miércoles, 30 de abril de 2014

A PIE POR SANTIAGO (CRÓNICAS DE LA CIUDAD)


LA TRAGEDIA DE LA CASA PRÁ
Eran las 12:30 horas del lunes 10 de octubre de 1904. La tarde comenzaba a languidecer sobre la capital de la rural república y los 80 obreros que trabajaban en la construcción del nuevo edificio de la célebre y desaparecida Casa Prá, en calle Huérfanos 1033 al 1071 entre Ahumada y Bandera, entraban a la faena como era habitual hacerlo a esa hora para garantizar la fuerza de mano de obra necesaria. Con pasos de paquidermo los somnolientos trabajadores se reportaban ante el mayordomo que anotaba dificultosamente sus nombres en el amarillento libro de asistencia de la faena y luego procedían a cambiar sus ropas de calle por las de trabajo. En seguida escalaron por niveles y andamios para seguir con la tareas de basamento y vigas verticales del edificio que estrenaba un nuevo concepto en la construcción de la época: el uso del concreto y el hormigón armado, tecnología aún en experimentación en esos años para esta clase de construcciones. Esta obra y el anterior de 1898 de la casa comercial, había sido proyectada por el prestigioso arquitecto Eugene Joannon Crozier, autor de otros proyectos como el edificio Comercial Edwards, la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria en calle Bellavista y el Santuario de la Inmaculada Concepción del Cerro San Cristóbal, entre muchas obras de su autoría. Se trataba de una construcción de tres niveles más un subterráneo.
Hacia las 15:30 horas un espantoso estruendo sobrecogió a los transeúntes del centro de Santiago quienes quedaron paralogizados de terror ante semejante ruido que parecía el estallido de un polvorín. Toda la columna de andamios de tres o cuatro niveles colmados de trabajadores se vinieron abajo como una catarata de ladrillos , fierros retorcidos, piedras, trozos de muros y maderos revueltos en un amasijo sangriento de carne humana y materiales de construcción. Una dantesca escena se abrió ante los ojos de los centenares de curiosos que se agolparon de inmediato ante la gran nube gris que espesaba el ambiente. Gritos, gemidos, ayes. Algunos aturdidos trabajadores sobrevivientes intentaban en vano ir en ayuda de sus compañeros sepultados y desaparecidos bajo las ruinas.
Las vigas y las columnas no resistieron y este error fue el detonante de la tragedia que tuvo a partir de este doloroso suceso efectos sobre la valoración de la seguridad de los trabajadores en esta clase de construcciones. A pesar la consternación que produjo entre los habitantes de Santiago, el episodio fue olvidado y lo que quedó de los trabajos se destruyó y un nuevo edificio se comenzó a levantar en unos meses más tarde. No se sabe si en la inauguración alguna triste placa recordara los nombres de los caídos. La tragedia cobró la vida de 9 hombres y numerosos mutilados y heridos.
La fragilidad legal en la protección de los trabajadores comenzó a crear conciencia de sus derechos y con posterioridad se esbozaron los primeros intentos de organización para exigir mejores condiciones laborales.


HOMENAJE A TODOS LOS TRABAJADORES DE CHILE Y EL MUNDO 

¡¡¡¡ TRABAJADORES DEL MUNDO...UNÍOS!!!!

viernes, 18 de abril de 2014

A PIE POR SANTIAGO (CRÓNICAS DE LA CIUDAD)

RECUERDO DE MI BARRIO III (INDEPENDENCIA)

En pleno verano mi calle Rivera se llenaba de flores que se habrían con el sol; "perritos" creo que se llamaban y que se contraen con la ausencia de la luz. Son muy aromáticas y bellas. Por las tardes Doña Emelina, una venerable anciana vecina de enfrente sacaba su silla y se sentaba a ver caer la tarde. Su marido, Don Pepe, maestro que reparaba todo y de todo, era un señor bajito con cara de alemán arrancado de la Segunda Guerra, silencioso e introvertido. La instalaba en su silla con toda parsimonia como si se tratase de una liturgia cotidiana impostergable. Otro vecino, don José Reyes, también anciano ya, era dueño de una peluquería a la antigua. Sus escaparates estaban llenos de polveras de plaqué, rociadores de esos a los que había que apretarles una pera de goma y la típica suela donde se asentaba la navaja rítmicamente. Por las tardes solía regar su jardín y luego se sentaba en un banquito que se había hecho en medio de las flores y sus ojos turbios se perdían en la tarde que caía silenciosamente. 
Me intrigaba saber que diablos miraba con tanta atención. Me producía desasosiego su inmovilidad. Ese estado de catalepsia impávida al que se entregaba dócilmente. A veces me parecía que de frentón dormía con los ojos abiertos. Hasta que muchos años después mis manos abrieron un libro de Pablo Neruda: Crepusculario. Abrí las páginas en el poema: Los crepúsculos de Maruri". Me emocionó recorrer las letras del poema, descubrir que el poeta había vivido tan cerca de mi casa, y que por fin caí en cuenta que lo que Don José miraba embelesado  tarde a tarde, era lo mismo que Pablo Neruda miró desde su balcón y que plasmó en sus primeros versos. Quedé asombrado de ver que el gran vate miraba a través de los ojos del pueblo. Fue una experiencia sensacional. Como no va a ser un bello barrio.
Cuando la tarde de  verano se hacía inclemente nos manguereábamos de lo lindo, o alguien abría el grifo, y se desataba la fiesta. O íbamos al frigorífico G. Guglianno de calle Rivera casi al llegar a Avenida Independencia , frente al colegio de  las Teresianas San Gabriel donde estudiaban mis hermanas 
y siempre volvíamos con un trozo de hielo que era una insana delicia. 
Nuestra otra entretención, la radio, marcaba uno de sus mejores momentos. Recuerdo que cuando volvía del colegio, no más me bajaba de la "11" Ñuñoa Vivaceta llegaba rápido a la casa para alcanzar justo el momento en que transmitían "Lo que cuenta el viento", en Radio del Pacífico hoy desaparecida. Eran relatos de leyendas campesinas , de entierros y cosas sobrenaturales que estimulaban la imaginación. Recuerdo programas como "La bandita de Firulete" y más tarde  los sones del noticiero de Radio Portales, como a eso de la una de la tarde, y tras cartón la emisión del programa cómico "Hogar Dulce Hogar", con Eduardo de Calixto y un equipo de actores radiales de renombre. El Malón 66 de Radio Chilena con Hernán Pereira que pasaba por su mejor momento de popularidad, y nadie se lo perdía. Se transmitía en las noches en un horario familiar, y era muy grato escuchar esa voz cautivadora de Hernán Pereira. Hoy es un locutor de una emisora FM y no ha perdido para nada ese don de cautivar con su gran condición de comunicador social. "La Tercera Oreja" cuya autoría pertenece al libretista Joaquín Amichatis, audición radio teatral  tradicional en radio Agricultura que  ensoñaba a los auditores entrada la noche santiaguina. Los relatos nocturnos del Siniestro Doctor Mortis eran escalofriantes y nos dejó con más de algún insomnio. También se usaba el recurso de los Móviles Radiales que provocaban una locura en el barrio, con todas las vecinas rodeando el vehículo para lograr el ansiado regalo, que consistia en un paquetón de Fideos Luchetti o una dosis para un mes de Té Supremo.
Los más jóvenes solían escuchar un programa nocturno de Carlos Alfonso Hidalgo transmitido por Radio Santiago en el que tu pedías una canción y se la dedicabas a tu amada real o imaginaria. Por las noches era transmitido con nombres y apellidos, cosa que causaba regocijo. Así transcurría la cotidianeidad. el día a día. En un halo de misteriosa vida. Juro que daban ganas de levantarse todos los días para vivir tanta sencillez humana.

A PIE POR SANTIAGO (CRÓNICAS DE LA CIUDAD)

RECUERDOS DE MI BARRIO II (INDEPENDENCIA)

La calle Rivera donde vivíamos  lleva su nombre en recuerdo de un valeroso militar que se distinguió  activamente en las campañas que precedieron a la batalla de Maipú.
Juan de Dios Rivera fue ascendido a General de División en el año 1823. Seis años después fue Ministro de Guerra en el gobierno de Francisco Antonio Pinto.
Tengo la sospecha que el nombre de Anibal Pinto que hoy tiene una calle paralela que viene después de Rivera hacia el sur, en realidad debiera llevar el nombre de Francisco Antonio Pinto, puesto que las demás calles como Borgoño y Cruz corresponden a personajes de la misma época. Estoy seguro de que las autoridades edilicias no se tomaron la molestia de consultar con el Instituto de Conmemoración Histórica y le echaron para adelante no más.
También en esta calle Rivera se encuentra el monasterio del Buen Pastor, hermosa Iglesia con las dos torres consideradas en su época, las más bellas de Santiago. Fue construida por el notable arquitecto Italiano Eusebio Chelli, quien además diseñó el suntuoso templo de La Recoleta Dominica, y el Palacio Errázuriz, que es donde funciona desde hace décadas la embajada de Brasil, en Alameda a la altura de la Norte Sur.
La iglesia de Buen Pastor fue declarada monumento nacional en el año  1972.  Como vemos es un barrio con historia que no conocemos y con belleza que ignoramos. 
Una particular delicia para los niños de aquella época, era ir a comprar al monasterio del Buen Pastor por unos exiguos pesos, los recortes de las hostias que las monjitas producían para celebrar la santa misa. Ibamos a golpear las puertas del templo y regresábamos felices con unos cucuruchos desbordantes de recortes del pan sagrado, el que comíamos con deleite a pesar de lo insípido de la  masa. 
También la Pastelería Nilo en calle López con Pinto nos regocijaba el alma con unos berlines maravillosos rebosantes de crema pastelera que eran un gozo sublime.
Mi bello barrio constaba con un par de heladerías que nos llenaban el gusto sin limites: la San Carlos en calle Picarte esquina de Pinto, donde sólo se producían 2 sabores de helados: Canela y Bocado, los que eran fabricados a la antigua. Es decir en un gran cilindro acerado a la vista del consumidor, pero que eran un manjar que se deshacía en la boca. La otra fábrica era La Alaska en Maruri esquina Pinto donde mi padre me mandaba a comprar de cuando en cuando sus buenos 12 o 14 Chupetes para el disfrute familiar, o un vaso encerado gigantesco lleno de la deliciosa crema helada, junto a un buen paquetón de galletas.
Así era este barrio lleno de jardines, con destartaladas micros San Pablo pasando por calle Maruri y doblando en Rivera para continuar un largo recorrido hasta Renca. En las mañanas desde mi cama podía escuchar el ronco traquetear de los carretones que venían de La Vega cargados de frutas y verduras camino a quien sabe donde. Los bravos conductores de estos carruajes parecían ir en cámara lenta con sus pies descalzos apenas rozando el suelo. En más de una ocasión fueron alcanzados por algún vehículo de mayor estructura y los resultados fueron desastrosos.
Los juegos infantiles de aquellos años estaban demarcados claramente por distintos momentos. Existía el tiempo del trompo, donde todos sacaban sus trompos para competir sanamente con sus amigos. O el tiempo de las bolitas donde las "Ojitos de gato" eran las más codiciadas y a veces su posesión provocaba pequeños pugilatos entre nosotros. El tiempo de los volantines en septiembre, las carreras de carritos de rodamientos, la bicicleta, los patines, el juego de las Naciones, o ir a ver televisión por la ventana de la casa de Don Jorge Núñez, cuya generosidad lo hacía abrir de par en par sus ventanas para que una gran cantidad de niños del barrio que todavía no tenían televisor en sus casa, pudieran disfrutar la programación, a veces en medio de un chivateo general.
Como olvidar estos dulces episodios de una infancia lejana, pero inmensamente feliz, con tan pocas cosas comparadas con la oferta que hoy tienen los niños de este siglo. Me quedo con la infancia sencilla.

A PIE POR SANTIAGO (CRÓNICAS DE LA CIUDAD)

RECUERDOS DE MI BARRIO I (INDEPENDENCIA)

Volviendo al barrio, calles como Rivera, Ibáñez López, Escanilla, Barnechea, todos nombres en recuerdo de ilustres personajes de nuestra historia, fueron testigos de una infancia feliz a pesar de todo. Era un país diferente. Por las tardes de verano se armaban unas pichangas memorables, de esas de quince por lado y jugando a los quince goles. A veces podían durar tres horas sin ni arrugarse. Se daban verdaderos clásicos donde se dejaba todo en la cancha ...quiero decir en la calle..
El más importante era Ibáñez v/s Barnechea. Había jugadores excelentes, de gran habilidad con la pelota y ningún vecino se despegaba de la puerta para presenciar el acontecimiento. A veces en pleno fragor de lucha llegaban los pacos y quedaba la arrancadera. No sé porque esta estampida, a lo mejor estaba prohibido jugar, cosa que sería una reverenda estupidez. No quedaba un alma a la vista, y cuando se iban los indeseables volvíamos a lo nuestro . A veces nos dábamos cuenta que los pacos se habían llevado la pelota y por aquí y por allá unas monedas y aparecía otra nueva. Cuando no el Cele, un trabajador oriundo de Puerto Saavedra que era demasiado brioso y vehemente la trancaba como si fuera de cuero y las reventaba. Lo dejaban sordo a chuchadas. O las tiraba arriba del techo. De repente en lo mejor del partido llegaba Manolito un anciano que arrendaba una piececita en la casa del Rina, y que tenía unos pasitos de duende debido a su avanzada edad y a la evidente semi parálisis. Se paraba la pichanga para que Manolito llegara hasta su puerta, pero cuando la cosa estaba encendida la paciencia  duraba  hasta que un par  de los muchachos lo pescaban en vilo, y lo dejaban parado justo en la puerta de su casa, mientras Manolito echaba mil garabatos. Esperar que hiciera el trayecto con sus pasitos diminutos habría tomado 10 a 15 minutos y el horno no estaba pa bollos.
Nuestra rivalidad deportiva no nos apartaba de la amistad, aunque nos picábamos igual, ya que todos defendíamos una camiseta común en la Liga Independencia: la del Club Social y Deportivo Polo Sur.  Era un barrio solidario donde todos se saludaban y se conocían. Quizás la estrechez de sus calles era la mejor  condición para que ello ocurriera. La noches se alargaban hasta altas horas contando chistes en "El rincón", como le llamábamos a una casa semi abandonada por su dueño, que era una alcohólico inofensivo que sub arrendaba el resto de las piezas. En su frontis habíamos dibujado un arco donde practicábamos desde la mañana los tiros al arco.
Nuestra pandilla, la integraba el guatón Julián, el guatón Pepe, el Pato Pavéz, El Piro, el Tito, y otros que hacían méritos para ser aceptados. Las reuniones, que eran convocadas, a través de un silbido, el que al momento de escucharlo los miembros del clan acudían rápidamente. El árbol secreto, que era el punto de reunión está en la calle López, a un costado de la iglesia de la Veronicas, y siempre el guatón Julián se quedaba abajo, debido a su impericia para trepar además de su gordura. Un día se nos ablandó el corazón y entre cuatro logramos subirlo y dejarlo en la primera rama sólida del árbol. No habíamos terminado de jadear cuando uno de los otros chicos le grito: ¡Julián ahí viene tu papá!. El gordo se tiró del árbol y se quebró una pierna. Así con la mejor cara de huevónes le fuimos a contar la tragedia a la mamá de Julián, que nos escuchó sin armar gran alboroto. Estaba un poco ebria, como casi siempre.

Don Juan Grez era un personaje muy pintoresco del barrio. Pequeño de estatura, regordete, de grueso bigote al estilo de los chefs italianos y su inseparable boina negra calada . No era tan sociable, pero para estas fiestas era todo gentileza. Tenía un taxi Essex del año 29 o algo así que se caracterizaba por un  taxímetro externo y antiguo, igual a los autos que aparecían en la serie televisiva en blanco y negro "Los Intocables". Don Juan era viudo y tenía cinco hijas y un hijo, una de ellas la Amanda era raja diablos a morirse. De las "tres cocos" que le llaman. Jugaba pichangas, peleaba, jugaba a las bolitas, luchaba, peleaba a los caballazos, en fin,  las hacía todas. Su padre desesperado por la conducta de su hija llegó a raparla para que no saliera a la calle, pero no había caso siempre se escapaba. 

Cuando el club del barrio, el Polo Sur celebraba sus aniversarios, don Juan era número artístico fijo en el show. Todos los años cantaba la misma canción: "En España bendita tierra... Donde puso su trono el amor... " y los muchachos del barrio la hacían blanco de sus bromas cambiando la letra  por una algo más procaz: "En España reinaba el peo... Pero puso su trono el mojón...". Bella época de calles engalanadas de guirnaldas de colores. Bello concepto social de un barrio hecho a escala humana, que tenía todo lo debe tener para una infancia feliz.

sábado, 22 de febrero de 2014

LA MUERTE DE VIOLETA

Violeta tomó el revolver entre sus manos. Lo acarició como si fuera un dócil gatito que duerme entre sus pliegues. El peso de ese día hacía sentir un silencio absoluto. Apenas un lejano murmullo cantarino de aguas. Apenas un leve revolotear. Apenas un mínimo gorjeo de avecillas inquietas. La agobiante soledad de la carpa, que crujía de cuando en cuando como si fuera un inmenso barco quieto parecía la soledad de su alma. Su mente viajó lejos, a San Fabián de Alico, allá a San Carlos al caserón de puertas raídas y murallas descascaradas por la sempiterna lluvia sureña, a la hambrienta infancia descalza en perpetuo juego. Recordó el vestido que de algunos retazos multicolores le había hecho su madre como si fuera un hermoso arlequín femenino. Recordó la maldita viruela que sembró de diminutos granos su rostro para siempre, recordó a sus hermanos recorriendo el mercado de Chillán con la vieja guitarra que su padre tocaba en noches de farra pueblerina, cambiando canciones por comida. Viajó hasta El Tordo Azul, aquel difuso bar de calle Matucana en Santiago donde junto a su hermana colmó de versos y de cantos el corazón de los toscos trabajadores de la maestranza tranviaria. Allí conoció el amor. Cruzaron por su mente en un fugaz y vertiginoso segundo las imágenes de aquel teatro en Polonia atestado de gente con banderitas chilenas en sus manos saludando sus versos, la noches francesas de canto en L’escale, el Louvre de París abrigado con sus colosales arpilleras, Gilbert y su rostro pétreo en la llovizna parisina en medio de la plaza, que quedó grabado a perpetuidad en su alma. Se sucedieron vertiginosamente los rostros de sus hijos, padres, hermanos, la carpa casi sin público con sus mesas tristes con las sillas patas arriba, su grabadora, sus gordos cuadernos palpitantes de poesía, su guitarra que yacía junto a ella, la tetera que prodigó calor de mate insomne, el pequeño banco de madera que le acompañó en tantos viajes y tantas jornadas.
La amargura de la incomprensión irradió su alma de un cansancio devastador, como si fuera un cáncer definitivo y final. Atrás quedaban los inconclusos sueños de la Universidad del Folclor. La recopilación patiperra de versos desperdigados por los verdes campos chilenos. Un atronador disparo lleno de rabia quebró el lánguido silencio y una bandada de pájaros cristalinos escaparon alborotados y en desorden desde el pecho de Violeta y se fueron desvaneciendo hacia el cielo, junto a una brisa de mar, una blanca nieve cordillerana, una trilla a yegua, un racimo de uvas frescas, un metafísico pequén de cebollas, un pan amasado, un vaso de vino tinto, su imagen bailando una melancólica cueca sola, un pañuelo blanco que giró gracioso en el aire mientras centenares de copihues rojos entonaron una cueca larga y se elevaron hasta el infinito en una liturgia mágica y eterna.

viernes, 14 de febrero de 2014

RECUERDOS DE MI BARRIO (INDEPENDENCIA)



La vieja calle Vivaceta que alguna vez se llamó Hornillas, considerada fea por algunos, está liderada por el incombustible Hipódromo Chile, allá en la Plaza Chacabuco abarcando su cuadrante hasta Avda. Fermín Vivaceta, y es normal ver paseando por las veredas de la inmediaciones a los pura sangre llevados por diminutos aspirantes a jinetes. Allí se desvanece en el tiempo el mitológico cine Libertad donde dormimos más de alguna siesta veraniega.


Frente al cine había una piscina de pura estirpe popular : La Piscina Libertad, si bien era pequeña, cumplía con la inestimable función de ser centro recreativo a la infancia arrabalera del barrio. También existía en el mismo recinto una bien dotada cancha de Baby Fútbol donde se jugaron disputados clásicos entre los rivales eternos del sector.

La "Tía Carlina" era un famoso prostíbulo donde la prostituta Carlina Morales Padilla, llegó a hacerse un cierto capital regentando este conocido lenocinio de travestís conocido como "La Palmera" . Contaba entre sus atracciones con el Blue Ballet, grupo coreográfico de travestís, que era una verdadera sensación de Santiago. Su primera figura era Candy Dubois, nombre que adoptara después de sus veinte años en Europa donde actuaba bajo el nombre artístico de Candy Santiago. Su verdadero nombre fue Candelaria Patricia Manso Seguel. Nació el 24 de Agosto de 1942. Cuando niño imitaba a Sarita Montiel y cantaba para los pescadores de la Caleta El Membrillo, en Valparaíso. De joven se integró a este inédito cuerpo de baile que formara Paco Mairena, su eterno tutor y padre adoptivo. Partió al extranjero (Francia) con un grupo de amigos bailarines y trabajó en Boites y Casinos. Regresó culta, refinada y casada, hablando fluidamente cinco idiomas. (inglés, francés alemán, italiano, y español) . Reina del transformismo chileno, cubrió con un halo de absoluto misterio su especulada operación de cambio de sexo. Años después el under santiaguino rescataba el valor que tuvo para enfrentar esta situación tan difícil, como lo es ser homosexual en Chile. Incluso grupos roqueros como Los Tres, La Ley y otros se acercan a su estética y graban allí algunos video clips de sus éxitos. Por ejemplo el soporte fílmico de su CD "La espada y la pared" de Los Tres se grabó en "Le Trianón" restaurante de corte francés de los años cincuenta, con cortinas de terciopelo, muy propio del esplendor de esa época, que se ubica por las inmediaciones del barrio Brasil.

Candy Dubois llegó a ser la vedette más cotizada del under santiaguino. Murió el 21 de mayo de 1996 y de sus labios nunca salió el secreto a voces de su origen varonil. Se casó ante Dios y la Ley en Francia y a mediado de los ochenta regresó a Chile, hasta que el cáncer se metió en su cama y en un feroz estertor se la llevó al más allá. 

También por estos barrios de La Cañadilla vivió en por los años veinte Pablo Neruda quién plasmó en su poema " Los crepúsculos de Maruri" de su primer libro: Crepusculario, su presencia en tan especial vecindad. El vivió en una casa de pensión (la primera desde su llegada de Temuco a la capital) que estaba ubicada en el número 517 de calle Maruri, esto es casi esquina de calle Rivera y supo captar la intensa mezcla de pueblo y poesía de este barrio. Supo apreciar esa extraña mansedumbre de Maruri, ese atardecer melancólico, nostálgico y ajeno al bullante pueblo que pasaba por sus veredas. Maruri es una calle lejana y distinta a sus vecinas circundantes, con arquitectura propia, y con una suerte de linaje diferente.

Volodia Teitelboim - vecino de Maruri, en su época - la consideraba una calle anti poética. Dice que en esos tiempos era una calle gris , con olor a gas, a café de higos, que las pensiones eran habitadas por chinches. 

Por esa época todas las mañanas llamaba la atención una atractiva chica de boina calada que esperaba locomoción para ir a sus clases de Historia en la Universidad de Chile. Era Hortensia Bussi. Su conmovedora figura de Primera Dama errante, denunciando incansablemente el atropello que le tocó vivir debido al cruento golpe militar de 1973 llena el corazón de justa indignación.

Así es este barrio surrealista donde coexiste la riqueza y la pobreza, la poesía, el desamparo y la esperanza, lo sórdido y lo profundamente humano.

miércoles, 12 de febrero de 2014

A PIE POR SANTIAGO (CRONICAS DE LA CIUDAD)

RECUERDOS DE MI BARRIO (INDEPENDENCIA)

El sector de Mapocho tirando para Independencia era y es un barrio popular y en épocas de verano el aroma de los duraznos priscos y peludos apilados en carretones de mano inundaba los espíritus de la gente. Los vendedores hacían cucuruchos de papel diario y lustraban sus frutas colocando adelante las mejores y metiendo una que otra picada en el cucurucho que llenaban con increíble rapidez.

En las noches había pequeños puestos que vendían pescado frito a un costado del puente Independencia en medio de grandes fogatas. Mi padre llegó más de alguna vez con un paquete calientito de pescados fritos, los que comíamos con entusiasmo y entre dormidos. También por el sector de Mapocho vendían "pequenes", especie de empanada pobre, con un pino similar a la empanada , pero sin carne. Una canción de Violeta Parra refleja muy bien esa vivencia popular.

Por allí en otra época se construyó el famoso puente de Cal y Canto, maravillosa obra colonial con que contó Santiago por poco más de un siglo. Estamos hablando del año 1767. Estuvo ubicado frente a la calle Puente y su obra se debió al laborioso Corregidor de Santiago, Don Luis Manuel de Zañartu, en la dirección de la obra que proyectara en ingeniero Don José Antonio Birt, utilizándose en los trabajos a reos y condenados a presidio, a los que hay que decirlo, maltrataba con increíble saña, debiendo enfrentar en reiteradas ocasiones las críticas de la Iglesia por su trato con los caídos en desgracia. Trece años demoró su construcción, y la proverbial tontería nacional lo hizo demoler bajo la administración del presidente Balmaceda. Por la época del puente de Cal y Canto existía la leyenda de que el corregidor rondaba por las noches la ciudad, para corregir con mano de hierro los desmanes de rateros criminales que se negaban a trabajar. Sin embargo Don Luis Manuel de Zañartu se negó a recibir remuneración por su trabajo. Lo hacía por genuino servicio público. También fue el creador del convento del Carmen Bajo, en La Chimba, claustro donde internó para la contemplación a sus dos hijas. Bello barrio. En sus inmediaciones está también "La Piojera" legendaria picada que según cuenta la leyenda ha sido visitada por ilustres ciudadanos como el otrora Presidente de la República Don Arturo Alessandri Palma a quién se atribuye el nombre del recinto. Al momento de entrar habría exclamado: ¡ y a esta Piojera me trajeron!.

En esta chichería conocida como La Piojera no había servicio de cocina, pero se facilitaban utensilios como cacerolas, platos y cuchillos y la gente llegaba con sus provisiones de mariscos preferentemente, por la cercanía del Mercado Central. Bajo sus copiosas parras había pipas de chicha que servían de mesa a los improvisados comensales. Parado sobre una de estas pipas cantó en una ocasión el célebre tenor chileno Ramón Vinay, figura de la lírica mundial. El gran pintor chileno Arturo Pacheco Altamirano era otro de sus habituales parroquianos y llegó a tener mesa reservada en exclusiva para él. En la puerta de entrada al local siempre había muchachos vendiendo mallas de limones, paisanos con canastos de huevos duros y tortillas amasadas, y otros pequeños delincuentes que hacían "de bolsillos" a los borrachos que salían bamboleándose del local. Se dice que La Piojera debe haber estado en pie para la Guerra del Pacífico.

Son los barrios del "Cabaret Zeppelin" en calle Bandera, el "Hércules", "La Antoñana" regentado un tiempo por nuestro vecino Don Selim Carraha, "El Jote" y otros sitios por donde desfiló una bohemia de artistas, poetas y pintores, que en sus mejores años incluyó al inmortal Premio Nóbel de Chile, Pablo Neruda y a toda una generación de brillantes artistas, escritores, poetas y extraordinarios seres indefinibles que transitaban los días de un Santiago nostálgico y bello. En materia gastronómica célebres eran las picadas como "Don Boli" en la calle Grumete Bustos, donde se motejaba de "perrilladas" a la oferta gastronómica del local. Los Puchos Lacios, por calle Juliet, lugar muy concurrido donde se comía muy buena comida chilena e internacional, que tenía en su interior florida pérgola y privados para deleitarse a placer. Lamentablemente un incendio arrasó con toda esa tradición, no recuperándose jamás.

Por Independencia con Echeverría estaba "La Montaña", una clásica hostería donde mi papá pasaba a tomarse el del estribo., cuando regresaba a casa después de haber estado bebiendo seguramente en "El Mendoza", legendario restaurante de Independencia con Dávila. "El Rancho Chico" por el lado de Vivaceta, también era sitio predilecto para disfrutar de una de las tradiciones culinarias más apetecidas del sector: El pollo al coñac. Y por supuesto esa institución nacional que es el Mercado Central, donde generaciones y generaciones de chilenos han arreglado el cuerpo después de las pantagruélicas celebraciones. Este recinto cuya construcción estuvo a cargo de Fermín Vivaceta y Manuel Aldunate por encargo del gobierno de don José Joaquín Pérez (1868), estuvo listo para su uso a mediados del año 1872, habiéndose encargado su estructura a Inglaterra. El escultor Nicanor Plaza estuvo a cargo de su ornamentación. Antes de entregarse a sus funciones naturales, Benjamín Vicuña Mackenna decidió presentar allí una gran Exposición de Artes e Industrias. Son semblanzas de un barrio potente y mágico que ha sabido de grandezas y miserias, pero que representa una 
genuina estirpe popular chilena.