"ZALAGARDA"
Cuando las brisas veraniegas empezaron a acentuar su presencia con indomables ráfagas de viento, la copa del aromo se llenó de trinos de alerta y una febril actividad comenzaba en el hábitat de varias decenas de familias de chincoles que a menudos saltitos ponían a salvo a sus crías del desatado temporal. Sabido es por la leyenda del Chincol que jugando un partido de chueca, uno de los pajarillos se hirió y el Chicol que tenía un tío doctor salió en su inmediata búsqueda preguntando: ¿han visto a mi tío Agustín? ¿Con zapato y un calcetín?. Lo busca desde entonces por todo Chile, por cerros y cordillera. De día y de noche. También cuenta la leyenda que viéndose involucrado en un lío acusado de apuñalar en el pecho a una loica, se defendió ante el juez, asegurando que él no era roto de andar matando a nadie. Así y todo el juez lo hizo apresar y lo engrilló. Por eso anda dando saltitos y no puede caminar como otros pajarillos…
De pronto en medio de uno de los zamarreos del ventarrón una avecilla cayó de golpe al suelo. Estaba herido en un ala y condenado a la depredación gatuna. Pero la mano salvadora de mi compañera lo salvó providencialmente, y decidió cuidarlo dándole asilo en la casa. Lo curó con paciencia materna, lo alimentó y vigiló su convalecencia que se prolongó por tres meses hasta que logró ponerse de pie.
De ahí en adelante respondía a los suaves golpes de los dedos en la mesa para que se acercara a alimentarse. Lentamente se fue convirtiendo en un devorador de frescas lechugas y un comedor de semillas varias. La confianza se acrecentó a un punto que se paraba encima de mi cabeza con todo desparpajo y sin pedirle permiso a nadie. Lo mismo con nuestras mascotas. Dos perritas a las que le enseñamos a no dañar a tan amorosa especie.
Cuando tenía hambre armaba una zalagarda de aquellas y su trinar llegó a ser la música matutina de la casa. Incluso nos acompañó a paseos playeros.Pero llegó el momento en que debía conocer la libertad y aunque sobrevolaba el parrón y regresaba a la casa cada vez sentía que sus instintos lo llamaban a su hábitat natural: las copas de los árboles. Así un buen día “Zalagarda” emprendió su vuelo definitivo para no regresar jamás. Cuando escuchamos el ¿has visto a mi tío Agustín? Recordamos a “Zalagarda”…capaz que ande por ahí llenando con su música su azarosa existencia…