jueves, 29 de agosto de 2013



EL PUENTE DE CAL Y CANTO

El puente de Cal y Canto, fue una maravillosa obra colonial con que contó Santiago por poco más de un siglo. Estamos hablando del año 1767. Estuvo ubicado frente a la calle Puente (en la piscina escolar hay un monolito que señala el sitio exacto de su ubicación) y su obra se debió al laborioso Corregidor de Santiago, Don Luis Manuel de Zañartu, en la dirección de la obra que proyectara en ingeniero José Antonio Birt, utilizándose en los trabajos a reos y condenados a presidio, a los que hay que decirlo, maltrataba con increíble saña, debiendo enfrentar en reiteradas ocasiones las críticas del Procurador de los Pobres de la Real Audiencia por su trato con los caídos en desgracia. Los continuos gemidos de este terrible padecer de los infelices que trabajaban a pleno sol y con una vergonzosa desnudez, hizo alzar la voz de de autoridades eclesiáticas. Sin embargo los planes del Corregidor no se apartaron ni un ápice de lo presupuestado. Trece años demoró su construcción, y la proverbial tontería nacional lo hizo demoler bajo la administración del presidente Balmaceda. El puente medía 202 metros de largo, de los cuales 120 metros correspondían al ancho del rio. El resto eran ramplas necesarias para alcanzar la altura de la calzada. Se elevaba a más de 12 metros de altura sobre el rio y tenía en total 11 arcos de 9,2 metros de altura cada uno. Su estructura está hecha de Cal de Polpaico, rocas del cerro Blanco y más de doscientos mil huevos para pegar estos elementos. De los 11 arcos, tres nunca fueron tocados por las aguas y se convirtieron en letrinas públicas. La calle del Ojo Seco (hoy Juan Mackenna) se llamaba así porque era un ojo seco (arco) del puente que colindaba con dicha arteria.. El Puente de Cal y Canto fue un icono de Santiago y dió un gran auge al comercio. A partir de 1830, se ubicaban en cada pilar del lado poniente del puente unas garitas semicirculares que se convirtieron en tiendas que vendían frutas, baratijas, dulces y confecciones. Hubo Boticas ( al menos 5 de ellas) Panaderías, Bodegas de Vino, sombrererías, y hasta la imprenta del periódico La Estrella de Chile se instaló allí. Por la época del puente de Cal y Canto existía la leyenda de que el corregidor rondaba por las noches la ciudad, para corregir con mano de hierro los desmanes de rateros criminales que se negaban a trabajar. Don Luis Manuel de Zañartu se negó a recibir remuneración por su trabajo. Lo hacía por genuino servicio público. También fue el creador del convento del Carmen Bajo, en La Chimba, claustro donde internó para la contemplación a sus dos hijas. La demolición del Puente de Cal y Canto se produjo el 10 de agosto de 1888. Joaquín Edwards Bello, el gran cronista y retratista insuperable de nuestra idiosincrasia, ponía la demolición del Puente de Cal y Canto, entre las grandes catástrofes de nuestra historia. No dudaba en señalar que, con toda la técnica disponible, no sería posible de reconstruir una obra de tamaña belleza y dignidad.

miércoles, 21 de agosto de 2013


EL BARRIO BANDERA

Las calles tienen alma, tienen identidad, lo habíamos dicho en otras oportunidades. Pero el barrio Bandera fue por así decirlo el epicentro juvenil de los locos años 20. En aquella época la bohemia poética, artística, literaria, musical y pictórica se daba cita en los legendarios bares y restaurantes que iluminaban la noche santiaguina. Deambulaban de bar en restaurant una pléyade de personajes encopetados, obreros, oficinistas, aspirantes a escritores, músicos y vagabundos de toda clase. Diego Muñoz era un joven estudiante que se incorporaba a este delirante medio. Estudiaba leyes y al mismo tiempo incursionaba en cursos de dibujo, acariciando la idea de ser un pintor. Un buen día llegó una gran noticia: un nuevo local abriría sus puertas y Diego Muñoz corrió a ofrecerse para decorarlo. El nuevo empresario aceptó la oferta de Diego y el acuerdo quedó sellado. El local se llamaría Zeppelín. El valor de la decoración era de diez mil pesos de la época, y el joven pintor se puso manos a la obra, creando unos murales de figuras humanas geometrizadas. Sin embargo el pacto establecía que la mitad de los honorarios sería pagado en efectivo y la otra mitad en un crédito cervecero que le artista tendría abierto para su consumo. La botella de cerveza valía un peso por aquellos días. Pero Diego Muñoz consiguió un precio para el trato de sólo veinte centavos. Eso significaban 25.000 botellas de Maltas y Pilseners que cambiaron su vida y la de sus amigos entre los que se contaban: Pablo Neruda, Julio Ortíz de Zárate, Isaías Cabezón, Alberto Rojas Jiménez, Lalo Paschín. Entre todos ellos se bebieron aquel inmenso río de cerveza en el curso de no tanto tiempo.
También por el barrio Bandera existió el Zum Rhein donde se consumían todo tipo de platos criollos. La Antoñana, el Hércules, Don Lalo (El rey del pescado frito), El Far West, la peluquería La Peñita, Deportes Escuti, cuyas vitrinas eran decoradas por grandes fotografías con escenas de partidos de fútbol del Mundial de 1962, forman parte del acerbo cultural mapochino. 
La calle Bandera debe su nombre al pueblo, y al ingenio comercial de Don Pedro Chacón y Morales, un antiguo cabildante y honorable comerciante perseguido por el régimen realista y que soñaba con la llegada de un mundo mejor. Ante la inminente debacle financiera de su tienda, ubicada en esta calle esquina de Huérfanos, debido al empobrecimiento general del pueblo, tras el advenimiento de la nueva república naciente en 1818. Ya no se vendían sus hilos de oro, y plata, choletas y creas y una cantidad indefinible de productos de procedencia francesa. Ya no venían sus antiguas clientas godas que detenían sus calesas frente a su tienda. Esperanzado en que los nuevos tiempos de 1819 trajera bonanza y libertad de comercio, Don Pedro esperaba en vano a sus nuevos clientes tras los grueso mesones. Por aquellos días la bandera de la patria vieja ideada por Los Carrera, cedía su lugar al nuevo emblema patrio. Ahí Don Pedro comenzó a desarrollar su ingenio. Hizo confeccionar una gigantesca bandera de la nueva república, la que izó frente a su tienda en una gran asta. La bandera flameó majestuosa, gloriosa y bella, lo que atrajo a una gran cantidad de vecinos que se apiñaron frente a su tienda a admirar el nuevo emblema en que relucía una estrella de pura plata como bordada de los manto de las vírgenes.
Con el intenso ajetreo de la gente, comenzó a cobrar vida y movimiento el comercio de la calle. Nuevos propietarios de tiendas y pulperías nacieron en torno a la tienda de Don Pedro quién posteriormente llegó a ocupar un cargo de diputado. Cuando las damas eran consultadas acerca de donde adquirían sus esplendidas telas, ellas respondían: “La compré en la Bandera hijita…” Así el nombre se entronizó primero en la cercanía de la tienda y posteriormente en toda calle.

miércoles, 14 de agosto de 2013



EL MERCADO CENTRAL


El Cabildo de Santiago estableció en el año 1552 el primer Mercado Público de Santiago. Su ubicación: la Plaza de Armas.  En el sólo podía venderse cosas que hubiese en estas tierras, u originarias de otras tierras de las Indias, pero no de España. Se vendían allí pescados, legumbres y todo tipo de menestras, puestas en géneros botados en el suelo. Se dictaminó entonces que se levantasen unos galpones o toldos para la venta de  productos en el costado oriente de la plaza.
El lugar donde se emplaza hoy el Mercado, era conocido como El Basural. Al ser un paso obligado hacia el Puente de Cal y Canto fue convirtiéndose en una feria espontánea.
Al comienzo del Siglo XIX  el Cabildo ordenó que se instalaran allí las carretas que venían del norte para aplicar allí los aranceles y  revisar las mercaderías.
En los tiempos de la Patria Vieja El Basural servía para los ejercicios de tropas, y para revistas de los batallones. Don Juan José Carrera usaba ese lugar para ensayar cargas de sus granaderos a caballo. De puente a puente se realizaban estos ejercicios.
El aspecto de ese Mercado original que se incendió en 1864 era colorido y pintoresco, pero lleno de riesgos para la higiene y por lo tanto para la salud de los ciudadanos. Aunque los puestos eran mejores que los de la Plaza de Armas, la fealdad de esta Recova era extrema.
Durante el gobierno de José Joaquín Prieto, en el año 1868, la Municipalidad quiso construir un nuevo Mercado. Se encargaron los planos a Manuel Aldunate y Fermín Vivaceta. Ellos pensaron en un pabellón cuadrado, y en una estructura metálica que se encargó a Inglaterra. La ornamentación estuvo a cargo de Nicanor Plaza. A mediados de 1872  el edificio del Mercado Central se encontraba listo para entrar en operaciones. Pero antes de ser entregado a su uso normal, Benjamín Vicuña Mackenna decidió presentar allí una gran exposición de las Artes e industrias. A toda prisa se armó una variopinta exposición con objetos manufacturados en tierras chilenas. En otro extremo del salón, el público se deleitaba con los pinturas entre las cuales se destacaban los cuadros cuequeros de Caro pintados en Valparaíso. La exposición se inauguró el 15 de septiembre de 1872. En dos carros del ferrocarril urbano decorados por guirnaldas flores y banderas llegaba el  presidente de la República, los ministros y miembros de la Universidad. Años más tarde, en 1915 se  se inauguró en el centro del mercado una pila de mármol con una estatua de bronce cuyo autor es el escultor Carlos Lagarrigue.
El Mercado actual es un icono de la ciudad y centro turístico y gastronómico donde las delicias del mar dan un irrefutable testimonio de una chilenidad plena y vigente. Que bello sería que sus trabajadores conocieran la historia de este acogedor lugar y pudiesen ilustrar al visitante chileno y extranjero, con una breve pincelada de ese romanticismo en que nació este emblemático recinto que tan bien representa al ser chileno y santiaguino.

martes, 6 de agosto de 2013



LA PIOJERA

Se calcula que este simbólico enclave santiaguino, ya estaba en pie para la Guerra del Pacífico (1879). Los sedientos y polvorosos combatientes de la guerra que entraron por el camino de La Cañada, pasaron a este ranchito a saciar su sed. Se dice que por aquellos años se llamaba La Viña o La Parra. Ha tenido diferentes nombres y razones sociales a través de su historia, (recuerdo haber leído en una boleta “Club Social Hogar Democrático) pero siempre ha gozado de la predilección de bohemios y artistas que encontraron en este local, un genuino espíritu chileno y republicano. En otra época se permitía traer comida y hasta se facilitaban los utensilios como fuentes ,ollas y menaje de todo tipo para que cliente se sintiese a su gusto. Afuera había caseros que proveían de buenas tortillas de rescoldo y huevos duros a los parroquianos. También había muchachitos provistos de mallas de limones para la venta, ya que debido a la proximidad del Mercado, la mayoría de las provisiones con que llegaban los clientes eran mariscos. Se pasaban tardes enteras, bebiendo y gozando las delicias de mar. Era otro Santiago, más distendido, más relajado, más provinciano.
El afamado pintor chileno Arturo Pacheco Altamirano fue un asiduo cliente del local, al punto que había una mesa con una placa reservada “ad eternum” para él.
Ramón Vinay célebre y legendario referente de la lírica de Chile de todos los tiempos, encaramado en una pipa , deleitó al público con una memorable interpretación de un área la famosa “Aida”, no sin antes beberse unos buenos pipeños.
Cuenta la leyenda que su nombre se debe al Presidente Arturo Alessandri Palma, que cuando lo llevaron a visitar el lugar exclamó: “¡Y a esta Piojera me trajeron!”
La calle Ayllavilú de antaño donde se ubica este símbolo santiaguino sabe de sórdidas historias de pintarrajeadas prostitutas nocturnas a la caza de algún incauto pasado de copas, que llegará sin un peso a su casa, tras su escaramuza por estos barrios.
Hoy la cultura popular lucha por imponer su sabiduría ante la impudicia y se puede asistir a un agradable tramo donde coexisten locales de películas de culto, chaquetas rockeras de cuero, discos, cds piratas, libros y una que otra excentricidad.
La Piojera está convertida en el epicentro de la cultura popular contemporánea representa la vigencia de una chilenidad alternativa creadora y cautivadora que se opone a la transculturación foránea que carcome nuestras raíces. La Piojera está llamada a preservar lo nuestro : las pichangas exuberantes, las empanadas, el pernil con papas cocidas, los incomparables terremotos, y todas las exquisiteces populares que le ponen “Ingundia” al ser santiaguino y chileno.


LA VEGA CENTRAL

“Después de Dios está La Vega” Así reza este slogan axiomático en las paredes exteriores de la Administración de este colorido, vigoroso y pujante mercado, que desde la época colonial ha sentado sus reales en el sector de La Chimba (Recoleta). Con la construcción del Puente de Cal y Canto en el siglo XVIII una gran cantidad vendedores y feriantes comenzaron a instalarse en sus inmediaciones. En el siglo XIX el sector ya era conocido como “La Vega del Mapocho”. Fue por esos días que se delimitó y ordenaron los terrenos destinados para ofrecer productos para el consumo humano. Parecía que la cornucopia se hubiese derramado en medio de este recinto. A pesar de pulular en sus instalaciones una pléyade de ebrios consuetudinarios e infelices a los que la vida parece haber dejado de lado, La Vega es un lugar de tradiciones chilenas que acoge con mano franca a todos los hijos del pueblo. Desde la madrugada comienza aquí un trajín incesante. Actividad por todas partes. Los cargadores parten el día con buen caldo de patas con ají y un “tecito” (una taza de vino tinto o blanco) para paliar el frío inclemente. A mediodía los gritos vendedores de papas, ¡mi zapallo es puro chocolate! ¡las lechugas frescas! ¡de La Serena las manzanas! ¡casera lleve las clementinas! ¡De Paine las sandillas!. Las vendedoras de las cocinerías ofrecen una inimaginable cantidad de platos populares, partiendo por los porotos con riendas, con chicharrones, cazuela de vacuno, caldo de patas, pollo al jugo con arroz, carne a la cacerola, tallarines con carne picada. Un verdadero festín de olores y sabores que hablan de un Chile vivo y vigente. Una de las picadas más emblemáticas de La Vega es la de Tía Ruth donde sus exquisitas sopaipillas, mote con huesillos y pescados fritos son el deleite de sus numerosos comensales que llegan de todas partes a degustar sus manjares populares.
Estos son los barrios de Fray Andresito, un sencillo franciscano protector de los desvalidos que nació en las Islas Canarias (España) y murió con olor a santidad (1853) en la iglesia Recoleta Franciscana: su fama crece cuando al exhumar su cuerpo se dieron cuenta que estaba incorrupto. Su sangre milagrosa permanece líquida en un frasco y ha pasado por diferentes estudios que dan ribetes de milagro a este inusual fenómeno. Fray Andrés García Acosta, no solo fue un limosnero de su orden religiosa, sino que fue venerado en vida por sus milagros y predicciones. Incluso predijo el día de su muerte: el 14 de enero de 1853. Su alma plena de humildad y sabiduría le hizo notoria fama que él siempre rechazo con indiferencia y en cambio siempre dio una palabra de apoyo a quien lo necesitara. Hoy un museo en el Hall de la Recoleta Franciscana exhibe sus mínimas prendas de vestir y sus escasos utensilios. Así Fray Andresito se metió profundamente en el corazón de Chile, tal como lo testimonían los centenares de placas de agradecimiento que existen en su morada recoletana.