ATORRANTES
Como en todas las grandes ciudades Santiago también tiene y ha tenido una variopinta fauna de atorrantes y seres estrambóticos que pululan por sus calles y son visibles en el Paseo Ahumada, o circulando por alguna feria persa, o en el Bellavista. Los hubo de todas las layas y en todas las épocas. Por los años 70 el “Falabella” una fotocopia de los hippies de Woodstock, que según la maledicencia se quedó pegado en quien sabe que paisaje síquico como resultado de la excesiva adicción a la marihuana. Solía aparecerse en las inmediaciones de las “Convivencias” de la Plaza Manuel Rodríguez oteando de lejos a la concurrencia que entraba a al teatro del mismo nombre a “vacilar” la tarde entera con desafinadas bandas roqueras criollas. O en el Parque Forestal, quizás rememorando los días en que centenares de estudiantes de la enseñanza media, colmaban los prados bajo el lema de Paz y Amor. Saludando al prójimo con los dedos en “V”. Cuando la marihuana te la regalaban y el que no tenía un ánfora era ganso.
Hubo quienes le atribuían un parentesco directo con los famosos empresarios y que se habían aburrido de socorrerlo a cada rato. Pura imaginería popular.
En los años ochenta el Paseo Ahumada era testigo de todo tipo de performances excecrables. Desde un minusválido que exhibe sus llagas con muecas de inconmesurable dolor, Hasta un travesti teñido con Yupi naranja que bailaba con desenfreno al compás de un pandero de plástico y que era de una insolencia provocadora.
Después de estos actos podían verse en El Indianápolis desahogando el cansancio con unos shop de antología.
El Elvis es otro personaje urbano de este Santiago bizarro. Su batería hechas de tarros de lata y cajas de cartón eran un imperdoble a la pasada hacia el Bellavista. Tocando caía en trance y de cuando en cuando, lanzaba un improperio de baja ofensa a algún paisano que terciara. Hacía un número con un flacuchento bailarín amanerado que a veces con el envión del entusiamo acicateado por los aplausos de algunos pasados de copas se salía de madre bailando. Entonces el Elvis paraba en seco el solo de batería y le llamaba la atención. El artista era él.
Don Francisco lo llevó a uno de sus programas y le regaló una batería. Le duró la nada misma. Debe haber terminado empeñada sin retorno en algún Depósito de Licores o vendida a vil precio a algún vivo comprador ocasional. En estos días hace una perfecta ejecución en un destartalado teclado de lo que fue un órgano. Un pequeño amplificador complementa el acto que se escucha sin ningún yerro. El muy pillo tiene conectado un pendrive y él sólo hace la mimica. El Elvis es un personaje vigente de Santiago que siempre sorprende