viernes, 18 de abril de 2014

A PIE POR SANTIAGO (CRÓNICAS DE LA CIUDAD)

RECUERDOS DE MI BARRIO II (INDEPENDENCIA)

La calle Rivera donde vivíamos  lleva su nombre en recuerdo de un valeroso militar que se distinguió  activamente en las campañas que precedieron a la batalla de Maipú.
Juan de Dios Rivera fue ascendido a General de División en el año 1823. Seis años después fue Ministro de Guerra en el gobierno de Francisco Antonio Pinto.
Tengo la sospecha que el nombre de Anibal Pinto que hoy tiene una calle paralela que viene después de Rivera hacia el sur, en realidad debiera llevar el nombre de Francisco Antonio Pinto, puesto que las demás calles como Borgoño y Cruz corresponden a personajes de la misma época. Estoy seguro de que las autoridades edilicias no se tomaron la molestia de consultar con el Instituto de Conmemoración Histórica y le echaron para adelante no más.
También en esta calle Rivera se encuentra el monasterio del Buen Pastor, hermosa Iglesia con las dos torres consideradas en su época, las más bellas de Santiago. Fue construida por el notable arquitecto Italiano Eusebio Chelli, quien además diseñó el suntuoso templo de La Recoleta Dominica, y el Palacio Errázuriz, que es donde funciona desde hace décadas la embajada de Brasil, en Alameda a la altura de la Norte Sur.
La iglesia de Buen Pastor fue declarada monumento nacional en el año  1972.  Como vemos es un barrio con historia que no conocemos y con belleza que ignoramos. 
Una particular delicia para los niños de aquella época, era ir a comprar al monasterio del Buen Pastor por unos exiguos pesos, los recortes de las hostias que las monjitas producían para celebrar la santa misa. Ibamos a golpear las puertas del templo y regresábamos felices con unos cucuruchos desbordantes de recortes del pan sagrado, el que comíamos con deleite a pesar de lo insípido de la  masa. 
También la Pastelería Nilo en calle López con Pinto nos regocijaba el alma con unos berlines maravillosos rebosantes de crema pastelera que eran un gozo sublime.
Mi bello barrio constaba con un par de heladerías que nos llenaban el gusto sin limites: la San Carlos en calle Picarte esquina de Pinto, donde sólo se producían 2 sabores de helados: Canela y Bocado, los que eran fabricados a la antigua. Es decir en un gran cilindro acerado a la vista del consumidor, pero que eran un manjar que se deshacía en la boca. La otra fábrica era La Alaska en Maruri esquina Pinto donde mi padre me mandaba a comprar de cuando en cuando sus buenos 12 o 14 Chupetes para el disfrute familiar, o un vaso encerado gigantesco lleno de la deliciosa crema helada, junto a un buen paquetón de galletas.
Así era este barrio lleno de jardines, con destartaladas micros San Pablo pasando por calle Maruri y doblando en Rivera para continuar un largo recorrido hasta Renca. En las mañanas desde mi cama podía escuchar el ronco traquetear de los carretones que venían de La Vega cargados de frutas y verduras camino a quien sabe donde. Los bravos conductores de estos carruajes parecían ir en cámara lenta con sus pies descalzos apenas rozando el suelo. En más de una ocasión fueron alcanzados por algún vehículo de mayor estructura y los resultados fueron desastrosos.
Los juegos infantiles de aquellos años estaban demarcados claramente por distintos momentos. Existía el tiempo del trompo, donde todos sacaban sus trompos para competir sanamente con sus amigos. O el tiempo de las bolitas donde las "Ojitos de gato" eran las más codiciadas y a veces su posesión provocaba pequeños pugilatos entre nosotros. El tiempo de los volantines en septiembre, las carreras de carritos de rodamientos, la bicicleta, los patines, el juego de las Naciones, o ir a ver televisión por la ventana de la casa de Don Jorge Núñez, cuya generosidad lo hacía abrir de par en par sus ventanas para que una gran cantidad de niños del barrio que todavía no tenían televisor en sus casa, pudieran disfrutar la programación, a veces en medio de un chivateo general.
Como olvidar estos dulces episodios de una infancia lejana, pero inmensamente feliz, con tan pocas cosas comparadas con la oferta que hoy tienen los niños de este siglo. Me quedo con la infancia sencilla.

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