Diciembre comenzaba a instalarse en Santiago
con sus cálidas brisas primaverales y un
especial regocijo llenó de alegría el corazón de don Germán Herpel. Después del
diario afeite, se dirigió a su dormitorio y buscó en el vetusto ropero de tres
cuerpos con puertas bombé, un estuche de cuero. Era largo como si se tratara de
la batuta de un director de orquesta. Salió de su casa con su estuche bajo el
brazo y de muy buen humor tomó la cotidiana locomoción y como siempre cruzó la
ciudad hasta llegar a Alameda con Dieciocho. Hacía muchos años que trabajaba en “El Torres” esa legendaria y mítica
confitería fundacional de Santiago enclavada en el antiguo casco aristocrático
de la ciudad. Allí era famoso como barman que gozaba de gran prestigio. Pero
este 1º de diciembre como todos los primeros de diciembre, era especial.
Apenas llegó se puso un largo delantal blanco y
su toca cocinera. Trajo la leche. Eran 13 litros que puso a hervir sola. En
otro fuego puso una olla con 2 litro de agua. Ahí puso a hervir 1.600 de azúcar
y 4 cáscaras de limón. En un tercer fuego y en 1 litro de agua hizo hervir ½
kilo del mejor café. Buscó unos clavos de olor, ralló una nuez moscada, unos
pocos palos de canela, uno de vainilla y los tiró a la leche. La dejó enfriar
latamente. Revisó el diario mientras esperaba con la paciencia de monje
tibetano. Cuando los brebajes estuvieron fríos, los mezcló vertiendo uno tras
otro sobre la leche reposada. Primero el azúcar disuelta, luego el café. Cogió
los 4 litros de aguardiente de Chillán, y
los fue vertiendo despacito para no cortar la leche. Luego ¼ litro de Ron, una
copa de cacao. Desenvainó desde el misterioso estuche un fornido palo de guindo
con el que dio inicio a la ceremonia de revolver lentamente, con movimientos
paquidermos y parsimoniosos para ir mezclando todos los sabores y secretos de
los mágicos ingredientes del sublime Cola de Mono que año a año Don Germán
preparaba con la maestría de sus años, su sapiencia del oficio y el profundo
amor por ser parte de llevar la batuta de este arte. . Si no se revolvía con el
palo de guindo no quedaba a punto, decía don Germán. Esta receta rendía 23
litros de esta espectacular bebida nacional que ha cruzado generaciones enteras
que se han regocijado bebiendo este mágico brebaje. La verdad es que el Cola de
Mono del Torres gozó de gran prestigio por muchos años, quizás más allá de los
ingredientes, la magia y la mística puesta por don Germán completaba la
excelencia de la obra. El 31 de diciembre, limpiaba pulcramente el palo de
guindo y lo guardaba en su estuche, hasta el 1º de diciembre del año venidero.