viernes, 18 de abril de 2014

A PIE POR SANTIAGO (CRÓNICAS DE LA CIUDAD)

RECUERDOS DE MI BARRIO I (INDEPENDENCIA)

Volviendo al barrio, calles como Rivera, Ibáñez López, Escanilla, Barnechea, todos nombres en recuerdo de ilustres personajes de nuestra historia, fueron testigos de una infancia feliz a pesar de todo. Era un país diferente. Por las tardes de verano se armaban unas pichangas memorables, de esas de quince por lado y jugando a los quince goles. A veces podían durar tres horas sin ni arrugarse. Se daban verdaderos clásicos donde se dejaba todo en la cancha ...quiero decir en la calle..
El más importante era Ibáñez v/s Barnechea. Había jugadores excelentes, de gran habilidad con la pelota y ningún vecino se despegaba de la puerta para presenciar el acontecimiento. A veces en pleno fragor de lucha llegaban los pacos y quedaba la arrancadera. No sé porque esta estampida, a lo mejor estaba prohibido jugar, cosa que sería una reverenda estupidez. No quedaba un alma a la vista, y cuando se iban los indeseables volvíamos a lo nuestro . A veces nos dábamos cuenta que los pacos se habían llevado la pelota y por aquí y por allá unas monedas y aparecía otra nueva. Cuando no el Cele, un trabajador oriundo de Puerto Saavedra que era demasiado brioso y vehemente la trancaba como si fuera de cuero y las reventaba. Lo dejaban sordo a chuchadas. O las tiraba arriba del techo. De repente en lo mejor del partido llegaba Manolito un anciano que arrendaba una piececita en la casa del Rina, y que tenía unos pasitos de duende debido a su avanzada edad y a la evidente semi parálisis. Se paraba la pichanga para que Manolito llegara hasta su puerta, pero cuando la cosa estaba encendida la paciencia  duraba  hasta que un par  de los muchachos lo pescaban en vilo, y lo dejaban parado justo en la puerta de su casa, mientras Manolito echaba mil garabatos. Esperar que hiciera el trayecto con sus pasitos diminutos habría tomado 10 a 15 minutos y el horno no estaba pa bollos.
Nuestra rivalidad deportiva no nos apartaba de la amistad, aunque nos picábamos igual, ya que todos defendíamos una camiseta común en la Liga Independencia: la del Club Social y Deportivo Polo Sur.  Era un barrio solidario donde todos se saludaban y se conocían. Quizás la estrechez de sus calles era la mejor  condición para que ello ocurriera. La noches se alargaban hasta altas horas contando chistes en "El rincón", como le llamábamos a una casa semi abandonada por su dueño, que era una alcohólico inofensivo que sub arrendaba el resto de las piezas. En su frontis habíamos dibujado un arco donde practicábamos desde la mañana los tiros al arco.
Nuestra pandilla, la integraba el guatón Julián, el guatón Pepe, el Pato Pavéz, El Piro, el Tito, y otros que hacían méritos para ser aceptados. Las reuniones, que eran convocadas, a través de un silbido, el que al momento de escucharlo los miembros del clan acudían rápidamente. El árbol secreto, que era el punto de reunión está en la calle López, a un costado de la iglesia de la Veronicas, y siempre el guatón Julián se quedaba abajo, debido a su impericia para trepar además de su gordura. Un día se nos ablandó el corazón y entre cuatro logramos subirlo y dejarlo en la primera rama sólida del árbol. No habíamos terminado de jadear cuando uno de los otros chicos le grito: ¡Julián ahí viene tu papá!. El gordo se tiró del árbol y se quebró una pierna. Así con la mejor cara de huevónes le fuimos a contar la tragedia a la mamá de Julián, que nos escuchó sin armar gran alboroto. Estaba un poco ebria, como casi siempre.

Don Juan Grez era un personaje muy pintoresco del barrio. Pequeño de estatura, regordete, de grueso bigote al estilo de los chefs italianos y su inseparable boina negra calada . No era tan sociable, pero para estas fiestas era todo gentileza. Tenía un taxi Essex del año 29 o algo así que se caracterizaba por un  taxímetro externo y antiguo, igual a los autos que aparecían en la serie televisiva en blanco y negro "Los Intocables". Don Juan era viudo y tenía cinco hijas y un hijo, una de ellas la Amanda era raja diablos a morirse. De las "tres cocos" que le llaman. Jugaba pichangas, peleaba, jugaba a las bolitas, luchaba, peleaba a los caballazos, en fin,  las hacía todas. Su padre desesperado por la conducta de su hija llegó a raparla para que no saliera a la calle, pero no había caso siempre se escapaba. 

Cuando el club del barrio, el Polo Sur celebraba sus aniversarios, don Juan era número artístico fijo en el show. Todos los años cantaba la misma canción: "En España bendita tierra... Donde puso su trono el amor... " y los muchachos del barrio la hacían blanco de sus bromas cambiando la letra  por una algo más procaz: "En España reinaba el peo... Pero puso su trono el mojón...". Bella época de calles engalanadas de guirnaldas de colores. Bello concepto social de un barrio hecho a escala humana, que tenía todo lo debe tener para una infancia feliz.

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