SANTIAGO
No es que te haya olvidado. Es solo que cerré mis ojos unos momentos y cuando desperté todo había cambiado. Solo queda esta pilastra pergolera y franciscana donde me sentaba a esperar a que llegaras. Venías de jumper azul y medias colegiales blancas. Frágil y delgada. Con tu bolso cuerino que colgó más de una vez de mi hombro. Cuando los juegos Diana bullangeros y atrayentes eran vecinos de la emblemática iglesia colonial. Cuando el diario luminoso nos entregaba sus noticias giratorias encendidas en los atardeceres en la franja móvil y de premonitoria tecnología en la cúpula del edificio NCR, en Alameda y San Diego. Ya no están los cines donde ibamos a las matinales de la infancia. No está el cine Continental, ahí en Plaza Bulnes, ni el Metro, ni el Bandera, ni el Plaza, ni el Real, ni en Rex, Ni el Cinelandia, Ni el cine Santiago, ni el York, ni el Florida, ni el Central, ni el Huérfanos, ni el Lido, ni el Astor… ahora son mustias bodegas, trasgresoras discotecas gays o alucinantes Templos evángelicos de combulsiones colectivas e insensatas revelaciones divinas. La torre Entel empezaba a levantarse a si misma, cuando no se imaginaba ser anfitriona de venideros años nuevos gregarios y pletóricos de baile y de alegría transitoria. ¿Te acuerdas?. Juntos esperabamos la micro en la Plaza de Armas. Tu la 37 Matadero Palma y yo la 60 Ovalle Negrete. Cuando el valor de pasaje se hacia circular hacia la pecera del conductor de mano en mano y hasta regresaba el boleto escolar cuando nos subíamos por la puerta de atrás. No es que te haya olvidado como puedes ver. Pero las ancianas vendedoras nocturnas de huevos duros y pan amasado claudicaron ante el arrollador paso de modernidad excluyente. No me preguntes donde se fue mi Santiago provinciano. Ese cuyas centricas calles recorriamos en los días previos a las navidades para extasiarnos con los decorados de ensoñación de su vitrinas repletas de sueños inalcanzables. Esa ciudad anterior con fragantes barquitos maniceros donde te compré una bolsita de turrones multicolores que eran como dulces rocas mínimas de dulzura para ti. Yo me quedé con el con la tibieza del maní al que había que sacarle la su cáscara…La calle Ahumada por donde transitaba la locomoción vio desaparecer la Farmacia del Indio que gobernaba silente esa esquina histórica. Hoy tus edificios notables sobrevivientes yacen ocultos entre espejos y cristales de una modernidad invasiva que se eleva hacia tus cielos. Santiago, te recuerdo. No creas que me olvidé de ti.
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