lunes, 24 de octubre de 2016

ANTILEN


LA PEÑA ANTILEN

Nada como caminar por la Alameda en una noche de lluvia hacia la Peña Antilén. Los alucinantes reflejos del agua en las veredas daba a la noche una visualidad única y fantasmagórica. Íbamos de poncho que era un símbolo invisible de rebeldía a la autoridad miope que imperaba. Que no se daba cuenta que soñábamos amaneceres diferentes. Nuestra querida Peña era el refugio de aquellos años grises que nos tocó vivir. El gran pequeño espacio donde se conjugaban los sueños nuevos. Era la tibieza de un vino invernal que iluminaba las eternas madrugadas de canto, conversa, y fraterna farra inolvidable. Antes de bajar a la peña misma había una antesala, una suerte de “previa” que casi siempre resultaba intensa, maravillosa, donde hasta el silencio se valoraba para escuchar a los más sabios. Al profe Jack le gustaba ser escuchado y practicaba ese inconmensurable don de la transmisión oral. Venia de vuelta de los desengaños, pero su vasta experiencia hacia ver sus contenidos como un apreciable fruto de sabiduría musical. A veces la jornada terminaba cuando los primeros rayos de sol del nuevo día se filtraba por todos los recodos de la silente avenida. Antilén era el crisol de artistas emergentes, con opinión y decisión. Veo a Chago Cavieres ese humilde poeta solidario que estuvo siempre con nosotros, hasta su prematura partida. A Fernando Aguirre que deslumbraba con la potencia de su canto, al viejo “Toco” con su blanca barba de guerillero perdido en la ciudad. Con su voz pausada, de profunda realidad latinoamericana. Disfrutábamos a concho de su incorregible mitomanía. Dicen que los lugares y las calles tienen alma. Antilén tenía su impronta, su identidad propia que era la vida de sus visitantes. Veo a Giovanni Vacani afinando su guitarra, al Chico Palacios siempre embriagado de vida y juventud.
De vuelta a casa la parada irrenunciable en Alameda con Santa Rosa, donde nos hartábamos de empanadas fritas, sopaipillas y otra deliciosas y malignas exquisiteces para soportar el hambre del trasnoche. Los recuerdo acosan la mente y el corazón. Mientras pasan los años el recuerdo de la Peña Antilén parece agrandarse en el alma de quienes alguna vez entramos a esa alma mater donde tantos y tantos amigos y amigas aprendimos a crecer al calor de la inolvidable Peña Antilén.