finalmente de sus intentos y dejar la imagen tal como permanece hasta hoy. Desde entonces pasó a llamarse “Señor de Mayo” o “Cristo de Mayo” y todos los viernes concurría gran número de personas a rezarle. La imagen de Cristo había sido labrada por el fraile Agustino Pedro de Figueroa y desde esa fecha cada 13 de Mayo la reliquia es paseada en procesión por el centro de Santiago para conmemorar los hechos que le dieron fama.
No es cierto que la imagen hubiese sido mandar a tallar por Catalina de los Rios y Lisperguer, que vivía a pocos pasos de la Iglesia. Mucho menos que la hubiese tenido en su lujosa residencia, y la hubiese hecho arrojar a la calle porque el Señor le pusiera malos ojos, cuando azotaba sin piedad a sus esclavos y empleados. “Fuera de mi casa...¡Yo te conocí naranjo!” habría dicho La Quintrala en alusión al origen de la madera en que fue tallada la imagen. Todo es parte de una distorsionada leyenda, y tampoco estamos seguros que el pueblo santiaguino conozca el origen de
tan respetable devoción.

A PIE POR SANTIAGO (CRONICAS DE LA CIUDAD

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SANTIAGO DEL 900
Santiago en el año 1900 tiene una población de trescientas mil personas. La capital no tiene alcantarillado, ni pavimento, ni agua potable suficiente, ni habitaciones higiénicas para el pueblo, ni baños públicos, ni nada. La primera impresión de Santiago en las cercanías de la Estación Central (Chuchunco) es la de un sitio pervertido en donde toda la ruindad tiene cabida. Edificaciones pequeñas, vetustas, de adobes mal encubiertos y mal enlucidos, faroles de Café Chino, telones de circo de arrabal. El ir y venir continuo de gente de mala catadura, de manta deshilachada, harapienta, calzados con ojotas de cuero, pantalones arremangados y las piernas cubiertas de mugre.
El olor de comidas baratas, de grasa, subía a tibias bocanadas desde las cocinerias y chicheles de dudosa reputación. Gritos estridentes de ebrios y carreras de pequeños landronzuelos huyendo despavoridos con el botín recién hurtado entre sus brazos.
Así era el daguerrotipo arrabalero, doloroso y distante de otros barrios recién iluminados por el gas de acetileno que la firma Gleisner trae y que es considerado el último adelanto del siglo XX. “Claridad igual a luz eléctrica de arco”. En 1908 aún quedaban 192 calles alumbradas por 2.252 faroles de petróleo. No había automóviles en el Santiago de 1900. Solo carruajes,
carretas y birlochos. Una muchedumbre de ambulantes vocean sus mercaderias en plena calle polvorienta. El día se inicia con el grito matinal de las calduas, las de horno calientitas, las tortillas el tornillero,
el buen medio de lechugas, de zapallo el buen medio, pejerreyes frescos, erizos gordos, las perdices frescas, los huevos, las escobas, los plumeros.
Había como hoy, otro Santiago que raramente se mezclaba con su hermano. En la Plaza de Armas de la ciudad, los sobretodos elegantes de Pineaud, las levitas y esclavinas, los sombreros de cotton, paseaban indiferentes y lejanos a ese otro mundo popular.
En la Casa Prá, que ya usaba luz eléctrica en 1883, una enorme gallina
automática, luego de depositársele 5 centavos, ponía un precioso huevo de lata lleno de pastillas de chocolate. Los niños jugaban al diávolo, que era un desafío arrancado de Las Mil y Una Noches, y cuya seducción alcanzaba a los mayores. Otros muchachitos corrían con aros metálicos por las calles perturbando el caminar anciano hacia la iglesia. Había tanto que disfrutar para quien pudiera darse gustos. Más tarde los pasteles de milhojas de la Pastelería Camino. O había que ir donde el fotógrafo Heffer, cuyo estudio estaba bajo el Hotel Oddó, en Huérfanos casi al llegar a Ahumada, en una Galería abierta a la calle con vitrinas que parecian acuarios.
Así fuiste en el pasado y asi eres hoy. Asi creciste con tus hijos, con tus luces y tus sombras, con tu agonía y tu éxtasis, con tu estremecedora y degarradora realidad de la abundancia y la miseria hermanados bajo la misma bandera, bajo el mismo cielo azulado de la dulce patria. Santiago del 900, Santiago penando estas.




jueves, 20 de junio de 2013

LA ESTACION CENTRAL




A PIE POR SANTIAGO (CRÓNICAS DE LA CIUDAD)

Aunque resulte increíble, muchas autoridades se opusieron a la construcción de la Estación Central. Un connotado senador y canónigo, Don Juan Francisco Meneses, decía que el ferrocarril iba a producir la quiebra en los intereses de la mayor parte de los habitantes del Estado. Francisco Antonio Pinto y Andrés Bello defendieron el proyecto. Lo trataron de "miserable aventurero". Nada menos que al autor del Código Civil. El Presidente del Senado chileno, José Miguel Irarrázabal advertía que el ferrocarril arruinaría a las empresas de birlochos, tropas y carretas.
Finalmente y tras muchos dimes y diretes, el 14 de Septiembre de 1857, el gobierno de Manuel Montt inaugura el ferrocarril entre Santiago y San Bernardo. En 1887 el primer director de ferrocarriles Don Eulogio Altamirano, presentó un proyecto de ampliación de la Estación. La monumental estructura metálica fue hecha en Francia. Su peso era de mil toneladas y fue fabricada en las usinas de Creusot, la misma que construyó la estructura del viaducto del Malleco, y los puentes del Mapocho. Su diseño pertenece a Gustavo Eiffel. Su imponente estructura asombra a los transeúntes de la época, pero los aclimata al nuevo gusto europeo. Su instalación en el sector llamado Chuchunco, no era un barrio ideal para este propósito. Por sus rincones merodeaban sujetos de de mala cara y mujeres de dudosa reputación. Todos protagonistas de asonadas nocturnas, asaltos, jolgorio y mala vida que hacían difícil el normal tránsito de pasajeros y turistas.
Hoy La Estación Central se ha ganado un legítimo lugar en el alma santiaguina, y no hay quien no haya viajado desde sus instalaciones al litoral central, o al sur de Chile. En sus alrededores coexiste una vida bullanguera, chinganera, cuequera brava, llena de historias, animitas celébres, mercados informales y picás gastronómicas centenarias. Un vigoroso comercio con Terminales de Buses, Universidades, Clínicas, vendedores ambulantes van delineando la chilenidad de este Chuchunco popular. No caben en estas líneas todo lo que significa nuestra Estación Central, pero sin duda representa un lugar de encuentro y de nítida identidad chilena.

SANTIAGO Y SUS CALLES


A PIE POR SANTIAGO (CRÓNICAS DE LA CIUDAD)

¿Cuanto sabrán las calles de Santiago de su historia en más de cuatro siglos de existencia?. Las calles tienen alma. Sienten como nosotros. Todas se identifican con la tradición y la estructura de la ciudad...Han cambiado, pero son las mismas que crecieron entre el cerro Santa Lucía y las turbias aguas del Mapocho. Ha medida que ha pasado el tiempo se ha ido enriqueciéndo el alma que en ellas infundieron los conquistadores. Santiago y sus calles no son otra cosa que el resultado de generaciones que aportaron, cada uno en sus distintas etapas y sin proponérselo - adobe y totora, ladrillo y tejas, cemento y fierro - una identidad que las caracteriza y distingue de otros pueblos de Chile.
Las primeras calles que el alarife Pedro de Gamboa trazó a lienza, debieron protegerse con cercas de afilados espinos, y otros arbustos, amén de rústicas empalizadas, ya que eran muy pocas las que tenían viviendas. Las manzanas constaban de 138 varas de largo separadas por calles rectas de 12 varas de ancho. Las calles más antiguas de Santiago son (sin contar la Alameda de las Delicias) La de las Agustinas (antes de Pedro Martin) La calle del Alguacil Mayor, después Del Rey ( hoy Estado). Santo Domingo (antes de Santiago de Azoca). La de Ahumada (antes Lázaro de Aránguiz) Nombres y apellidos de los conquistadores que poseyeron viviendas en ellas, como lo afirman los amarillentos protocolos que yacen en el Archivo Nacional. Otras nombres se debieron a congregaciones religiosas que se establecieron en ellas. Por ejemplo la de la Compañía, o la de Las Claras (hoy Mac-Iver).
La de San Antonio sin embargo tiene una historia distinta. La tradición oral dice que en el Siglo XVII todas las quinceañeras acudían todos los miércoles en procesión por El Callejón del Licenciado Pastene o Callejón del Socorro, a pedirle al santo un marido cariñoso y pudiente. La imagen de San Antonio estaba en una de las naves de la Iglesia de San Francisco y podia verse a la distancia, ya que el portón lateral de la, iglesia se abría esos días. La rogativa al taumaturgo hizo que el nombre derivara al de Calle de San Antonio.
Pero el pueblo y nadie más que él podía bautizar a sus calles con nombres llenos de gracia, tales como la calle del Galán de la burra (Erasmo Escala) Del Ojo Seco (Juan Mackenna) del Peumo (Amunategui) de la Botica (Morandé) La calle de la Pelota (San isidro) y muchos otros que nos hablan de un Santiago pretérito y romántico, donde cada día va delineándo una nueva fisonomía, una nueva impronta...Santiago amado y bello cuanta falta hace redescubrir tu pasada identidad , tu nobleza, tu estirpe, tu picardía...

viernes, 14 de junio de 2013

EL CEMENTERIO GENERAL


A PIE POR SANTIAGO (CRÓNICAS DE LA CIUDAD)

Tras los pesados portones de la entrada se abre a la vista esta ciudad silente enclavada en la Comuna de Recoleta. Es el Cementerio General de Santiago, llamado por el vulgo "El Patio de los Callados". Fue inaugurado por Bernardo O'Higgins el 9 de diciembre de 1821. Cuenta de 86 hectáreas y donde se encuentran cerca de dos millones de personas sepultadas. Originalmente no podían ser sepultados allí los protestantes, llamados "disidentes"en esa época. Sólo en 1854 se crea el Patio de Disidentes Nº 1. Hasta que en 1871 se establece la sepultación sin distinción de credos. En la antiguedad los fallecidos con recursos económicos eran enterrados en las iglesias, junto a obispos y dignatarios. Los más pobres eran enterrados al lado de afuera en lugares llamados Campos Santos. Hubo uno en San Francisco por el lado de Alameda y otro al extremo sur de calle Santa Rosa. Son miles las historias que se tejen en este campo santo y sus inmediaciones, incluídos los "Quitapenas" que existen en todas las regiones de Chile.
Una de las más célebres anécdotas es la narrada por Pablo Neruda en su libro "Confieso que he vivído", respecto al poeta Alberto Valdivia conocido entre sus amigos y pares como "Cadáver Valdivia", por la extrema delgadez de su figura. Todas las noches anteriores al 1º de noviembre, se le agazagaba con una cena, dentro de las exiguas posibilidades económicas de estos poetas, siempre con hambre. A las doce de la noche en punto, partía una romería hasta el Cementerio General, donde el Cadáver Valdivia era dejado en la plena puerta de la necrópolis, provisto de algo de vino unos sandwichs y algunos pesos para que se movilizara posteriormente. Él aceptaba silente y gustoso esta tradición y a los dos o tres días aparecía como siempre en cenáculos y bares sin mencionar palabra y esperándo que la tradición se repita el proximo 1º de noviembre. Alberto Valdivia murió en 1938 esta vez cruzó el ancho umbral de la puerta donde reza en su arco: "Ancha es la puerta...pasajero avanza".




EL CERRO SANTA LUCIA

A PIE POR SANTIAGO (CRÓNICAS DE LA CIUDAD)

Los indígenas lo llamaban Huelén, que en mapudugún significa: "dolor, melancolía, o tristeza" aunque su nombre actual se debe al día en que Pedro de Valdivia se apoderó del cerro (el 13 de diciembre de de 1540) día que recuerda a Santa Lucía. No obstante la directa ligazón entre Benjamín Vicuña Mackenna y el cerro, se hace dinámica a partir de su nombramiento como Intendente de Santiago (20 de abril de 1872). Con sesenta reos sacados del presidio e instalados en el Castillo Higaldo, comenzaron los trabajos de remodelación del cerro. Ese refugio de maleantes, de covachas inmundas y lugar de la "Hez del pueblo" se convirtió en un hervidero de laboriosos trabajadores que a pesar de los reclamos de los vecinos, por la lluvias de piedras salpicadas de las faenas, hicieron del cerro un lugar habitable para la gente. Rápidamente se trajeron naranjos del Maipo, Palmas de Ocoa y Cocalán y diez mil carretilladas de tierra vegetal de la chacra Cifuentes, en Tajamares. La inauguración del Paseo de Santa Lucía ocurrió el martes 17 de Septiembre de 1872.
Entre 1820 y 1872 hubo en el cerro un cementerio. No todos los condenados a muerte, así como los disidentes y los suicidas podían ser enterrados "en sagrado", por lo que eran enterrados en las laderas rocosas del oriente del cerro: Podía leerse en una inscripción: "A los expatriados del cielo y la tierra, sepultados durante medio siglo". El gran hacedor Don Benjamín Vicuña Mackenna falleció el 25 de Enero de 1886 y fue sepultado en la Ermita del Cerro, que construyera Andrés Staimbuck, el cantero dámata que trabajara con el por años. Son algunas semblanzas de este maravilloso jardín en medio de la ciudad.
Hoy el Cerro Santa Lucía es un verdadero orgullo de Santiago, bastión de enamorados, liceanos cimarreros, pulmón vegetal de este agobiado Santiago. Un hermoso lugar para vistar en familia y lograr que se transmitan de generación en generación el disfrute de esta naturaleza y ojalá se conozca su extensa e impresionante historia.

LA QUINTA NORMAL

A PIE POR SANTIAGO (CRÓNICAS DE LA CIUDAD)

En 1838, durante el gobierno del apático y lúgubre José Joaquín Prieto se fundó la Sociedad Nacional de Agricultura. Con el fin de brindarle facilidades para su funcionamiento, el presidente en su mensaje de 1841, habla de cederle un pequeño fundo en las cercanías de la ciudad para el estudio de una ciencia que está en directa relación con la riqueza nacional. En ese año el Estado de Chile le compró a José Santiago Portales y Larraín, "padre los Portales y Palazuelos y dueños de todo lo que hoy es el barrio Yungay", una hijuela de 16 cuadras. Posteriormente se adquirieron terrenos hasta completar 132 hectáreas. Al año siguiente el Ministro de Hacienda Manuel Rengifo anuncia que se ha hecho una calle de 30 varas de ancho aledaña a la hijuela y que debe comunicar en rectitud el Camino a Valparaíso, con la Cañada o Alameda de las Delicias. Habría de llevar el nombre de Matucana con el propósito de exaltar aquel combate anterior a la batalla de Yungay. En 1853 se construye Jardín Botánico y el Invernadero bajo la dirección de Rodolfo Philippi. También funcionó allí el a partir de 1882 el Jardín Zoológico de Santiago, siendo trasladado al Parque Metropolitano en 1925.
Así nacía la Quinta Normal y sus primeras plantaciones estuvieron a cargo del naturalista Claudio Gay. Pinos, Abetos, Encinas y otros árboles de alta estatura fueron plantados allí. La Escuela Práctica de Agricultura se ponía en marcha con 30 alumnos bajo la inspección de García Reyes.
Este recinto fue durante años la sede de innumerables exposiciones agrícolas.
Nadie imaginó en la transformación que tendría este mundo vigoroso, colorido y popular llamado Quinta Normal, cuyo apogeo se fija por el año 1930. Lugar imperdible para el paseo dominical de las familias chilenas, punto de encuentro irrenunciable para los enamorados, alma del pueblo santiaguino. La Quinta Normal es un ícono de la ciudad y del mundo popular, a veces venida a menos, pero imperecedera, acogedora, nuestra. En Septiembre, los sabrosos olores de los asados y las innumerables pichangas familiares llenan sus prados de una increíble algarabía, que revela una chilenidad vigente, viva, plena de foclor, artesanía, gastronomía , fiestas religiosas y fervor popular. Salud y vida a la bella Quinta Normal.