martes, 15 de septiembre de 2020

ATORRANTES

Como en todas las grandes ciudades Santiago también tiene y ha tenido una variopinta fauna de atorrantes y seres estrambóticos que pululan por sus calles y son visibles en el Paseo Ahumada, o circulando por alguna feria persa, o en el Bellavista. Los hubo de todas las layas y en todas las épocas. Por los años 70 el “Falabella” una fotocopia de los hippies de Woodstock, que según la maledicencia se quedó pegado en quien sabe que paisaje síquico como resultado de la excesiva adicción a la marihuana. Solía aparecerse en las inmediaciones de las “Convivencias” de la Plaza Manuel Rodríguez oteando de lejos a la concurrencia que entraba a al teatro del mismo nombre a “vacilar” la tarde entera con desafinadas bandas roqueras criollas. O en el Parque Forestal, quizás rememorando los días en que centenares de estudiantes de la enseñanza media, colmaban los prados bajo el lema de Paz y Amor. Saludando al prójimo con los dedos en “V”. Cuando la marihuana te la regalaban y el que no tenía un ánfora era ganso. Hubo quienes le atribuían un parentesco directo con los famosos empresarios y que se habían aburrido de socorrerlo a cada rato. Pura imaginería popular. En los años ochenta el Paseo Ahumada era testigo de todo tipo de performances excecrables. Desde un minusválido que exhibe sus llagas con muecas de inconmesurable dolor, Hasta un travesti teñido con Yupi naranja que bailaba con desenfreno al compás de un pandero de plástico y que era de una insolencia provocadora. Después de estos actos podían verse en El Indianápolis desahogando el cansancio con unos shop de antología. El Elvis es otro personaje urbano de este Santiago bizarro. Su batería hechas de tarros de lata y cajas de cartón eran un imperdoble a la pasada hacia el Bellavista. Tocando caía en trance y de cuando en cuando, lanzaba un improperio de baja ofensa a algún paisano que terciara. Hacía un número con un flacuchento bailarín amanerado que a veces con el envión del entusiamo acicateado por los aplausos de algunos pasados de copas se salía de madre bailando. Entonces el Elvis paraba en seco el solo de batería y le llamaba la atención. El artista era él. Don Francisco lo llevó a uno de sus programas y le regaló una batería. Le duró la nada misma. Debe haber terminado empeñada sin retorno en algún Depósito de Licores o vendida a vil precio a algún vivo comprador ocasional. En estos días hace una perfecta ejecución en un destartalado teclado de lo que fue un órgano. Un pequeño amplificador complementa el acto que se escucha sin ningún yerro. El muy pillo tiene conectado un pendrive y él sólo hace la mimica. El Elvis es un personaje vigente de Santiago que siempre sorprende

martes, 8 de septiembre de 2020

A PIE POR SANTIAGO. CRONICAS DE LA CIUDAD


LA QUINTA NORMAL
Fue el primer y más bello Parque Urbano de Santiago.
En sus albores se convirtió en la sede de innumerables exposiciones agrícolas, donde se exponían al público poderosos toros de raza herencia de ese difuso Chile agrario.
Nadie imaginó la transformación que tendría este mundo vigoroso, colorido y popular llamado Quinta Normal. En sus albores la Escuela Práctica de Agricultura se ponía en marcha con 30 alumnos bajo la dirección de García Reyes. Rodolfo Philippi soñaba su Jardín Botánico e invernadero y Claudio Gay su director plantaba los primeros Abetos, Pinos, Encinas y otros árboles de gran altura que fueron vistiendo su ropaje vegetal. También acogió en sus primeras tentativas al Jardín Zoológico de Santiago a partir de 1882 hasta que fue trasladado al actual Parque Metropolitano de Santiago en 1925. Quizás debió seguir allí el Zoológico y dar mejor calidad de vida y espacio al variopinto espectro de especies para la exhibición. El apogeo de este paseo santiaguino se fija por el año 1930. Lugar imperdible para el proletario paseo dominical de las familias chilenas, y sus pichangas bajo los centenarios árboles. Punto de encuentro irrenunciable para los enamorados, alma del pueblo santiaguino. La Quinta Normal que al pricipio era paseo inperdible para las clases acomodadas hoy es un ícono de la ciudad y del mundo popular. A veces venida a menos, pero imperecedera, acogedora, nuestra. Por los años setenta todavía un pequeño tren recorria la periferia vegetal del recinto, en medio del chivateo infantil. En Septiembre, los sabrosos olores de los asados y las innumerables “comisiones” volantineras familiares llenan sus prados de una increíble algarabía, vendedores de helados que recorren el parque voceando sus chupetes para la “sed y la calor”…que revela una chilenidad vigente, viva, plena de foclor, artesanía, gastronomía , fiestas religiosas y fervor popular. Hoy tu Artequin es visitada por los alumnos de distitas escuelas de la ciudad, tu Museo Nacional de Historia Natural, tu silente Museo Ferroviario testimonio mudo y rigido de un pasado esplendor. Salud y vida a la bella Quinta Normal.