martes, 9 de julio de 2013

LA CASA DE TOCAME ROQUE


El sector de la ciudad donde hoy se ubica la calle Manuel Rodríguez, se llamó en los tiempos anteriores a la Independencia, Guanguali - murmullo de agua - Por aquellos andurriales, que en esos años eran los extramuros de Santiago, no se veía sino ranchitos pajizos y tendales de ropa. El olor a romero y arrayán y algunas acequias a tajo abierto, llenaban el aire de murmulleos cantarinos que hacian más soportable la vida del pobrerío que habitaba allí. Hasta que un día la mala ocurrencia de algún Señorón, hizo deshacer el encanto del arrabal y poner en la esquina norponiente donde termina la calle Agustinas un galpón de paja guarnecido por un altillo donde siviera de vivienda y caseta de vigilancia para los capataces, estableciéndo en ese lugar una venta de esclavos. Eran los tiempos en que se hablaba mucho de a protección al indio, y aceptada su igualdad en el cristianismo, los monarcas españoles para aliviar su servidumbre, instituyeron el tráfico de esclavos.
El Marqués de Casa Real afrontó este despreciable tráfico de ébano humano importándolos desde las costas africanas vía Buenos Aires y Mendoza para los ingenios del Perú, y las casonas aristocráticas de Santiago. Por la Cañada de San Lázaro (asi se llamaba antes de convertirse enla Alameda de las Delicias) entraban engrillados por los tobillos, en dolorosa y atroz peregrinación los infelices negros traídos a sangre y fuego, o transados por aguadierte en los Puertos de Embarque. Con paso cancino transitaban estas "novedosas piezas de servicio" hacia el galpón, no sin arrastrar penosas pestes que diezmaban el piño humano.
Hacía de mayoral de la casa un mulato de nombre Roque, el que ofrecía los negros por diversos precios. Desde 200 hasta 1.000 pesos. Los negros eran ofrecidos bien lavados con agua de las acequias y el mulato destacaba las cualidades de cada uno. Los compradores revisaban minuciosamente la mercadería. Los hacian levantar recios pesos, los hacían encorvarse, les revisaban los pies y la dentadura. Los negros apiñados en el galpón no veían otra salida a su desgracia, que el ser vendidos a alguna casa grande donde su vida pudiese tener algo de alivio. Por eso entre estos infelices había una frase común para llamar su atención: "Tócame Roque" gritaban con lángida esperanza de salir del atroz hacinamiento y mala vida. El pobrerío del llano bautizó el lugar como "La casa de tócame Roque". Se dice que un gran señor santiaguino hizo una fortuna con este depreciable comercio.
En los tiempos de la independencia La Casa de Tócame Roque seguía en pie, aunque desocupada desde el tráfico de los negreros.
Pero su lúgubre vida anterior había llenado de tal espanto al pueblo, que pasada las oraciones nadie se atrevía a transitar por esos andurriales. En las noches de tempestad se oían los lamentos guturales de los desdichados y el silbar de las rachas de viento imitaban el chasquido del rebenque, con que el capataz catigaba las carnes laceradas de los bozales negros.


miércoles, 3 de julio de 2013

EL CAFE TORRES




El Palacio Íñiguez, lugar donde ha funcionado por décadas la mítica Confitería Torres, fue centro de reunión de políticos e intelectuales del pasado: Allí  se conmemoraron los primeros 100 años de la República de Chile, en el mes de Septiembre del año 1910. Estos actos de celebración fueron encabezados por Emiliano Figueroa, tras la muerte del presidente Pedro Montt quien fallece en Bremen (Alemania) en agosto de 1910. Le sucedía como Vice presidente Don Elías Fernández Albano, pero éste, fallece a dos semanas de la celebración, producto de un resfrío tomado durante las exequias del presidente. En ese escenario asume don Emiliano Figueroa la segunda vice presidencia, por ser el ministro más antiguo en ejercicio, en este caso en la cartera de Justicia. El brindis se hizo con vino Oporto ante los invitados de Chile y el extranjero. También en este legendario rincón santiaguino se  inventó el famoso sandwich consistente en un emparedado de carne y queso fundido llamado "Barros Luco" en honor al presidente de Chile, quien era un asiduo visitante del local. Don Ramón era vecino del sector y gustaba de pasar tardes enteras en el café degustando sete sandich inventado por él. También nace en sus instalaciones ese trago tradicional de Chile llamado "Cola de Mono", y se dice que el secreto de la sabrosura de la bebida, era que la leche con aguardiente se revolvía con un palo de guindo.
Otro ilustre asiduo visitante era Don Arturo Alessandri Palma, quien con su acostumbrada picardía pasaba después de las Paradas en el Parque Cousiño (hoy Parque OHiggins) y ordenaba al personal: "Tráiganme un jarro de chicha, que ando con los fierros calientes".
Don Arturo también gustaba de pasar tardes enteras en el local junto a su perro Hulk. Un gran danés, manso como un cordero. En una ocasión sus rivales políticos asistieron acompañados de otro Gran danés y lo azuzaron en contra del pasivo Hulk. La feroz pelea no se hizo esperar y la quebrazón de vasos, tazas, sillas y otros enseres fue espantosa. Don Arturo le siguió juicio a los autores del desaguisado, obligándoles a pagar los daños causados en el local.

La calle Dieciocho lugar donde es encuentra el palacio Iñíguez  (esquina de Alameda) había sido "entablada" en su base de adoquines, para que la aristocracia que vivía por los alrededores, no sufriera los ruidos de los cascos de los caballos y los carruajes que pasaban por allí.

Santiago es dueño de tantos lugares que nos hablan de su historia y su pasado romántico, que es necesaria la conservación de lo que todavía queda en pié para el disfrute y conocimiento que quienes lo habitamos hoy.


BARRIO HUEMUL

A PIE POR SANTIAGO (CRÓNICAS DE LA CIUDAD)

A sólo unas cuadras del corazón mismo del barrio Franklin se abre a la mirada un barrio que pasa desapercibido a los ojos del visitante santiaguino. Muchos ignoran que existe. Se trata del Barrio Huemúl, la mejor muestra de dignidad de una población hecha para obreros hace una centuria. Quienes hemos tenido la oportunidad de conocerlo, sabemos de sus calles apacibles, con niños en eterno juego, con vecinos sonrientes y dispuestos a transmitir la historia de su amado barrio. Un barrio a escala humana con colegio, teatro, comercio, parroquia, biblioteca, banco. De un sorprendente romanticismo arrancado de otra época. La primera ciudad satélite de Santiago. El proyecto fue creado por el arquitecto Ricardo Larraín Bravo , y presentado al presidente de la república don Ramón Barros Lucos en el año 1910. Constaba de 166 casas y se construyó en una superficie de 25.343 metros cuadrados.
Su gente defiende la condición de sociabilidad de su barrio y es uno de los enclaves más bellos que tiene este Santiago singular y vigoroso.
Se ubica a pasos de la Estación Metro Franklin (desde Gran Avenida hacia Panamericana Sur- De Este a Oeste). Su plaza es atravesada por calle Bio Bio de Este a Oeste. Hacia el Este en dirección al Sur se ubica la calle Algarrobo y hacia el Oeste en dirección Sur a Norte se ubica la calle Waldo Silva.
El Proyecto fue desarrollado en etapas, bajo diferentes presidencias y distintos arquitectos. Así nacieron los barrios Huemúl 1, Huemúl 2 y Huemúl 3. Las palmeras que adornan la Plaza fueron traídas desde Islas Canarias (España) . Para la construcción de las casas se trajeron clavos triangulares desde Inglaterra, vigas de maderas finas y planchas de zinc. Además por primera vez se usaron bloques de cemento en su construcción.
Nuestra inmensa Premio Nóbel de Literatura Lucila Godoy Alcayaga (Gabriela Mistral) vivió un tiempo en este bello barrio. En calle Waldo Silva Nº 2132. Tenemos que aprender a valorar y ver con otros ojos las luces y sombras de esta sorprendente metrópolis, tan olvidada a veces. Santiago de Chile es muchisimo más que bocinazos, smog y ruido. Coexisten en su seno lugares como la Población Huemúl donde el tiempo parece haberse detenido.

EL PARQUE FORESTAL

Cuando el ingeniero José Luis Coo puso término a los trabajos de canalización el rio Mapocho quedó un terreno de veinte manzanas entre el rio y el Tajamar. En 1892 Paulino Alfonso, hombre de bien, propuso crear en ese lugar parques y jardines, instalar obras de arte, construir un teatro, la Escuela y el Palacio de Bellas Artes. Los años pasan y el presidente de Chile es Germán Riesco, hombre de pocas luces al decir de muchos, en cuyo gobierno se vivió una fiebre bursátil y un oscuro periodo de especulación. La baja constante de la moneda, los estallidos populares y su sofocación (huelga de trabajadores de la compañía de vapores en Valparaíso 1903, huelga de la carne en 1905, huelga de Antofagasta en 1906) son un preludio a ese cambio fundamental que se espera con el ascenso de Arturo Alessandri Palma en 1920. En ese confuso ambiente comienza a engrendarse el milagro del Parque Forestal. El intendente Enrique Cousiño presidió una comisión designada el 18 de diciembre de 1900 por el gobierno. En tres meses presentó un informe que proponía la creación de un parque entre las calles de Las Claras (hoy Mac Iver) y el Camino de cintura (hoy Av. Vicuña Mackenna). El proyecto fue aprobado y el arquitecto paisajista Jorge Dubois comenzó los trabajos con cien hombres que ganaban un peso y veinte centavos diarios. En 1905 el parque tenía mil cien metros de largo por ciento setenta de ancho. Los árboles eran siete mil setecientos y los aportes vinieron de la Quinta Normal, del criadero de árboles de Nos, de Salvador Izquierdo, de Ascanio Bascuñán Santa María quien donó algunas palmeras de su hacienda de Ocoa. A los árboles se sumó en 1902, la laguna que duró hasta 1944, año en que la desecaron. En abril de 1920 el parque fue terminado.
Este maravilloso paseo acogió por años a una pléyade de notables poetas, escritores, músicos y cuequeros que se reunian bajo las sombreadas veredas a conversar y dar rienda suelta a todo el talento joven de aquellos locos años veinte. En los setenta, bajo la influencia de Woodstock, aquel festival y congregación hippie de tres días de paz, música y amor celebrado en Bethel, New York en 1969, tuvo su réplica chilena en los prados de este bucólico parque. Se reunian allí centenares de hippies criollos a experimentar con marihuana y hacer música día y noche. El Parque Forestal también ha sido la alcoba amatoria de generaciones juveniles, paseos familiares y contorsionistas circences que han hecho de este parque su lugar de encuentro. Abierto a la comunidad, presidido por la hermosa Fuente donada por la colonia alemana residente, este pulmón vegetal también es un magnífico lugar para el esparcimiento y parte de la chilenidad que se construye a diario.
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LA VISECA



Por Chuchunco abajo (Estación Central) más propiamente en calle Exposición 126 existe un mercado colorido, vigoroso y de pura estirpe popular, conocido como La Viseca (nadie sabe porque le dicen así). Debe tener más de 150 años al decir de uno de los propietarios más antiguos. Nació como un Mercado erigido como una gran ramada sin cemento ni fierros. Eran locales de adobe montados uno al lado del otro como un gran cité, que nace de manera espontánea como un punto de encuentro de campesinos que llegaban en tren o a lomo de mula desde sectores campesinos aledaños para vocear sus mercaderías. Venían de Peñaflor, Talagante, Melipilla. Traían canastas con huevos, jabas de seis inocentes y cautivas gallinas presintiendo su fatal destino en las ollas de los citadinos que gustan de los auténticos sabores del campo. Pollitos de un día, de 30 días, pollitos para criar, rezan los desteñidos letreros que cuelgan de los travesaños locatarios. Conejos, chanchos, frutos secos, alimento para mascotas. No había distinción de clases sociales. De todas parte venían a comprar a este sórdido y sorprendente rincón de Santiago.
En lugares como este nace la Cueca Brava chilenera, alegre y chinganera. Aquí se armaban maratónicas jornadas de canto cuequero a la rueda, acompañado de chispeante chicha y buenos asados. El tañar de panderos y el firme zapateo de punta y taco, llenaba el aire de sones, de chilenidad pura y verdadera, que hace hervir la sangre, y que aún por estos días pervive en una nueva casta de jóvenes cultores que han hecho de la cueca, una forma de seguir construyendo esta identidad nuestra. Visitar La Viseca es regresar al Santiago rural de los primeros años de la república, a su pureza, a su picardía inextinguible. Por aqui anduvo el inmortal Nano Nuñez con el Perico y el Baucha, rescatando el material que se transformó en un centenar de cuecas con que Los Chileneros señalaron el camino de la cultura musical y popular de nuestra patria. ¡Salud , vida y gloria a este pedazo de la historia popular de Chile!

SANTIAGO DEL 900

Santiago en el año 1900 tiene una población de trescientas mil personas. La capital no tiene alcantarillado, ni pavimento, ni agua potable suficiente, ni habitaciones higiénicas para el pueblo, ni baños públicos, ni nada. La primera impresión de Santiago en las cercanías de la Estación Central (Chuchunco) es la de un sitio pervertido en donde toda la ruindad tiene cabida. Edificaciones pequeñas, vetustas, de adobes mal encubiertos y mal enlucidos, faroles de Café Chino, telones de circo de arrabal. El ir y venir continuo de gente de mala catadura, de manta deshilachada, harapienta, calzados con ojotas de cuero, pantalones arremangados y las piernas cubiertas de mugre.
El olor de comidas baratas, de grasa, subía a tibias bocanadas desde las cocinerias y chicheles de dudosa reputación. Gritos estridentes de ebrios y carreras de pequeños landronzuelos huyendo despavoridos con el botín recién hurtado entre sus brazos.
Así era el daguerrotipo arrabalero, doloroso y distante de otros barrios recién iluminados por el gas de acetileno que la firma Gleisner trae y que es considerado el último adelanto del siglo XX. “Claridad igual a luz eléctrica de arco”. En 1908 aún quedaban 192 calles alumbradas por 2.252 faroles de petróleo. No había automóviles en el Santiago de 1900. Solo carruajes,
carretas y birlochos. Una muchedumbre de ambulantes vocean sus mercaderias en plena calle polvorienta. El día se inicia con el grito matinal de las calduas, las de horno calientitas, las tortillas el tornillero,
el buen medio de lechugas, de zapallo el buen medio, pejerreyes frescos, erizos gordos, las perdices frescas, los huevos, las escobas, los plumeros.
Había como hoy, otro Santiago que raramente se mezclaba con su hermano. En la Plaza de Armas de la ciudad, los sobretodos elegantes de Pineaud, las levitas y esclavinas, los sombreros de cotton, paseaban indiferentes y lejanos a ese otro mundo popular.
En la Casa Prá, que ya usaba luz eléctrica en 1883, una enorme gallina
automática, luego de depositársele 5 centavos, ponía un precioso huevo de lata lleno de pastillas de chocolate. Los niños jugaban al diávolo, que era un desafío arrancado de Las Mil y Una Noches, y cuya seducción alcanzaba a los mayores. Otros muchachitos corrían con aros metálicos por las calles perturbando el caminar anciano hacia la iglesia. Había tanto que disfrutar para quien pudiera darse gustos. Más tarde los pasteles de milhojas de la Pastelería Camino. O había que ir donde el fotógrafo Heffer, cuyo estudio estaba bajo el Hotel Oddó, en Huérfanos casi al llegar a Ahumada, en una Galería abierta a la calle con vitrinas que parecian acuarios.
Así fuiste en el pasado y asi eres hoy. Asi creciste con tus hijos, con tus luces y tus sombras, con tu agonía y tu éxtasis, con tu estremecedora y degarradora realidad de la abundancia y la miseria hermanados bajo la misma bandera, bajo el mismo cielo azulado de la dulce patria. Santiago del 900, Santiago penando estas.

CALLE ESTADO

Adosado al muro de entrada del Edificio España en el centro de nuestra ciudad, existe una placa que dice: " Calle del Estado. Asi denominada desde enero de 1825, por decreto del Intendente Don Francisco de la Lastra. En tiempos del Reino primero se llamó Calle del Alguacil Mayor y después Calle del Rey , por realizarse en ella el paseo del Estandarte Real. Instituto de Conmemoración Histórica, 1962”.
Esta breve reseña contiene una parte de la historia y genealogía de esta vieja arteria santiaguina. Allí en efecto vivió el, primer Alguacil Mayor Don Juan Gómez de Almagro en cuya casa fueron encerrados por orden del mismísimo Pedro de Valdivia, a raiz de una conspiración planeada en su contra por el hidalgo Don Martín de Solier, Alonso de Chinchilla, y desde allí mismo conducido al cadalso preparado en el Cerro de Santa Lucía una mañana de agosto 1541. Hasta el propio Martín de Solier fue recluído allí, asi como el resto de los conspiradores y luego decapitado en la Plaza de Armas y no ahorcado en el cadalso de Santa Lucía como los demás.

La noche del 13 de mayo de 1647 un terrible y espantoso terremoto sacudió y redujo a escombros a Santiago. En medio de la oscuridad fue sacado en andas desde la Iglesia de San Agustín y llevada hasta la Plaza de Armas, la imagen del Señor de la Agonía ante la cual imploraban a voces misericordia los afligidos habitantes de la ciudad. Pero grande fue su sorpresa al constatar que la corona de espinas que tenía la imagen de Cristo, había rodado hasta quedar en la garganta de manera inexplicable hasta nuestros días. Cuando el obispo Agustino Gaspar de Villarroel trató de sacar la corona desde el cuello del Cristo, vino un fuerte temblor que impidió la maniobra. Luego trató nuevamente de sacar la corona y se produjo otra violenta réplica, lo que hizo desistir finalmente de sus intentos y dejar la imagen tal como permanece hasta hoy. Desde entonces pasó a llamarse “Señor de Mayo” o “Cristo de Mayo” y todos los viernes concurría gran número de personas a rezarle. La imagen de Cristo había sido labrada por el fraile Agustino Pedro de Figueroa y desde esa fecha cada 13 de Mayo la reliquia es paseada en procesión por el centro de Santiago para conmemorar los hechos que le dieron fama.
No es cierto que la imagen hubiese sido mandar a tallar por Catalina de los Rios y Lisperguer, que vivía a pocos pasos de la Iglesia. Mucho menos que la hubiese tenido en su lujosa residencia, y la hubiese hecho arrojar a la calle porque el Señor le pusiera malos ojos, cuando azotaba sin piedad a sus esclavos y empleados. “Fuera de mi casa...¡Yo te conocí naranjo!” habría dicho La Quintrala en alusión al origen de la madera en que fue tallada la imagen. Todo es parte de una distorsionada leyenda, y tampoco estamos seguros que el pueblo santiaguino conozca el origen de
tan respetable devoción.

A PIE POR SANTIAGO (CRONICAS DE LA CIUDAD

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SANTIAGO DEL 900
Santiago en el año 1900 tiene una población de trescientas mil personas. La capital no tiene alcantarillado, ni pavimento, ni agua potable suficiente, ni habitaciones higiénicas para el pueblo, ni baños públicos, ni nada. La primera impresión de Santiago en las cercanías de la Estación Central (Chuchunco) es la de un sitio pervertido en donde toda la ruindad tiene cabida. Edificaciones pequeñas, vetustas, de adobes mal encubiertos y mal enlucidos, faroles de Café Chino, telones de circo de arrabal. El ir y venir continuo de gente de mala catadura, de manta deshilachada, harapienta, calzados con ojotas de cuero, pantalones arremangados y las piernas cubiertas de mugre.
El olor de comidas baratas, de grasa, subía a tibias bocanadas desde las cocinerias y chicheles de dudosa reputación. Gritos estridentes de ebrios y carreras de pequeños landronzuelos huyendo despavoridos con el botín recién hurtado entre sus brazos.
Así era el daguerrotipo arrabalero, doloroso y distante de otros barrios recién iluminados por el gas de acetileno que la firma Gleisner trae y que es considerado el último adelanto del siglo XX. “Claridad igual a luz eléctrica de arco”. En 1908 aún quedaban 192 calles alumbradas por 2.252 faroles de petróleo. No había automóviles en el Santiago de 1900. Solo carruajes,
carretas y birlochos. Una muchedumbre de ambulantes vocean sus mercaderias en plena calle polvorienta. El día se inicia con el grito matinal de las calduas, las de horno calientitas, las tortillas el tornillero,
el buen medio de lechugas, de zapallo el buen medio, pejerreyes frescos, erizos gordos, las perdices frescas, los huevos, las escobas, los plumeros.
Había como hoy, otro Santiago que raramente se mezclaba con su hermano. En la Plaza de Armas de la ciudad, los sobretodos elegantes de Pineaud, las levitas y esclavinas, los sombreros de cotton, paseaban indiferentes y lejanos a ese otro mundo popular.
En la Casa Prá, que ya usaba luz eléctrica en 1883, una enorme gallina
automática, luego de depositársele 5 centavos, ponía un precioso huevo de lata lleno de pastillas de chocolate. Los niños jugaban al diávolo, que era un desafío arrancado de Las Mil y Una Noches, y cuya seducción alcanzaba a los mayores. Otros muchachitos corrían con aros metálicos por las calles perturbando el caminar anciano hacia la iglesia. Había tanto que disfrutar para quien pudiera darse gustos. Más tarde los pasteles de milhojas de la Pastelería Camino. O había que ir donde el fotógrafo Heffer, cuyo estudio estaba bajo el Hotel Oddó, en Huérfanos casi al llegar a Ahumada, en una Galería abierta a la calle con vitrinas que parecian acuarios.
Así fuiste en el pasado y asi eres hoy. Asi creciste con tus hijos, con tus luces y tus sombras, con tu agonía y tu éxtasis, con tu estremecedora y degarradora realidad de la abundancia y la miseria hermanados bajo la misma bandera, bajo el mismo cielo azulado de la dulce patria. Santiago del 900, Santiago penando estas.