Las calles de Coquimbo ven pasar el progreso al son de su bucólica vida provinciana. En el pasado de mi infancia sesentera los vendedores callejeros de pescado, crucificados por una gruesa vara de la que colgaban sartas de pescada, de pejesapos, de sierras, de lenguados, sartas de cientos de pejerreyes y otros productos del generoso litoral, voceaban su mercadería en los atardeceres por las zigzagueantes calles de las barriadas populares que se empinan hacia los cerros del puerto. Los gritos cantaditos de "Macha y luche" eran una campanada de alerta para las dueñas de casa que salían prontamente al encuentro del casero para aprovisionarse de sus ricos productos del mar. También eran habituales los puestos ambulantes de Sierra ahumada. Estéticamente, Coquimbo es como Valparaíso aunque más chico, miseria incluida.
Hoy el corazón evoca con nostalgia aquel aroma de pan recién salido de "La Espiga de Oro", tradicional panadería hoy inexistente, cuando salíamos de clases de la Escuela Nº 5 de Coquimbo, donde conocimos nuestras primeras letras. También casi enfrente de la escuela estaba la heladería La Alhambra donde los sabores de canela y bocado eran los preferidos de los sedientos niños. Cuando la sirena del Cuerpo de Bomberos de calle Garriga marcaba el mediodía porteño la panadería La Francesa ofrecía sus "Palitos" especie de baguette delgadisimo , largo y crujiente que eran muy apetecidos por los escolares como tentempié antes del almuerzo. Curiosamente el recuerdo más nítido de la infancia es mi primer día de clases en el Kindergarten de esa escuela. Recuerdo que mi profesora se llamaba Dalia.
La calle Aldunate que ha visto de bonanzas y pobrezas es la principal arteria del puerto. En ella estaban las casas comerciales más tradicionales, como La Competidora, el Hotel Ovalle, el Club Radical, La Radio Riquelme, el Bar Santiago, la Farmacia Vera, Rendich Hnos., La Elegante, Oliver, Allen, la zapatería Rex, la Ferretería Silva, cuyas estanterías hiciera mi padre en fierro y que se conservan hasta estos días, el Teatro Nacional, donde por los años sesenta todavía se conservaba esa vieja tradición de las seriales, es decir una película a la que había que seguir semana a semana. Era el esplendor de los nostálgicos años felices. Nosotros íbamos y hablábamos con "El Gato", un amigo de farra de mi papá seguramente, que nos dejaba pasar a Galería. Allí vi El Cid, película que marcó mi mente por muchos años, y que ya mayor he vuelto a ver sin rescatar esa magia de ayer.
También era el lugar de presentación de connotados artistas de la Nueva Ola, movimiento musical chilensis de la época. Este movimiento no deja de tener sus curiosidades y chascarros. Una de ellas era que todos nuestros cantantes adoptaron nombres en inglés. Así estaba Danny Chilean, Larry Wilson, Pat Henry y Los Diablos Azules, Ferrán Alabert, Alan y sus Bates, Sussy Vecchy, Nadia Milton, Alex Alexander, Los Blue Splendors, Peter Rock etc.. Lo gracioso era que por muy gringos que fuesen los nombres, la cara de autóctonos se les notaba, y en algunos casos era tragicómico. El público tenía verdadero fervor por ellos, y su presencia eran sinónimos de conmoción pública. Cuando algún muchachón corría poco o andaba desganado le ponían de sobrenombre Pat Henry, que era una deformación verbal de "pajero", en alusión a que era bueno para masturbarse. Era la época de las "Calcetineras", de los "Coléricos", de los zapatos de color amarillo, con hebilla y punta cuadrada. De la Revista Rincón Juvenil, con la plástica sonrisa de Enrique Guzmán en la engominada portada. Era la época en blanco y negro tan nostálgica y bella.
Uno de los más memorables chascarros de esa época es el que les tocó vivir a Los Red Juniors. Estaba el Teatro Nacional lleno de bote a bote y hasta un perro se había colado a la platea. En la interpretación musical uno de los integrantes, canta una estrofa donde la nota se alargaba con un caprino por varios segundos, y el perro se ponía a aullar como si llorara amargamente. Cada vez que llegaban a la mentada estrofa, el perro aullaba con más vehemencia. Hasta que de la galería no faltó el chango ingenioso que gritó: ¡Cántate una que no se sepa el perro..!. Risotada general y hasta ahí no más llegó el tema, porque hasta los Red Juniors se rieron con ganas.
Así transcurrían los días de nuestra infancia en eterno juego.
Por la tradicional Avenida Aldunate desfilaron las farándulas y corsos estudiantiles clásicos de la época con toda su desbordante magia y alegría . Eran de esas que se hacían en enormes camiones llamados Colosos y se decoraban con gigantescas figuras, que iban haciendo reverencias ante la gente que colmaba las veredas. También recuerdo funciones de cine al aire libre en El Empalme. Por desgracia para nosotros, cada vez que estas funciones se llevaban a cabo, mi mamá Adela (mi abuela materna) nos obligaba a tomar una cucharada de Jarabe de Bacalao, como requisito del permiso para ver la función. Este jarabe debe ser una de las peores cosas que he conocido, aunque se decía que era muy beneficioso para prevenir no se que enfermedades.
"El Club de la Juventud" era el programa radial juvenil de mayor audiencia conducido por la legendaria figura radial coquimbana Juan Ramírez Portilla. En uno de sus programas mi querida prima Angélica, se hizo merecedora a una distinción al crear un poema sobre el Valle de Elqui y ganar legítimamente un concurso de poesía.
Más allá la Iglesia de San Luis con su cruz inclinada debido a un crudo e inusitado invierno, por los años cincuenta, dominaba con rostro serio las calles que atormentadas por sus accidentes geográficos, llegan casi a las orillas del mar. Fui monaguillo de la iglesia y recorrí con temor y curiosidad sus instalaciones completamente, incluidos entretechos, campanario y cúpula. Fue una época de inocencia . También fueron escenario de una infancia feliz la figura del "Canilla Díaz" y otros astros del Coquimbo Unido nuestro equipo de fútbol de gran popularidad por esos días ya que estaba a punto de llenarse de gloria al ascender a la Primera División del Fútbol Profesional. Así lo haría en medio del júbilo colectivo por allá por los sesenta y tantos. Recuerdo que se le ganó al cuadro de Universidad Técnica del Estado por 1 a 0, y Luis Gardella el arquero coquimbano tuvo una actuación sobresaliente.
El entrenador de ese equipo de la Universidad Técnica era don Gracián Miño, que años más tarde sería mi propio director técnico cuando yo estudiaba Publicidad en dicha Universidad y cumplía con mi crédito deportivo obligatorio.