viernes, 25 de octubre de 2013



EL CERRO BLANCO


Nuestro humilde y ancestral Cerro Blanco (declarado monumento nacional en el año 2000) antes del 1500 era habitado por pueblos mapuche, quechua y picunche. Servía de gran mirador, centro ceremonial y de reunión para las tribus indígenas, cuyos testimonios en las rocas llamadas “tacitas” por su forma similar a una taza, donde molían semillas de Peumo, muestran una roca sólida y blanca . El gran cacique Huechuraba, Señor de la zona a la llegada de los españoles, ejercía allí sus dominios y habitaba a los pies del cerro. Durante la conquista iniciada por Pedro de Valdivia en el año 1541, Doña Inés de Suárez manda a construir una Ermita en lo alto del cerro y posteriormente durante La Colonia construye una Capilla a sus plantas conocida como “La Viñita”, para el culto a la Virgen de Monserrat, la llamada virgen morena, patrona de Cataluña. Se puede decir que desde este cerro comenzó la conquista y la propagación de la fé católica. Este templo se vino abajo con el gran terremoto de 1647 por lo que se levantó otra Capilla que también fue demolida a posteriori. La iglesia fue construida en 1834 con la técnica colonial del adobe, pero corresponde a la época republicana. En el siglo XIX se venía en peregrinación en el día de la virgen, en el periodo de adviento y las familias pasaban a los faldeos del cerro a disfrutar de una tarde recreativa. Fue declarada monumento nacional en 1990.
El cerro sirvió de cantera para muchas edificaciones como los, pilares del Puente de Cal y Canto, la iglesia de Santo Domingo y hasta el mismísimo Joaquín Toesca visitó el cerro para elegir las mejores piedras para la construcción de La Moneda.
Los delincuentes de Santiago se encomiendan a esta virgen negra de Monserrat antes de cometer sus fechorías por lo que se conoce cono la virgen de los lanzas. Lanza es la “germanía” que identifica a los delincuentes que delinquen mediante golpes rápidos tras lo cual huyen a toda carrera. “Germanía” es una jerga catalana de hermandad entre los ladrones de Barcelona de donde se atribuye el nombre de Monserrat  donde la Ermita original está enclavada en medio de una montaña escarpada en forma de sierra que servía de refugio a los forajidos. Este mismo propósito cumplió el Cerro Blanco por largos años en la ciudad. En su faldas proliferaron hasta entrada la década del setenta, precarias viviendas convirtiéndose en un ca,pamento donde nadie se atrevía a entrar y era el refugio de los delincuentes capitalinos.

jueves, 17 de octubre de 2013



LA PLAZA DE ARMAS I

Desde el comienzo de la vida social santiaguina, la Plaza de Armas fue el espacio polvoriento cruzado por una pestilente acequia, donde convergían animadamente el vecindario después de la misa o cuando ocurría algún acontecimiento importante, como el paseo del Estandarte Real, el cumpleaños de alguna autoridad, o el ajusticiamiento de algún aborígen. Durante los primeros diez años de la colonia la vida humana se concentró en Santiago. El puñado de españoles llegados a Santiago vivían rodeado de una masa de indios hostiles que sumaban más de un millón.
Por aquella época el aspecto de la Plaza de Armas era de un cuadrado desierto de campo eriazo, En el sector norte había edificios de adobe y paja, con el Cabildo, la fundición real, la tesorería y la cárcel. Frente a estas vetustas construcciones se hallaba el rollo , es decir una columna de piedra que simbolizaba la jurisdicción donde se cumplían las penas de azotes y se fijaban las cabezas de los ajusticiados. El costado poniente lo ocupaba la iglesia que no era otra cosa que un tosco caserón con techo de paja levantado en el curso de doce años de grandes sacrificios. Los campos santos (cementerios de los pobres) la rodeaban con sus sencillas cruces de madera. El aspecto de la Catedral de hoy corresponde al quinto edificio construido en el mismo lugar. En general la plaza era muy fea, incluso frente a la cárcel se cocinaba en enormes marmitas la ración alimenticia de los condenados y las cenizas permanecían allí por largo tiempo, lo que afeaba aun más la árida plaza. Las casas eran de un solo piso, salvo contadas excepciones. El piso de la plaza estaba sembrada de hoyos producto de la fabricación de los adobes para los murallones de la iglesia.
En 1789 por acueductos subterráneos llegó el agua hasta la pila de bronce. El año anterior la plaza estaba sin empedrar y llegaban hasta allí las carretas y bestias de carga que traían las verduras, las frutas y los demás artículos que abastecían el consumo de la ciudad. Los carreteros encendía enormes fogatas para desentumecerse y cocinar sus alimentos. El la calle del Rey (hoy calle Estado) y del Portal de Sierra Bella (hoy Portal Bulnes en la zona oriente de la plaza) se instalaban en precarias tiendas y carpas los vendedores de botas y ojotas.
La vieja pila fue trasladada a La Moneda con posterioridad, y en su reemplazo se instaló la “Pila de Rosales” obra hecha en mármol de Carrara y el agua salía por en hocico de unos caimanes.
Cuenta la leyenda que en 1876 un pobre campesino creyente en Dios y las ánimas, paseaba por la Plaza de Armas de Santiago, cuando un comerciante de la época le ofreció una estampa impresa de la Virgen de Carmen. Después de mucho insistir el campesino se convenció y se dispuso a la compra. Grande fue su sorpresa que al momento de tomarla, la estampa voló por los aires a pesar de no correr ni una sola brisa y de intentar alcanzarla de varios modos. La estampa siguió volando, hasta detenerse en los terrenos donde más tarde se levantó primero una capilla y luego el templo de tres naves que es la Iglesia de La Estampa del barrio independencia.

jueves, 3 de octubre de 2013

EL RIO MAPOCHO


EL RIO MAPOCHO

Los conquistadores lo consideraron apacible y calmo, rutinario . En verano era apenas un tímido correr de agua que se paseaba campesino y plebeyo y que una vez al año andaba borracho armando camorra entre los barrios rurales de Santiago del siglo XVII. Se desencadenaba con fuerza sobre la ciudad, inundando todo a su paso con su torrente indómito.
En 1574 los horrorizados habitantes no pudieron dormir en sus casas, presa de un pánico incontrolable huyeron despavoridos hasta el cerro Santa Lucía y ahí esperaron a que las aguas bajasen. En mayo de 1779 el Mapocho arrasó con la ciudad y trajo una peste de “calenturas bastardas” que le pueblo llamó “el malecito”.
De sus aguas se proveyeron los ciudadanos por muchos años. En 1557 por acuerdo del Cabildo se ordenaba que fuesen de cal y ladrillo las acequias al interior de las casas y que tuviesen reja de “rayo fijo” a la entrada de ella. En enero de 1578 el Cabildo acordó que se trajera a la fuente de la plaza de la ciudad, agua de Tobalaba y Apoquíndo ya que las del río Mapocho eran muy turbias, no se podía beber y causaban grandes enfermedades a la gente. Solo por el 1861 se hizo el primer estudio de agua potable para la ciudad. Pero Santiago no tenía porque avergonzarse de sus miserias porque ni Paris, ni Londres eran superiores en ese aspecto. Sin embargo el fin de sus correrías mapochinas habrían de llegar a su fin. El presidente Balmaceda, un magnífico y visionario realizador, al quien se le enrostrara que su amor por las obras públicas arruinarían al país, ordenó la canalización del Mapocho desde Las Cajitas de Agua (hoy Plaza Italia) hasta Manuel Rodríguez. La severa destrucción que una avenida del río había causado al puente de Cal y Canto llevándose tres de sus arcos aceleraron el proceso. Puentes de acero reemplazaron al de cal y canto. La monumental obra se debió al ingeniero José Luis Coo, y la canalización quedó terminada en septiembre de 1891. En el curso de la obra compitieron las usinas de Creusot de Francia, que ejecutó el viaducto del Malleco y la firma Lever Murphy y Compañía que en su fundición de Caleta Abarca había construido por puentes del Maule, del Laja y del majestuoso Bio Bio. Los puentes metálicos cobijaron por los años sesenta hasta el setenta a un enjambre de niños huérfanos que vivirían bajo sus plantas, y que subían a la calle a pedir limosna, a causar lanzazos, a colgarse en los troles y robar lo que pudieran. Una novela titulada “El Río” de Alfredo Gómez Morel refleja de manera nítida, estremecedora y tierna la infancia que el autor vivió en carne propia. Incluso esta obra fue llevada al radioteatro en la época de oro de la radiotelefonía nacional. El Mapocho, el Sena santiaguino al decir del vulgo bromista sigue silente y solapado reuniendo la fuerza para hacernos ver de cuando en cuando que con su naturaleza no se juega. Y ha habido momentos en que el puente Pio Nono, y el puente Bulnes se han visto al puto de la sozobra ante la fuerza araucana del Mapocho.