jueves, 29 de agosto de 2013
miércoles, 21 de agosto de 2013
EL BARRIO BANDERA
Las calles tienen alma, tienen identidad, lo habíamos dicho en otras
oportunidades. Pero el barrio Bandera fue por así decirlo el epicentro
juvenil de los locos años 20. En aquella época la bohemia poética,
artística, literaria, musical y pictórica se daba cita en los
legendarios bares y restaurantes que iluminaban la noche santiaguina.
Deambulaban de bar en restaurant una pléyade de personajes encopetados,
obreros, oficinistas, aspirantes a escritores, músicos y vagabundos de
toda clase. Diego Muñoz era un joven estudiante que se incorporaba a
este delirante medio. Estudiaba leyes y al mismo tiempo incursionaba en
cursos de dibujo, acariciando la idea de ser un pintor. Un buen día
llegó una gran noticia: un nuevo local abriría sus puertas y Diego Muñoz
corrió a ofrecerse para decorarlo. El nuevo empresario aceptó la oferta
de Diego y el acuerdo quedó sellado. El local se llamaría Zeppelín. El
valor de la decoración era de diez mil pesos de la época, y el joven
pintor se puso manos a la obra, creando unos murales de figuras humanas
geometrizadas. Sin embargo el pacto establecía que la mitad de los
honorarios sería pagado en efectivo y la otra mitad en un crédito
cervecero que le artista tendría abierto para su consumo. La botella de
cerveza valía un peso por aquellos días. Pero Diego Muñoz consiguió un
precio para el trato de sólo veinte centavos. Eso significaban 25.000
botellas de Maltas y Pilseners que cambiaron su vida y la de sus amigos
entre los que se contaban: Pablo Neruda, Julio Ortíz de Zárate, Isaías
Cabezón, Alberto Rojas Jiménez, Lalo Paschín. Entre todos ellos se
bebieron aquel inmenso río de cerveza en el curso de no tanto tiempo.
También por el barrio Bandera existió el Zum Rhein donde se consumían
todo tipo de platos criollos. La Antoñana, el Hércules, Don Lalo (El
rey del pescado frito), El Far West, la peluquería La Peñita, Deportes
Escuti, cuyas vitrinas eran decoradas por grandes fotografías con
escenas de partidos de fútbol del Mundial de 1962, forman parte del
acerbo cultural mapochino.
La calle Bandera debe su nombre al
pueblo, y al ingenio comercial de Don Pedro Chacón y Morales, un antiguo
cabildante y honorable comerciante perseguido por el régimen realista y
que soñaba con la llegada de un mundo mejor. Ante la inminente debacle
financiera de su tienda, ubicada en esta calle esquina de Huérfanos,
debido al empobrecimiento general del pueblo, tras el advenimiento de la
nueva república naciente en 1818. Ya no se vendían sus hilos de oro, y
plata, choletas y creas y una cantidad indefinible de productos de
procedencia francesa. Ya no venían sus antiguas clientas godas que
detenían sus calesas frente a su tienda. Esperanzado en que los nuevos
tiempos de 1819 trajera bonanza y libertad de comercio, Don Pedro
esperaba en vano a sus nuevos clientes tras los grueso mesones. Por
aquellos días la bandera de la patria vieja ideada por Los Carrera,
cedía su lugar al nuevo emblema patrio. Ahí Don Pedro comenzó a
desarrollar su ingenio. Hizo confeccionar una gigantesca bandera de la
nueva república, la que izó frente a su tienda en una gran asta. La
bandera flameó majestuosa, gloriosa y bella, lo que atrajo a una gran
cantidad de vecinos que se apiñaron frente a su tienda a admirar el
nuevo emblema en que relucía una estrella de pura plata como bordada de
los manto de las vírgenes.
Con el intenso ajetreo de la gente,
comenzó a cobrar vida y movimiento el comercio de la calle. Nuevos
propietarios de tiendas y pulperías nacieron en torno a la tienda de Don
Pedro quién posteriormente llegó a ocupar un cargo de diputado. Cuando
las damas eran consultadas acerca de donde adquirían sus esplendidas
telas, ellas respondían: “La compré en la Bandera hijita…” Así el nombre
se entronizó primero en la cercanía de la tienda y posteriormente en
toda calle.
miércoles, 14 de agosto de 2013
El Cabildo de Santiago estableció en el año 1552 el primer Mercado Público de Santiago. Su ubicación: la Plaza de Armas. En el sólo podía venderse cosas que hubiese en estas tierras, u originarias de otras tierras de las Indias, pero no de España. Se vendían allí pescados, legumbres y todo tipo de menestras, puestas en géneros botados en el suelo. Se dictaminó entonces que se levantasen unos galpones o toldos para la venta de productos en el costado oriente de la plaza.
El lugar donde se emplaza hoy el Mercado, era conocido como El Basural. Al ser un paso obligado hacia el Puente de Cal y Canto fue convirtiéndose en una feria espontánea.
Al comienzo del Siglo XIX el Cabildo ordenó que se instalaran allí las carretas que venían del norte para aplicar allí los aranceles y revisar las mercaderías.
En los tiempos de la Patria Vieja El Basural servía para los ejercicios de tropas, y para revistas de los batallones. Don Juan José Carrera usaba ese lugar para ensayar cargas de sus granaderos a caballo. De puente a puente se realizaban estos ejercicios.
El aspecto de ese Mercado original que se incendió en 1864 era colorido y pintoresco, pero lleno de riesgos para la higiene y por lo tanto para la salud de los ciudadanos. Aunque los puestos eran mejores que los de la Plaza de Armas, la fealdad de esta Recova era extrema.
Durante el gobierno de José Joaquín Prieto, en el año 1868, la Municipalidad quiso construir un nuevo Mercado. Se encargaron los planos a Manuel Aldunate y Fermín Vivaceta. Ellos pensaron en un pabellón cuadrado, y en una estructura metálica que se encargó a Inglaterra. La ornamentación estuvo a cargo de Nicanor Plaza. A mediados de 1872 el edificio del Mercado Central se encontraba listo para entrar en operaciones. Pero antes de ser entregado a su uso normal, Benjamín Vicuña Mackenna decidió presentar allí una gran exposición de las Artes e industrias. A toda prisa se armó una variopinta exposición con objetos manufacturados en tierras chilenas. En otro extremo del salón, el público se deleitaba con los pinturas entre las cuales se destacaban los cuadros cuequeros de Caro pintados en Valparaíso. La exposición se inauguró el 15 de septiembre de 1872. En dos carros del ferrocarril urbano decorados por guirnaldas flores y banderas llegaba el presidente de la República, los ministros y miembros de la Universidad. Años más tarde, en 1915 se se inauguró en el centro del mercado una pila de mármol con una estatua de bronce cuyo autor es el escultor Carlos Lagarrigue.
El Mercado actual es un icono de la ciudad y centro turístico y gastronómico donde las delicias del mar dan un irrefutable testimonio de una chilenidad plena y vigente. Que bello sería que sus trabajadores conocieran la historia de este acogedor lugar y pudiesen ilustrar al visitante chileno y extranjero, con una breve pincelada de ese romanticismo en que nació este emblemático recinto que tan bien representa al ser chileno y santiaguino.
martes, 6 de agosto de 2013
LA PIOJERA
Se calcula que este simbólico enclave santiaguino, ya estaba en pie para la Guerra del Pacífico (1879). Los sedientos y polvorosos combatientes de la guerra que entraron por el camino de La Cañada, pasaron a este ranchito a saciar su sed. Se dice que por aquellos años se llamaba La Viña o La Parra. Ha tenido diferentes nombres y razones sociales a través de su historia, (recuerdo haber leído en una boleta “Club Social Hogar Democrático) pero siempre ha gozado de la predilección de bohemios y artistas que encontraron en este local, un genuino espíritu chileno y republicano. En otra época se permitía traer comida y hasta se facilitaban los utensilios como fuentes ,ollas y menaje de todo tipo para que cliente se sintiese a su gusto. Afuera había caseros que proveían de buenas tortillas de rescoldo y huevos duros a los parroquianos. También había muchachitos provistos de mallas de limones para la venta, ya que debido a la proximidad del Mercado, la mayoría de las provisiones con que llegaban los clientes eran mariscos. Se pasaban tardes enteras, bebiendo y gozando las delicias de mar. Era otro Santiago, más distendido, más relajado, más provinciano.
El afamado pintor chileno Arturo Pacheco Altamirano fue un asiduo cliente del local, al punto que había una mesa con una placa reservada “ad eternum” para él.
Ramón Vinay célebre y legendario referente de la lírica de Chile de todos los tiempos, encaramado en una pipa , deleitó al público con una memorable interpretación de un área la famosa “Aida”, no sin antes beberse unos buenos pipeños.
Cuenta la leyenda que su nombre se debe al Presidente Arturo Alessandri Palma, que cuando lo llevaron a visitar el lugar exclamó: “¡Y a esta Piojera me trajeron!”
La calle Ayllavilú de antaño donde se ubica este símbolo santiaguino sabe de sórdidas historias de pintarrajeadas prostitutas nocturnas a la caza de algún incauto pasado de copas, que llegará sin un peso a su casa, tras su escaramuza por estos barrios.
Hoy la cultura popular lucha por imponer su sabiduría ante la impudicia y se puede asistir a un agradable tramo donde coexisten locales de películas de culto, chaquetas rockeras de cuero, discos, cds piratas, libros y una que otra excentricidad.
La Piojera está convertida en el epicentro de la cultura popular contemporánea representa la vigencia de una chilenidad alternativa creadora y cautivadora que se opone a la transculturación foránea que carcome nuestras raíces. La Piojera está llamada a preservar lo nuestro : las pichangas exuberantes, las empanadas, el pernil con papas cocidas, los incomparables terremotos, y todas las exquisiteces populares que le ponen “Ingundia” al ser santiaguino y chileno.
LA VEGA CENTRAL
“Después de Dios está La Vega” Así reza este slogan axiomático en las paredes exteriores de la Administración de este colorido, vigoroso y pujante mercado, que desde la época colonial ha sentado sus reales en el sector de La Chimba (Recoleta). Con la construcción del Puente de Cal y Canto en el siglo XVIII una gran cantidad vendedores y feriantes comenzaron a instalarse en sus inmediaciones. En el siglo XIX el sector ya era conocido como “La Vega del Mapocho”. Fue por esos días que se delimitó y ordenaron los terrenos destinados para ofrecer productos para el consumo humano. Parecía que la cornucopia se hubiese derramado en medio de este recinto. A pesar de pulular en sus instalaciones una pléyade de ebrios consuetudinarios e infelices a los que la vida parece haber dejado de lado, La Vega es un lugar de tradiciones chilenas que acoge con mano franca a todos los hijos del pueblo. Desde la madrugada comienza aquí un trajín incesante. Actividad por todas partes. Los cargadores parten el día con buen caldo de patas con ají y un “tecito” (una taza de vino tinto o blanco) para paliar el frío inclemente. A mediodía los gritos vendedores de papas, ¡mi zapallo es puro chocolate! ¡las lechugas frescas! ¡de La Serena las manzanas! ¡casera lleve las clementinas! ¡De Paine las sandillas!. Las vendedoras de las cocinerías ofrecen una inimaginable cantidad de platos populares, partiendo por los porotos con riendas, con chicharrones, cazuela de vacuno, caldo de patas, pollo al jugo con arroz, carne a la cacerola, tallarines con carne picada. Un verdadero festín de olores y sabores que hablan de un Chile vivo y vigente. Una de las picadas más emblemáticas de La Vega es la de Tía Ruth donde sus exquisitas sopaipillas, mote con huesillos y pescados fritos son el deleite de sus numerosos comensales que llegan de todas partes a degustar sus manjares populares.
Estos son los barrios de Fray Andresito, un sencillo franciscano protector de los desvalidos que nació en las Islas Canarias (España) y murió con olor a santidad (1853) en la iglesia Recoleta Franciscana: su fama crece cuando al exhumar su cuerpo se dieron cuenta que estaba incorrupto. Su sangre milagrosa permanece líquida en un frasco y ha pasado por diferentes estudios que dan ribetes de milagro a este inusual fenómeno. Fray Andrés García Acosta, no solo fue un limosnero de su orden religiosa, sino que fue venerado en vida por sus milagros y predicciones. Incluso predijo el día de su muerte: el 14 de enero de 1853. Su alma plena de humildad y sabiduría le hizo notoria fama que él siempre rechazo con indiferencia y en cambio siempre dio una palabra de apoyo a quien lo necesitara. Hoy un museo en el Hall de la Recoleta Franciscana exhibe sus mínimas prendas de vestir y sus escasos utensilios. Así Fray Andresito se metió profundamente en el corazón de Chile, tal como lo testimonían los centenares de placas de agradecimiento que existen en su morada recoletana.
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