martes, 10 de mayo de 2016

A PIE POR SANTIAGO, CRÓNICAS DE LA CIUDAD


WILFREDO VALENZUELA ITURRIAGA

Cuando la tarde dejaba caer sus sombras sobre la ciudad, la guitarra parecía cobrar vida propia en nuestra oficina-taller de diseño gráfico. Empezaban a llegar los amigos y moneda solidaria por aquí y moneda solidaria por allá se hacía la cuota para comprar un buen par de botellas de pisco y a la pasada íbamos donde la casera que vendía huevos duros y tortillas amasadas y que cada día se instalaba en Alameda con Arturo Prat hasta altas horas de la madrugada. Nos entregaba el pedido en un cucurucho de papel y nos pasaba unos papelillos con una pizca de sal para los huevos.
Llegaba Iván Cardemil, y su entusiasmo vivo, Sergio Segovia “El Toco” un viejo cantor popular de barba canosa y melena. Su imagen tenía algo de esos viejos guerrilleros cubanos. Cantaba a pausas y con una melancolía que daba a su estilo una impronta única. Cuando no, aparecía Julio Serey y nos deleitaba con su voz privilegiada. Ni hablar de Fernando Aguirre. El guatón además de ser nuestro profesor se había convertido en un gran amigo. Alvaro García no se perdía estas reuniones de canto y sueños. Hasta el chico Palacios hacía un alto en su peregrinar para beber un par de copas con nosotros. Jorge Castillo se lucía como sólo él sabe hacerlo cantando hasta enronquecer.
Los viernes, embriagados de juventud nos dirigíamos a nuestro refugio por aquellos días. La Peña Antilén frente al cerro Santa Lucía donde nos encontrábamos con una pléyade de artistas emergentes con los que estrechábamos la amistad y reafirmábamos nuestros sueños libertarios.
Pero cada vez que llega abril recuerdo a mi entrañable camarada de canto y farra Wilfredo Valenzuela Iturriaga desaparecido prematuramente de nuestras vidas, pero nunca de nuestro corazón y aunque han pasado 12 años de su partida no he olvidado la fuerza de su guitarra, la potencia de su voz y su preclara inteligencia. Con el pasamos grandes e inolvidables jornadas y estuvimos juntos cantando cuando La Casona de San Isidro estaba por Avenida España, o por San Miguel teloneando a Los Prisioneros invitados por el papá de Jorge González cuyo nombre artístico era “Koke Rey” y que practicaba el desaparecido arte de la fonomímica. O en Il Succeso restaurant que todavía pervive en las inmediaciones de Plaza Italia. También incursionamos en una peña de viernes en calle Amunategui donde su canto presente gozó de gran afluencia de público. Tantos y tantos recovecos de este Santiago nocturno por donde el metal de su voz dejó su huella.
Hace falta la presencia de Wilfredo en nuestras vidas, hace falta tu voz y tu guitarra entrañable amigo pero debes saber que estés donde estés seguiremos recordando lo mucho que aportaste a nuestra existencia. ¡ Salud pelao! ¡Porque nadie muere cuando se le recuerda mierda…!

A PIE POR SANTIAGO, CRÓNICAS DE LA CIUDAD

UN CANTOR INOLVIDABLE
Un tímido niño pulsa las cuerdas de su guitarra sentado en el dintel de la puerta de su casa provinciana. La monotonía del ejercicio cae junto con la tarde combarbalina. El cromático ocaso se cierne sobre la desvanecida provincia pedrera.
En la mesa del rincón de la Peña Antilén, Fernando Aguirre afina levemente y al oido su guitarra. Está a punto de subir al escenario para entregarnos la potencia rebelde de su voz, su canto de amor y denuncia que crece y se agiganta en la privilegiada garganta del cantor. Canta con el dolor y la rabia de esos días oscuros. El aire se llena de plegarias al viento en la reminiscencia de sus coplas ausentes.
Su estentórea voz hace vibrar los corazones presentes mientras sus dedos se deslizan veloces y precisos por las cuerdas que se entregan dóciles a su talento innegable.
Cuando termina su catarsis baja extenuado del escenario, pero lleno de satisfacción en su rojo corazón combativo.
Canta en La Casona de San Isidro por Alameda arriba, en la Kamarundi por Arturo Prat abajo. Pasó por El Fortín o anduvo en San Antonio arrojando al mar las cenizas de Tilusa. Va con su canto por el Chile austral, y lleva brisas de su patria a los que viven fuera del terruño. Sabe de actos solidarios en la brumosa noche de vinos navegados y empanadas fritas de la pobre periferia santiaguina. En sus días grises alguna vez lo sorprendió la madrugada esperando en la soledad del cerro Santa Lucía que despunte el alba abrazado a las sinuosas caderas de su guitarra. En el ocaso de su vida caminó como un rey desterrado por otros derroteros y se fue desvaneciendo hasta volverse memoria. Nunca muerte, porque su creación sigue viva y coleando. Si cierras los ojos y agudizas el oido verás que es verdad. Fernando Aguirre viene cantando.