domingo, 8 de julio de 2018

A PIE POR SANTIAGO (CRÓNICAS DE LA CIUDAD)


LETRAS

Y de pronto me encontré frente a esta maraña de letras. A esta dulce y espesa cortina de bar antiguo a descorrer. Hacia un escenario desconocido y urgente de ofrendar mi párrafo generoso como granos de trigos silvestres para la harina de tu ancho y cálido pan fraterno. A saborear con fruicción como frutas frescas cada una de las vocales aprendidas en escuelas difusas y lejanas de la memoria preparatoria. A poner la boca dispuesta como si fuera una comunión para hilvanar las sílabas fundacionales de la infancia. A construir en un andamio de palabras la canción que llega al balcón de tu cielo proletario donde te espera la estrella de la victoria. Declaro que a la escalera humilde de la frase le debo mi palabra. Y al martillo la fuerza precisa de mi corazón militante. Al irrestricto compromiso con la utopía voluntaria y eterna de construir otra patria posible.
Y si de derrota en derrota mis letras han quedado caídas y pisadas en el amargo suelo de la impotencia, aprendimos a recorgerlas una a una para la batalla que viene. Y aunque las sentimos crepitar como hojas secas bajo la pesadumbre de nuestros pasos renovamos con un beso el juramento de nuestra revolución eterna. 
“… Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras.” (Pablo Neruda, “Confieso que he vivido”, 1974).

martes, 12 de junio de 2018

A PIE POR SANTIAGO (CRONICAS DE LA CIUDAD

SANTIAGO
No es que te haya olvidado. Es solo que cerré mis ojos unos momentos y cuando desperté todo había cambiado. Solo queda esta pilastra pergolera y franciscana donde me sentaba a esperar a que llegaras. Venías de jumper azul y medias colegiales blancas. Frágil y delgada. Con tu bolso cuerino que colgó más de una vez de mi hombro. Cuando los juegos Diana bullangeros y atrayentes eran vecinos de la emblemática iglesia colonial. Cuando el diario luminoso nos entregaba sus noticias giratorias encendidas en los atardeceres en la franja móvil y de premonitoria tecnología en la cúpula del edificio NCR, en Alameda y San Diego. Ya no están los cines donde ibamos a las matinales de la infancia. No está el cine Continental, ahí en Plaza Bulnes, ni el Metro, ni el Bandera, ni el Plaza, ni el Real, ni en Rex, Ni el Cinelandia, Ni el cine Santiago, ni el York, ni el Florida, ni el Central, ni el Huérfanos, ni el Lido, ni el Astor… ahora son mustias bodegas, trasgresoras discotecas gays o alucinantes Templos evángelicos de combulsiones colectivas e insensatas revelaciones divinas. La torre Entel empezaba a levantarse a si misma, cuando no se imaginaba ser anfitriona de venideros años nuevos gregarios y pletóricos de baile y de alegría transitoria. ¿Te acuerdas?. Juntos esperabamos la micro en la Plaza de Armas. Tu la 37 Matadero Palma y yo la 60 Ovalle Negrete. Cuando el valor de pasaje se hacia circular hacia la pecera del conductor de mano en mano y hasta regresaba el boleto escolar cuando nos subíamos por la puerta de atrás. No es que te haya olvidado como puedes ver. Pero las ancianas vendedoras nocturnas de huevos duros y pan amasado claudicaron ante el arrollador paso de modernidad excluyente. No me preguntes donde se fue mi Santiago provinciano. Ese cuyas centricas calles recorriamos en los días previos a las navidades para extasiarnos con los decorados de ensoñación de su vitrinas repletas de sueños inalcanzables. Esa ciudad anterior con fragantes barquitos maniceros donde te compré una bolsita de turrones multicolores que eran como dulces rocas mínimas de dulzura para ti. Yo me quedé con el con la tibieza del maní al que había que sacarle la su cáscara…La calle Ahumada por donde transitaba la locomoción vio desaparecer la Farmacia del Indio que gobernaba silente esa esquina histórica. Hoy tus edificios notables sobrevivientes yacen ocultos entre espejos y cristales de una modernidad invasiva que se eleva hacia tus cielos. Santiago, te recuerdo. No creas que me olvidé de ti.

domingo, 6 de mayo de 2018

A PIE POR SANTIAGO (CRÓNICAS DE LA CIUDAD)

FELIZ CUMPLEAÑOS SANTIAGO
Yo te conozco. Te vi sopeando una paila marina en el Mercado Central y tomando té frio de madrugada tras la resaca de la bacanal. Te vi bailando una cueca rebelde, zapateada y libertaria de amanecida donde El Huaso Enrique. En la línea dos del Metro silente en otro paisaje síquico y con la oreja parada. Tomando medio pato de Cola de Mono al seco en el Ciros. Engulléndote un completo a la pasada en el Portal Fernández Concha. Comprando películas piratas en calle Estado. Mirando con extrañeza un objeto en el Persa Bio Bio. Una de pino y una de queso en El Rápido. Testigo del show de mediodía en la Plaza de Armas y su hilarante destino. Estabas en La Piojera y su despedida tambaleante. O persignándote en la Iglesia de Santo Domingo en la breve liturgia del favor concedido. Andabas en las surrealistas carreras del Club Hípico, agitándo los dedos para alentar la esperanza de triunfo. Viendo el partido en la pantalla multitudinaria, gregaria y callejera. Así eres Santiago en tu día a día a estas alturas del siglo. Trasmites a tus hijos tu impronta citadina. El vigor cotidiano, protector y materno de la Vega Central y su estirpe arrabalera. La silente penitencia en la Iglesia de La Merced y su afiteatro de velas y flores. La suplicante mano extendida a lo cielos. El asombro de tu Viseca de aves vivas allá por Chuchunco abajo. La Moneda en llamas y los Jocker Hunters con su carga criminal. Veo a Ricardito y su acordeón ciega tocando una melodía ininteligible a la entrada del Pasaje Matte. Al "Gloria a Dios" saltando en plena Plaza de armas su bíblico testimonial premonitorio con su libro sagrado en ristre. Te miro con ojos de niño exiliado. Con desconocimiento y con mi sonsonete provinciano. Te miro con mi overol de estudiante de preparatoria. Miro con dolor tus hijos huérfanos bajo los puentes del Mapocho. Tus trolebuses con suspensores doblando por General Mackenna. Tus canillitas vendiendo el diario a pata pelá. Santiago abuelo, tio, papá. Santiago sorprendente. Vividor y jaranero. Si apenas eres un joven de 477 años. Salud mi querida ciudad.

jueves, 12 de abril de 2018

A PIE POR SANTIAGO (CRONICAS DE LA CIUDAD)




ECOS DE ABRIL
Abril de tibias y deshojadas brisas. De prematuros atardeceres que se instalan en la tarde que agoniza. Abril de húmedo rocío de madrugada de regreso dipsómano y tambaleante de la Peña Antilén. De frecuente dromomanía hacia Chile, Rie y Canta, y luego hasta donde el Nano Parra, en San Isidro y Alonso Ovalle para tomar la copa del estribo en medio de la interpretación borracha de canciones de Sandro en la voz lacrimosa de Manolo Foster…o el Pollo Guzmán. Abril de Mil Cuecas zapateadas en el corazón de San Bernardo. Abril de luces y sombras. De amigos callejeando por “Decreto Supremo” con la guitarra llena de trinos de pájaros rebeldes. Abril afinando en La 4:40 los Tiempos de Crecer en la Casa del Cantor con entusiastas y emergentes amantes de la música. Abril oscuro en la lectura del listado policial de los que se iban y de los que se quedaban en la cárcel transitoria. Abril de profundo dolor en la partida de entrañables amigos. De lágrimas derramadas mientras sosteníamos en vilo el féretro con el cuerpo lívido de nuestro hermano Wilfredo que partía… hace 14 años ya. Abril estupefacto ante el horror todavía latente del atroz crimen cometido. No degollarán nuestra esperanza. Abril corriendo a tomar la última micro antes del toque de queda. Abril paseando contigo en la tarde dominical del Parque Forestal. Abril de lluvias ausentes. Abril de guitarras de acordes idos. Abril de renovados e ingenuos brios en la democracia que amanece. Abril de sueños venideros. De súbitos cabellos plateados reflejados en el espejo. De memorias cotidianas. De hojas que crepitan con mis pasos en la desnudez otoñal de los árboles de mi cuadra. De marchas multitudinarias con mi rostro presente y mi corazón militante. Abril…vuelvo a desandar el camino en los recovecos del implacable pasado…

jueves, 1 de febrero de 2018

A PIE POR SANTIAGO (CRONICAS DE LA CIUDAD)

ALLIPEN
Allipén…muéstrame tu arboleda maciza que va recorriendo tus orillas rio abajo. Tu rumor silencioso. Todo fluye. Nada permanece, todo cambia. Río dialéctico que no deja bañarse dos veces en la misma agua. Tus soberanos y poderosos salmones ciegos que van a contramano corcoveando y buscando su desobado final. Enséñame el rostro doloroso de tu tragedia invernal. Las manos infantiles que no pudieron remar contra corriente y que se quedaron dormidas en tu lecho araucano. Dame el aroma penetrante de tus hierbas sanadoras. La fragancia iracunda del Poleo. Dale el pan a tus hijos que te respetan y te veneran. Enséñame tu silente melodía rio abajo cuando la noche se instala en tus aposentos de virginal belleza. El ladrido solitario y alerta en el iluminado plenilunio de tus aguas. Tierra araucana de macilentos, silenciosos y torvos caminantes de la madera materna. A tus mudos paisajes hay que regresar con el corazón dispuesto. A la guitarra nocturna. Al cálido vino de la amistad reencontrada. A la canción que el viento invernal va entonando en la colosal sacudida de las copas de tus árboles sagrados. A tu poderosa lluvia inclemente. A tu oscuridad impenetrable. A tus galopes equinos de dulce mansedumbre que van haciendo camino en la generosa tierra sureña. Salud nuevo amigo.

viernes, 12 de enero de 2018

A PIE POR SANTIAGO (CRÓNICAS DE LA CIUDAD)

SEMBLANZA DE MAMA

Tu inconmensurable amor a tu familia y tu sencillez son rasgos notorios de tu existencia.. Tu azarosa vida que te llevó tras mi padre, a recorrer difusos y olvidados pueblos como Inca de Oro, por allá por Copiapó adentro donde la tierra es cobriza y el agua salobre, en una aventura familiar con sus tres críos transitorios a cuestas buscando la buenaventura que nunca llegó. Coquimbo fue tu lugar para vivir los misterios del matrimonio porteño por muchos años.Renquina de corazón conocía desde su más tierna infancia los recovecos del cerro de Renca, la hermana Julia y su mano de seis dedos vendiendo castañas casa por casa cuando caía el crespúsculo. La mítica “Cueva de Don Emilio”. Los amaneceres de trinos de pájaros y buhos que entonan su silvestre melodía madrugadora en la lejana copa de los árboles. Las vehementes lluvias que sobresaltaron tu sueño juvenil. Tu trabajo puertas adentro en la panaderia “La Campana” por allá por calle Esperanza. La he visto lavar en “bateas” como manda la tradición a escobillazo limpio ganándole la pulseada a la pobreza. Sus manos creadoras inventando la sobrevivencia alimentaria para que sus siete chiquillos no conocieran el hambre. Cortó fierro con una sierra como un hombre para ayudar en la faena del marido - padre cerrajero, y bordó, cosió y zurció las ropa para que aguantaran un poco más. Nobleza de mujer de antaño que se valoriza en los recovecos del corazón. Quien más que tu supo de privaciones y silenciosos dolores que guardaste dentro de tu corazón. De lágrimas a escondidas. Quien mejor que tu para corregir con el cordón de la plancha la insensata maldad infantil de tus hijos. Con su talento de madre costureteó la mezclilla para los pretenciosos púberes que soñaron patas de elefantes para sus pantalones setenteros. Cantó inolvidables himnos de amor hasta lograr conciliar el sueño de sus hijos. Nadie más que tu supo dirigir la obstinada conciencia que se negaba a hacer las tareas de estudiante. No caben en estas líneas los homenajes ni las letras que puedan cubrir tu estirpe ni tu impronta de mujer luchadora de Chile. Madre nuestra que estás en la tierra. Damos gracias a Dios.

domingo, 24 de diciembre de 2017

A PIE POR SANTIAGO: CRÓNICAS DE LA CIUDAD


PABLO
Apenas cruzó calle Borgoño cerca de la estación Mapocho, tomó calle Maruri y empezó a ubicar el número 513. Casi arrastraba el viejo baúl de lata donde traía sus escasos bienes. Una pequeña maleta que contenía algunos libros y su escasa ropa venía amarrada al baúl. El empedrado de adoquines de la silente calle parecía oponerse a que su paso fuera expedito. Su delgadísima figura vestida de rigurosa capa negra y sombrero alón, le daba un aspecto fantasmal. De otro mundo. Maruri era una calle distinta a las que la circundaban. Tenía una especie de linaje diferente. De aristocracia vernácula y olía a café de higos… La peregrinación se hizo eterna. Apenas cruzó calle Rivera se encontró de sopetón frente a la puerta de la pensión. Trepó con gran dificultad la escala que se presentaba ante él. Las sempiternas lluvias del sur golpeaban con fuerza en su mente y su corazón. El olor a madera mojada y ranchos humeantes de la campiña sureña, caballos corriendo a campo traviesa mientras el tren va surcando el verdor de la espesura invernal. Torvos campesinos de poncho de Castilla empapados bajo la torrencial lluvia. La dueña de la pensión escribía con gran dificultad sus datos en un libraco de hojas amarillentas y gruesa tapa. Hundía presurosa la pluma en el mínimo tintero al borde del escritorio de recepción para terminar el registro y miraba de reojo al menudo joven que se presentaba ante ella. Mientras enumeraba algunas restricciones de la casa le entregó una llave antigua de paleta que hacia rechinar la chapa de su nuevo hábitat. En su pieza sólo había un catre de una plaza cubierto por una colcha de hilo, un pequeño velador, una bacinica que se asomaba bajo la cama y una esmirriada silla tapizada de gruesa totora. Más allá un leve lavatorio acompañado de un saltado jarrón blanco enlozado. Dejó sus bártulos a un lado y se recostó mirando el techo cuyas cicatrices delataban la filtraciones de lluvias invernales…Abrió la ventana de dos hojas y un vaho de aire tibio lo inundo todo. Se sentó a mirar el cromático ocaso que empezaba a inundarlo todo de sus radiaciones celestes, violáceas y rojizas sobre los desolados techos de tejas de la vecindad. Con mansedumbre sus ojos recorrieron el arrabal santiaguino hasta que su vista se perdió en el horizonte. Más allá las torres del Buen Pastor quebraban la incursión visual mostrando su imponente silueta…Habían sido construidas por Eusebio Chelli, por allá por los nebulosos años 1871…Fueron las más bellas de ese Santiago colonial. Pablo respiró profundamente y entraron en su ser los colores de ese atardecer pirimigenio de muchas contemplaciones venideras…Cogió un grueso cuaderno y estremecido por el maravilloso fulgor reinante y acosado por una infinita melancolía escribió “Los Crepúsculos de Maruri” mientras sus tripas entonaban un concierto de hambre que habría de acompañarlo en muchas jornadas de su solitaria poesía …