EL BARRIO BANDERA
Las calles tienen alma, tienen identidad, lo habíamos dicho en otras
oportunidades. Pero el barrio Bandera fue por así decirlo el epicentro
juvenil de los locos años 20. En aquella época la bohemia poética,
artística, literaria, musical y pictórica se daba cita en los
legendarios bares y restaurantes que iluminaban la noche santiaguina.
Deambulaban de bar en restaurant una pléyade de personajes encopetados,
obreros, oficinistas, aspirantes a escritores, músicos y vagabundos de
toda clase. Diego Muñoz era un joven estudiante que se incorporaba a
este delirante medio. Estudiaba leyes y al mismo tiempo incursionaba en
cursos de dibujo, acariciando la idea de ser un pintor. Un buen día
llegó una gran noticia: un nuevo local abriría sus puertas y Diego Muñoz
corrió a ofrecerse para decorarlo. El nuevo empresario aceptó la oferta
de Diego y el acuerdo quedó sellado. El local se llamaría Zeppelín. El
valor de la decoración era de diez mil pesos de la época, y el joven
pintor se puso manos a la obra, creando unos murales de figuras humanas
geometrizadas. Sin embargo el pacto establecía que la mitad de los
honorarios sería pagado en efectivo y la otra mitad en un crédito
cervecero que le artista tendría abierto para su consumo. La botella de
cerveza valía un peso por aquellos días. Pero Diego Muñoz consiguió un
precio para el trato de sólo veinte centavos. Eso significaban 25.000
botellas de Maltas y Pilseners que cambiaron su vida y la de sus amigos
entre los que se contaban: Pablo Neruda, Julio Ortíz de Zárate, Isaías
Cabezón, Alberto Rojas Jiménez, Lalo Paschín. Entre todos ellos se
bebieron aquel inmenso río de cerveza en el curso de no tanto tiempo.
También por el barrio Bandera existió el Zum Rhein donde se consumían
todo tipo de platos criollos. La Antoñana, el Hércules, Don Lalo (El
rey del pescado frito), El Far West, la peluquería La Peñita, Deportes
Escuti, cuyas vitrinas eran decoradas por grandes fotografías con
escenas de partidos de fútbol del Mundial de 1962, forman parte del
acerbo cultural mapochino.
La calle Bandera debe su nombre al
pueblo, y al ingenio comercial de Don Pedro Chacón y Morales, un antiguo
cabildante y honorable comerciante perseguido por el régimen realista y
que soñaba con la llegada de un mundo mejor. Ante la inminente debacle
financiera de su tienda, ubicada en esta calle esquina de Huérfanos,
debido al empobrecimiento general del pueblo, tras el advenimiento de la
nueva república naciente en 1818. Ya no se vendían sus hilos de oro, y
plata, choletas y creas y una cantidad indefinible de productos de
procedencia francesa. Ya no venían sus antiguas clientas godas que
detenían sus calesas frente a su tienda. Esperanzado en que los nuevos
tiempos de 1819 trajera bonanza y libertad de comercio, Don Pedro
esperaba en vano a sus nuevos clientes tras los grueso mesones. Por
aquellos días la bandera de la patria vieja ideada por Los Carrera,
cedía su lugar al nuevo emblema patrio. Ahí Don Pedro comenzó a
desarrollar su ingenio. Hizo confeccionar una gigantesca bandera de la
nueva república, la que izó frente a su tienda en una gran asta. La
bandera flameó majestuosa, gloriosa y bella, lo que atrajo a una gran
cantidad de vecinos que se apiñaron frente a su tienda a admirar el
nuevo emblema en que relucía una estrella de pura plata como bordada de
los manto de las vírgenes.
Con el intenso ajetreo de la gente,
comenzó a cobrar vida y movimiento el comercio de la calle. Nuevos
propietarios de tiendas y pulperías nacieron en torno a la tienda de Don
Pedro quién posteriormente llegó a ocupar un cargo de diputado. Cuando
las damas eran consultadas acerca de donde adquirían sus esplendidas
telas, ellas respondían: “La compré en la Bandera hijita…” Así el nombre
se entronizó primero en la cercanía de la tienda y posteriormente en
toda calle.
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