miércoles, 6 de abril de 2016

A PIE POR SANTIAGO ( CRONICAS DE LA CIUDAD)

MI ABUELITA ROSA NEGRETE SILVA

Mi abuelita tomó el frasco de la parafina de su cocina marca “Alma” y medio lo llenó de combustible, lo puso boca abajo en el dispensario y prendió la cocinilla levantando levemente su quemador. Cuando hubo gasificado correctamente dejando una llama azulosa puso encima un par de sólidas planchas de fierro por largos minutos mientras se hacía cargo de otros quehaceres de la casa. Sus sábanas de planchar lucían impecablemente blancas aunque algún leve tostado delataba el descuido de otras jornadas. Planchó con la delicadeza de sus años los puños y cuellos de la camisa ajena y la fue colocando junto a la otra ropa que debía entregar por la tarde. Así se ganaba unos pesos para aportar a la economía de la casa y darle lucha a la vida que se presentaba siempre difícil por esos días. Después cuando la tarde caía en La Pampilla coquimbana tomó su canasto, guardo la ropa para la entrega y partió hacia la casa de sus clientes.

Regresó tarde, algo cansada y con una nueva carga de ropa para lavar. Y aunque los desengaños, las penurias cotidianas y estrecheces habían dejado una huella en su rostro como un rictus de pena eterno, su maravillosa manera de encarar la adversidad la convertía en una persona alegre, que llenó de interminable ternura y sus canciones de cuna fueron verdaderos himnos de amor a sus nietos.
Resuelta a no permitir ninguna amargura cogió un par de marraquetas añejas y puso a remojar los panes en una fuente con una taza de leche. Cuando los panes estuvieron blandos agregó ½ taza de azúcar, 3 huevos ligeramente batidos y una pizca de canela.
Puso todo este contenido en una budinera enmantequillada y los metió al horno por unos 40 minutos. Después dejó enfriar su fuente y la cubrió con paño limpio. Cuando la preparación estuvo fría, cortó trozo a trozo esos maravillosos colegiales, ese emblemático dulce chileno que nos acompañó en tantas jornadas escolares matutinas. El milagro de hacer estos pasteles de la nada hacían de mi abuelita un ser único, inolvidable y mágico que llenó el alma de nuestra infancia de su cariño irrenunciable. Hoy parecen postres un tanto desaparecidos de nuestras vidas, pero eran una maravilla que se deleitaba con gusto camino a la escuela Nº 5 de Coquimbo.