lunes, 11 de mayo de 2015

PALO DE GUINDO

Diciembre comenzaba a instalarse en Santiago con sus cálidas brisas  primaverales y un especial regocijo llenó de alegría el corazón de don Germán Herpel. Después del diario afeite, se dirigió a su dormitorio y buscó en el vetusto ropero de tres cuerpos con puertas bombé, un estuche de cuero. Era largo como si se tratara de la batuta de un director de orquesta. Salió de su casa con su estuche bajo el brazo y de muy buen humor tomó la cotidiana locomoción y como siempre cruzó la ciudad hasta llegar a Alameda con Dieciocho. Hacía muchos años que trabajaba  en “El Torres” esa legendaria y mítica confitería fundacional de Santiago enclavada en el antiguo casco aristocrático de la ciudad. Allí era famoso como barman que gozaba de gran prestigio. Pero este 1º de diciembre como todos los primeros de diciembre, era especial.

Apenas llegó se puso un largo delantal blanco y su toca cocinera. Trajo la leche. Eran 13 litros que puso a hervir sola. En otro fuego puso una olla con 2 litro de agua. Ahí puso a hervir 1.600 de azúcar y 4 cáscaras de limón. En un tercer fuego y en 1 litro de agua hizo hervir ½ kilo del mejor café. Buscó unos clavos de olor, ralló una nuez moscada, unos pocos palos de canela, uno de vainilla y los tiró a la leche. La dejó enfriar latamente. Revisó el diario mientras esperaba con la paciencia de monje tibetano. Cuando los brebajes estuvieron fríos, los mezcló vertiendo uno tras otro sobre la leche reposada. Primero el azúcar disuelta, luego el café. Cogió los  4 litros de aguardiente de Chillán, y los fue vertiendo despacito para no cortar la leche. Luego ¼ litro de Ron, una copa de cacao. Desenvainó desde el misterioso estuche un fornido palo de guindo con el que dio inicio a la ceremonia de revolver lentamente, con movimientos paquidermos y parsimoniosos para ir mezclando todos los sabores y secretos de los mágicos ingredientes del sublime Cola de Mono que año a año Don Germán preparaba con la maestría de sus años, su sapiencia del oficio y el profundo amor por ser parte de llevar la batuta de este arte. . Si no se revolvía con el palo de guindo no quedaba a punto, decía don Germán. Esta receta rendía 23 litros de esta espectacular bebida nacional que ha cruzado generaciones enteras que se han regocijado bebiendo este mágico brebaje. La verdad es que el Cola de Mono del Torres gozó de gran prestigio por muchos años, quizás más allá de los ingredientes, la magia y la mística puesta por don Germán completaba la excelencia de la obra. El 31 de diciembre, limpiaba pulcramente el palo de guindo y lo guardaba en su estuche, hasta el 1º de diciembre del año venidero.