viernes, 25 de septiembre de 2015

A PIE POR SANTIAGO (CRONICAS DE LA CIUDAD)

EL CERRO SAN CRISTOBAL
Su nombre original es "Tupahue" que el quechua signifia "Centinela". Lo de San Cristóbal (guía de los caminantes) vendría más tarde. En 1903 se instaló en la cúpula un observatorio astronómico. Los primeros bultos incluían un telescopio de 37 pulgadas de diámetro y unos ochenta kilos de lentes. El presidente Germán Riesco aprobó el proyecto, el Club de Tiro cedió los terrenos y el Observatorio comenzó sus operaciones ante la mirada curiosa de los aldeanos.

El 28 de agosto de 1907 fue la primera vez que un automóvil subió al San Cristóbal. Los diarios vieron en ello una hazaña. una "peligrosa empresa". Sólo la audacia de unos jóvenes podía no escuchar los consejos de los mayores. En un auto RES de 2 cilindros Federico Dear Mather y cuatro compañeros lograron su objetivo en quince minutos partiendo desde Plaza de Armas hasta el Observatorio Lick.
La primera piedra del monumento a la Virgen se colocó en 1904. Se tomó como modelo la Virgen de la Plaza España de Roma, y con el apoyo del ministro chileno en Francia, Enrique Salvador Sanfuentes, se logró que los trabajos de fundición los hiciese la casa Val D'osne. Pesaba treinta y seis toneladas y catorce metros de altura. Para instalarla donde está hoy, fue necesario usar carretas y troncos arrastrados por bueyes.
Alberto Mackenna Subercaseaux, Intendente de Santiago quiso en 1916, lograr una transformación del cerro, empeñándose en la pavimentación de las avenidas que permiten el acceso, instalando el Funicular e inaugurando el Jardín Zoológico en mayo de 1925.
Desde entonces millones de paseantes, escolares, pololos, ciclistas y la familia chilena en general, han disfrutado de este punto neurálgico de este Santiago tan bello y sorprendente, Santiago es una de las pocas ciudades que cuenta con cerros en su contexto urbano. Más adelante nos referimos a estos maravillosos enclaves con que cuenta esta ciudad tan desconocida a veces. Grande Santiago querido y bizarro.

miércoles, 15 de julio de 2015

EL PROFE JACK BROWN




La Peña Antilén estaba ubicada en Alameda casi al frente del Cerro Santa Lucía. Fue nuestro refugio en los oscuros días de la dictadura, y por su escenario desfiló un variopinto número de artistas que soñaban con una patria distinta y libre. Aunque funcionaba en un subterráneo del local, cosa que pudiese parecer oculta, era muy acogedora y agradable y quizás este hecho era de una significativa complicidad con los centenares de artistas emergentes que expresaron su sentir sobre el escenario. Tras una breve escalinata de pocos escalones se llegaba a un espacio lleno de mesas donde nos congregábamos y cruzábamos el umbral de la noche conversando, discutiendo, bebiendo el generoso vino tinto que abrigó las madrugadas musicales de esa época.

De cuando en cuando llegaba un tipo algo mayor, de gruesos bigotes, fornido todavía que gustaba de incorporarse a la velada y cuando hablaba nos hacía callar, a veces con una inusitada insolencia. Decía llamarse Jack Brown. Yo no lo conocía aunque me intrigaba esta suerte de lecciones de vida que nos daba. Cuando hablaba el profe no volaba ni una mosca. Su nombre real era Caupolicán Montoya y había sido la primera voz de la mítica orquesta Huambaly. Demás está decir que la orquesta Huambaly es la primera orquesta rítmica de Chile de los años 50 y su fundador Carmelo Bustos, un saxofonista y amante del jazz contagia con su idea a Jack Brown y Luis Córdova y a otros músicos nacionales con los que compartieron más de quince años de éxitos. Los integrantes originales de la Huambaly fueron: Lucho Kohan, saxo y director, Jack Brown voz, Roberto Acuña trompeta, Pastor Gutiérrez trompeta, Carmelo Bustos saxo y clarinete, Fernando Morillo piano, Raúl Angel contrabajo, Lucho Córdova batería y Oscar Salazar tumbadoras. Jack Brown se retira en 1954 y es reemplazado por Humberto Lozán.
Cuando el profe Jack visitaba la peña ya venía de vuelta de los desengaños y vivía en una pequeña pieza que el Centro Cultural Mapocho que estaba en Alameda y Victoria Subercaseaux, le prodigaba quizás como reconocimiento a su trayectoria. Hoy cuando se habla de la orquesta Huambaly habitualmente el nombre de Jack Brown no se menciona. Sólo figura Humberto Lozán, que sin duda fue quien se proyectó con la orquesta. Pero no se puede olvidar a quienes tuvieron el mérito fundacional de tan prestigiosa agrupación musical. Además Jack Brown fue un versátil hombre de radio donde hacía un personaje dedicado a los niños. “La Hormiguita Cantora y el Duende Melodía” se llamaba un espacio que se transmitia por allá por el año 1955 por las ondas de Radio Chilena. Él era el duende melodía. Fue él quién cambió la “G” del nombre de la orquesta por la “H” que sonaba más tropical. Vaya un minúsculo homenaje al querido profe Jack Brown, quien compartió parte de sus días al calor de las noches de la inolvidable Peña Antilén.

lunes, 11 de mayo de 2015

PALO DE GUINDO

Diciembre comenzaba a instalarse en Santiago con sus cálidas brisas  primaverales y un especial regocijo llenó de alegría el corazón de don Germán Herpel. Después del diario afeite, se dirigió a su dormitorio y buscó en el vetusto ropero de tres cuerpos con puertas bombé, un estuche de cuero. Era largo como si se tratara de la batuta de un director de orquesta. Salió de su casa con su estuche bajo el brazo y de muy buen humor tomó la cotidiana locomoción y como siempre cruzó la ciudad hasta llegar a Alameda con Dieciocho. Hacía muchos años que trabajaba  en “El Torres” esa legendaria y mítica confitería fundacional de Santiago enclavada en el antiguo casco aristocrático de la ciudad. Allí era famoso como barman que gozaba de gran prestigio. Pero este 1º de diciembre como todos los primeros de diciembre, era especial.

Apenas llegó se puso un largo delantal blanco y su toca cocinera. Trajo la leche. Eran 13 litros que puso a hervir sola. En otro fuego puso una olla con 2 litro de agua. Ahí puso a hervir 1.600 de azúcar y 4 cáscaras de limón. En un tercer fuego y en 1 litro de agua hizo hervir ½ kilo del mejor café. Buscó unos clavos de olor, ralló una nuez moscada, unos pocos palos de canela, uno de vainilla y los tiró a la leche. La dejó enfriar latamente. Revisó el diario mientras esperaba con la paciencia de monje tibetano. Cuando los brebajes estuvieron fríos, los mezcló vertiendo uno tras otro sobre la leche reposada. Primero el azúcar disuelta, luego el café. Cogió los  4 litros de aguardiente de Chillán, y los fue vertiendo despacito para no cortar la leche. Luego ¼ litro de Ron, una copa de cacao. Desenvainó desde el misterioso estuche un fornido palo de guindo con el que dio inicio a la ceremonia de revolver lentamente, con movimientos paquidermos y parsimoniosos para ir mezclando todos los sabores y secretos de los mágicos ingredientes del sublime Cola de Mono que año a año Don Germán preparaba con la maestría de sus años, su sapiencia del oficio y el profundo amor por ser parte de llevar la batuta de este arte. . Si no se revolvía con el palo de guindo no quedaba a punto, decía don Germán. Esta receta rendía 23 litros de esta espectacular bebida nacional que ha cruzado generaciones enteras que se han regocijado bebiendo este mágico brebaje. La verdad es que el Cola de Mono del Torres gozó de gran prestigio por muchos años, quizás más allá de los ingredientes, la magia y la mística puesta por don Germán completaba la excelencia de la obra. El 31 de diciembre, limpiaba pulcramente el palo de guindo y lo guardaba en su estuche, hasta el 1º de diciembre del año venidero.

jueves, 29 de enero de 2015

LA TIA CARLINA


Todos los días a la hora de la misa de la tarde, en las imponentes puertas de la Iglesia de Santo Domingo se ubicaba una joven con una canasta a vender pan amasado. Lo hacía a diario para poder ayudar a su madrastra que se había hecho cargo de ella cuando junto con su madre fueron abandonadas por su padre, un paco de mala vida que había sido exonerado del Cuerpo de Carabineros de Chile que las abandonó sin ninguna contemplación. Una amiga de su madre, la señora María, las había acogido en su casa por conmiseración hacia la orfandad en que habían quedado. Al poco tiempo falleció su madre y quedó definitivamente sola en este mundo. Desde entonces cumplía con su compromiso de ayudar a su madrastra con la venta del pan. Tenía unos 15 años y mientras acomodaba la mercadería recordaba su infancia colchagüina, corriendo entre las chacras a pie descalzo. Luego vino la insoportable vida en el conventillo de Santiago donde pasaron muy malos momentos.
Había crecido y su fisonomía había cambiado.
Un día un viejo que paseaba por el frontis de la iglesia se detuvo a mirarla y su vista se clavó en sus senos con descaro. Carlina sintió la insistente mirada del lascivo transeúnte y como es lógico y natural su primera reacción fue la de asco y desprecio por el infame.
De pronto el sujeto le hizo una propuesta indecente: le dijo que le compraría todos los panes que tenía en el canasto si lo dejaba tocarle los senos. Ese sería su pasaporte (según sus propias palabras) para salir adelante en la vida. De ahí en lo futuro esa parte de su fisonomía se convertiría en el deleite de cuanto pasajero se detuviese a sus plantas. Ella provocaba intencionalmente a su público rebajando cada vez más breve su escote sensual.
La venta de pan quedó atrás y Carlina se asiló en una de las “Casas de Tolerancia” de Santiago regentada por “La Mamy” ubicada en Moneda 22.
Cuando muere la Mamy Carlina toma las riendas del lenocinio y comienza a construir su imperio.
Sus comienzos la señalan en la calle Maipú, cerca de Alameda según testimonian los cuequeros de la época que eran número artístico habituales de la casa.
Pero sin lugar a dudas su apogeo lo logró en su casa de calle Vivaceta Nº 1226 donde llegó a hacerse de un capital regentando un lenocinio llamado La Palmera.
La maledicencia popular dice que senadores de la república, jueces, altos funcionarios públicos y gente de la alta sociedad eran asiduos visitantes de su casa, y gracias a sus avisos anticipados, nunca tuvo problemas ante las repentinas visitas de las comisiones de salubridad y de alcoholes que se efectuaban con regularidad por parte de las autoridades.
Una de las máximas atracciones que ofrecía La Tía Carlina era un grupo coreográfico de travestis llamado “El Blue Ballet”.
Su primera figura era Candy Dubois, nombre que adoptara después de sus veinte años en Europa donde actuaba bajo el nombre artístico de Candy Santiago. Su verdadero nombre fue Candelaria Patricia Manso Seguel. Nació el 24 de Agosto de 1942. Cuando niño imitaba a Sarita Montiel y cantaba para los pescadores de la Caleta El Membrillo, en Valparaíso. De joven se integró al inédito cuerpo de baile que formara Paco Mairena, su eterno tutor y padre adoptivo. Partió al extranjero (Francia) con un grupo de amigos bailarines y trabajó en Boites y Casinos. Regresó culta, refinada y casada, hablando fluidamente cinco idiomas. (inglés, francés alemán, italiano, y español) . Reina del transformismo chileno, cubrió con un halo de absoluto misterio su especulada operación de cambio de sexo. Años después el under santiaguino rescataba el valor que tuvo para enfrentar esta situación tan difícil, como lo es ser homosexual en Chile. Incluso grupos Rock como Los Tres, en su video clips de su trabajo "La espada y la pared" y La Ley se acercan a su estética y hasta filman los video clips de sus éxitos en "Le Trianón" restaurante de corte francés de los años cincuenta, con cortinas de terciopelo, muy propio del esplendor de esa época, que se ubica por las inmediaciones del barrio Brasil.
Candy llegó a ser la vedette más cotizada del under santiaguino. Murió el 21 de mayo de 1996 y de sus labios nunca salió el secreto a voces de su origen varonil. Se casó ante Dios y la Ley en Francia y a mediado de los ochenta regresó a Chile, hasta que el cáncer se metió en su cama y en un feroz estertor se la llevó al más allá.

Si bien la prostitución, la llamada profesión más antigua del mundo ha tenido en Santiago diversos escenarios La Tia Carlina brilla con luces propias en la imagineria popular de Chile.