EL RIO MAPOCHO
EL RIO MAPOCHO
Los conquistadores lo consideraron apacible y calmo, rutinario . En
verano era apenas un tímido correr de agua que se paseaba campesino y
plebeyo y que una vez al año andaba borracho armando camorra entre los
barrios rurales de Santiago del siglo XVII. Se desencadenaba con fuerza
sobre la ciudad, inundando todo a su paso con su torrente indómito.
En 1574 los horrorizados habitantes no pudieron dormir en sus casas,
presa de un pánico incontrolable huyeron despavoridos hasta el cerro
Santa Lucía y ahí esperaron a que las aguas bajasen. En mayo de 1779 el
Mapocho arrasó con la ciudad y trajo una peste de “calenturas bastardas”
que le pueblo llamó “el malecito”.
De sus aguas se proveyeron los
ciudadanos por muchos años. En 1557 por acuerdo del Cabildo se ordenaba
que fuesen de cal y ladrillo las acequias al interior de las casas y que
tuviesen reja de “rayo fijo” a la entrada de ella. En enero de 1578 el
Cabildo acordó que se trajera a la fuente de la plaza de la ciudad, agua
de Tobalaba y Apoquíndo ya que las del río Mapocho eran muy turbias, no
se podía beber y causaban grandes enfermedades a la gente. Solo por el
1861 se hizo el primer estudio de agua potable para la ciudad. Pero
Santiago no tenía porque avergonzarse de sus miserias porque ni Paris,
ni Londres eran superiores en ese aspecto. Sin embargo el fin de sus
correrías mapochinas habrían de llegar a su fin. El presidente
Balmaceda, un magnífico y visionario realizador, al quien se le
enrostrara que su amor por las obras públicas arruinarían al país,
ordenó la canalización del Mapocho desde Las Cajitas de Agua (hoy Plaza
Italia) hasta Manuel Rodríguez. La severa destrucción que una avenida
del río había causado al puente de Cal y Canto llevándose tres de sus
arcos aceleraron el proceso. Puentes de acero reemplazaron al de cal y
canto. La monumental obra se debió al ingeniero José Luis Coo, y la
canalización quedó terminada en septiembre de 1891. En el curso de la
obra compitieron las usinas de Creusot de Francia, que ejecutó el
viaducto del Malleco y la firma Lever Murphy y Compañía que en su
fundición de Caleta Abarca había construido por puentes del Maule, del
Laja y del majestuoso Bio Bio. Los puentes metálicos cobijaron por los
años sesenta hasta el setenta a un enjambre de niños huérfanos que
vivirían bajo sus plantas, y que subían a la calle a pedir limosna, a
causar lanzazos, a colgarse en los troles y robar lo que pudieran. Una
novela titulada “El Río” de Alfredo Gómez Morel refleja de manera
nítida, estremecedora y tierna la infancia que el autor vivió en carne
propia. Incluso esta obra fue llevada al radioteatro en la época de oro
de la radiotelefonía nacional. El Mapocho, el Sena santiaguino al decir
del vulgo bromista sigue silente y solapado reuniendo la fuerza para
hacernos ver de cuando en cuando que con su naturaleza no se juega. Y ha
habido momentos en que el puente Pio Nono, y el puente Bulnes se han
visto al puto de la sozobra ante la fuerza araucana del Mapocho.
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