martes, 8 de marzo de 2016

MAMA ROSA

MAMA ROSA
Ese Domingo se levantó con un ánimo diferente. Encendió la radio, sintonizó la Portales como todos los días y recogió la ropa sucia de sus hijos mientras la batea se llenaba de agua cantarina desde una llave cuyo chorro salía en forma imperfecta. Cantaba armoniosamente y en voz baja los éxitos de esos años. El escobillado cogía un ritmo uniforme y monótono que los niños escuchaban entre dormidos desde sus camas. Le echó agua a la tetera, tomó un leve puñado de té en ramas y lo depositó en la tetera del té que se calentaba en la boca de la tetera grande. Tomó un pan y le puso unas trazas de mantequilla mientras pensaba que hacer de comer. Se asomó a la puerta y vio que Don Viterbo y su triciclo había regresado de La Vega con su acostumbrada carga de verduras y frutas medio mustias que trae a diario para su gente. Tomó la raída y grasienta libreta negra del fiado y cruzó presurosa la calle. Al cabo de algunos minutos regresó con un paquete de harina, un tarro de Jurel, unas luminosas cebollas. Llamó a uno de los críos y lo mandó a comprar unos pocos pesos de grasa empella. A media mañana cierta algarabía le daba a la casa un aire festivo y dominical. Unos viejos tangos llenaban la atmósfera de esa melancolía dulce y extraña que Alodia Corral pone con su voz de plata.

Preparó la mesa para el amasado y se dio a la fatigosa faena de sobar con paciencia tibetana aquella árida y rebelde mezcla de agua, sal y harina. Sus manos se hundían en el amasijo otra vez hasta quedar perfectamente dócil. Con el uslero en las manos estiró una y otra vez la masa y la recortó con gracia en circunferencias del tamaño de un plato de té. Abrió el tarro de jurel, picó la cebolla y aliñó con talento y cariño el pino jugoso y brillante. La grasa empella se derretía generando unos chispeantes chicharrones pequeños que fueron a dar a una mitad de pan marraqueta abierto. Se devoró con deleite este maligno pero sabroso tentenpié.
luego fue colocando el pino proletario en cada luna de masa sobre la mesa y armó una humildes y deliciosas empanadas de jurel que todos comimos con verdadera fruición. Así con la magia de su sabiduría materna no solo satisface el hambre de sus chiquillos, sino que convirtió en una fiesta aquel domingo luminoso…