El viejo arrastró una silla hasta el ventanal, La lluvia golpeaba con fuerza en los cristales. Buscó entre sus ropas la cajetilla y tras esta breve liturgia encendió un cigarrillo y le dio un larga pitada. Eterna, furibunda, como si en ello se le fuese la vida. La brasa encendida avanzó rápida hacia sus labios mientras la música del agua danzaba en su cerebro. Su mirada viajó a un día lejano. Hasta la fría mañana de ese martes que traía aparejada una persistente y fria llovizna. Se vio joven, apurando el tranco. Venia la “27” Pila Cementerio doblando por Vivaceta hacia la Plaza San Luis. Era muy temprano y ya había gente haciendo una cola en la panadería. y en el local de venta de gas. Hacer una cola en esos días era casi un reflejo condicionado. La gente hacia cola para comprar casi irracionalmente cualquier cosa. Mezclado entre la gente de la micro pensaba en la exposición de afiches de una jornada que se denominó: ”Por la vida siempre” y que se inauguraría a las 11:00 a.m. de ese día. Hablaría el compañero presidente en el acto que se llevaría a cabo en el Foro Griego de la universidad. Se trataba de un encuentro vital, ya que se rumoreaba que pediría desde esa tribuna universitaria un plebiscito para que el pueblo reafirmara su decisión irrevocable de permanecer firme construyendo esta patria nueva.
Llegando a la universidad vio a Víctor Jara estacionando su Renoleta cerca del Patio de Las Rosas. El gran cantor con su guitarra en ristre se perdió por un pasillo de la casa Central. Era el artista invitado que pondría el marco musical acorde a la trascendencia de este encuentro contra el fascismo y la contra la Guerra Civil. Con sus 18 imberbes años se abría ante él este escenario con la fuerza avasalladora de la juventud revolucionaria, alegre, inquieta, feliz de ser el motor de este cambio único, irrepetible. La universidad era un hervidero de actividad día y noche. Los pasillos estaban repletos de afiches y rallados. Los magistrales debates en el Paraninfo concitaban un tremendo interés entre el alumnado que repletaba el recinto. Era el crisol de una delirante catarsis personal para prepararse a cambiar el mundo de un plumazo. Era el tiempo de los legítimos sueños. El recuerdo le estremeció su alma, ya que desde entonces nada volvió a ser lo mismo. Confirmado el golpe de estado a media mañana, salió presuroso de la facultad por la Quinta Normal. Los militares ya habían rodeado el recinto. De allí pasó de militar en militar hasta llegar el costado del río Mapocho en una triste peregrinación de regreso a casa. Todo había terminado. Desde la calle Bandera con General Mackenna vio pasar los Hawker Hunter con su carga criminal hacia La Moneda. Tras la evocación de ese momento sus lagrimas se sumaron a la lluvia y lloró profundamente, desde lo más recóndito de sus víceras con un colosal estertor de desahogo. Con un llanto guardado de años. Un llanto que ningún olvido ha podido derrotar y que lo hace presente, vigente y aunque derrotado por la fuerza de las armas se alza poderoso y rebelde con la fuerza de su lucha inconclusa. Pasó su mano por su rostro para secar sus lágrimas y vio sus plateados cabellos en el reflejo del vidrio. Sabe que la lucha continúa y aunque esté en el ocaso de su vida seguirá siendo comunista…que nada puede apagar el fuego de su rojo corazón, que morirá como vivió. Hasta la victoria siempre…
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