viernes, 18 de abril de 2014

A PIE POR SANTIAGO (CRÓNICAS DE LA CIUDAD)

RECUERDO DE MI BARRIO III (INDEPENDENCIA)

En pleno verano mi calle Rivera se llenaba de flores que se habrían con el sol; "perritos" creo que se llamaban y que se contraen con la ausencia de la luz. Son muy aromáticas y bellas. Por las tardes Doña Emelina, una venerable anciana vecina de enfrente sacaba su silla y se sentaba a ver caer la tarde. Su marido, Don Pepe, maestro que reparaba todo y de todo, era un señor bajito con cara de alemán arrancado de la Segunda Guerra, silencioso e introvertido. La instalaba en su silla con toda parsimonia como si se tratase de una liturgia cotidiana impostergable. Otro vecino, don José Reyes, también anciano ya, era dueño de una peluquería a la antigua. Sus escaparates estaban llenos de polveras de plaqué, rociadores de esos a los que había que apretarles una pera de goma y la típica suela donde se asentaba la navaja rítmicamente. Por las tardes solía regar su jardín y luego se sentaba en un banquito que se había hecho en medio de las flores y sus ojos turbios se perdían en la tarde que caía silenciosamente. 
Me intrigaba saber que diablos miraba con tanta atención. Me producía desasosiego su inmovilidad. Ese estado de catalepsia impávida al que se entregaba dócilmente. A veces me parecía que de frentón dormía con los ojos abiertos. Hasta que muchos años después mis manos abrieron un libro de Pablo Neruda: Crepusculario. Abrí las páginas en el poema: Los crepúsculos de Maruri". Me emocionó recorrer las letras del poema, descubrir que el poeta había vivido tan cerca de mi casa, y que por fin caí en cuenta que lo que Don José miraba embelesado  tarde a tarde, era lo mismo que Pablo Neruda miró desde su balcón y que plasmó en sus primeros versos. Quedé asombrado de ver que el gran vate miraba a través de los ojos del pueblo. Fue una experiencia sensacional. Como no va a ser un bello barrio.
Cuando la tarde de  verano se hacía inclemente nos manguereábamos de lo lindo, o alguien abría el grifo, y se desataba la fiesta. O íbamos al frigorífico G. Guglianno de calle Rivera casi al llegar a Avenida Independencia , frente al colegio de  las Teresianas San Gabriel donde estudiaban mis hermanas 
y siempre volvíamos con un trozo de hielo que era una insana delicia. 
Nuestra otra entretención, la radio, marcaba uno de sus mejores momentos. Recuerdo que cuando volvía del colegio, no más me bajaba de la "11" Ñuñoa Vivaceta llegaba rápido a la casa para alcanzar justo el momento en que transmitían "Lo que cuenta el viento", en Radio del Pacífico hoy desaparecida. Eran relatos de leyendas campesinas , de entierros y cosas sobrenaturales que estimulaban la imaginación. Recuerdo programas como "La bandita de Firulete" y más tarde  los sones del noticiero de Radio Portales, como a eso de la una de la tarde, y tras cartón la emisión del programa cómico "Hogar Dulce Hogar", con Eduardo de Calixto y un equipo de actores radiales de renombre. El Malón 66 de Radio Chilena con Hernán Pereira que pasaba por su mejor momento de popularidad, y nadie se lo perdía. Se transmitía en las noches en un horario familiar, y era muy grato escuchar esa voz cautivadora de Hernán Pereira. Hoy es un locutor de una emisora FM y no ha perdido para nada ese don de cautivar con su gran condición de comunicador social. "La Tercera Oreja" cuya autoría pertenece al libretista Joaquín Amichatis, audición radio teatral  tradicional en radio Agricultura que  ensoñaba a los auditores entrada la noche santiaguina. Los relatos nocturnos del Siniestro Doctor Mortis eran escalofriantes y nos dejó con más de algún insomnio. También se usaba el recurso de los Móviles Radiales que provocaban una locura en el barrio, con todas las vecinas rodeando el vehículo para lograr el ansiado regalo, que consistia en un paquetón de Fideos Luchetti o una dosis para un mes de Té Supremo.
Los más jóvenes solían escuchar un programa nocturno de Carlos Alfonso Hidalgo transmitido por Radio Santiago en el que tu pedías una canción y se la dedicabas a tu amada real o imaginaria. Por las noches era transmitido con nombres y apellidos, cosa que causaba regocijo. Así transcurría la cotidianeidad. el día a día. En un halo de misteriosa vida. Juro que daban ganas de levantarse todos los días para vivir tanta sencillez humana.

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