Todo se llenó de colores. La calle Aldunate se vio atestada por una gran cantidad de gente. La esperada fiesta cayó de bruces por todos los rincones de Coquimbo. La challa llenaba las veredas con su nevada carga de alegría. Había pequeños estruendos de guatapiques, estrellitas, petardos y pulguitas. La algarabía era general. Los niños corrían por las aceras esquivando con destreza a las personas y aventando challa al prójimo para contagiarlos de esta felicidad colectiva. Era una fiesta pura. La gente se reunía por las noches en El Empalme en gran cantidad para presenciar una función de cine al aire libre. Un gran telón se había instalado en la terraza de Fala. Charles Chaplin en blanco y negro, hacia reír a carcajadas a la sana concurrencia provinciana que compartía sin exclusiones ni diferencias. No había distinciones. Para los niños de entonces las Fiestas de la primavera con sus maravillosas “farándulas” era el imperdible del año. Los desfiles uno tras uno de Colosos, que eran unos inmensos camiones que acogían en su acoplado la fantasía artística de la juventud expresada en bellas representaciones de hermosas reinas, sirenas, palmeras, y bellas musas saludando pausada y parsimoniosamente a su paso a la gente que colmaba las veredas y que saludaba con sus manos agitadas a los corsos. Un sano bullicio inundaba todo el ambiente. El Bar Santiago estaba repleto de parroquianos que conversaban animadamente las “Pilsen” . La Radio Riquelme transmitía de cuando en cuando y desde sus estudios ubicados al lado de El Empalme todos los pormenores de la tradicional fiesta coquimbana. El “Andes Mar Bus”, que provenía de Santiago tuvo muchas dificultades para estacionar el bus en su oficina - terminal de El Empalme. Carabineros tuvo que disponer de otro sitio para la llegada de los buses. El Club Radical tenia agotada su capacidad para recibir a los comensales que gustaban de la famosa cocina de la tienda política, rica en platos de autentica chilenidad como perniles con papas cocidas y ají rojo en pasta, plateadas a la olla, cocimientos, chupes y otras especialidades. Todo Coquimbo celebraba en las calles. Sin embargo yo había tenido que pagar un alto precio para estar allí. Debí beberme de un sorbo un asqueroso jarabe de bacalao, que mi abuela - mamá Adela aseguraba con toda certeza ser excelente para prevenir todas las enfermedades. Después nos hacia chupar una mitad de naranja para compensar y pasar este momento amargo.
Procurando olvidar el sabor del bacalao, me metí entre las piernas de los de la primera fila. Estaba toda la gente espectante porque se había anunciado que el Coloso donde venía “Cocoliche” estaba próximo a llegar . Nosotros lo esperábamos con inquietud.
"Cocoliche", era un tosco y pintarrajeado muñeco gigante con cara de niño, y una estática sonrisa permanente, Este muñeco itinerante llevaba la alegría a todos los niños de Chile, y su presencia en los nostálgicos clásicos universitarios, ponía esa nota de magia infantil sana e inocente.
Asomé mi cabeza por entre la gente, atento a cualquier maniobra. Pronto vi avanzar entres los Colosos al que traía a Cocoliche. Mis pequeñas manos transpiraban de emoción. Pronto Cocoliche pasaría frente a mi.
No había alcanzado a pensarlo cuando en una gran y calculada reverencia Cocoliche quedó a unos escasos centímetro de mi cara. Un terror inimaginable se apoderó de mi ante la extrema cercanía de esta monumental máscara pintarrajeada e inexpresiva con esa cara de cartón carente de emoción, y sin poder impedirlo salió de mi un monumental grito de horror que descolocó a mis tias que me sujetaban fuertemente de la mano. Después en la inevitable retrospectiva convengo que fue un acto de justicia. No se puede atentar contra la pureza de la infancia creando muñecos tan horripilantes como ese.